Soth permaneció inmóvil en el linde del Robledal.
—También yo creo en el destino, Kitiara —murmuró—. En el que uno mismo se labra.
Dirigió su mirada hacia las ventanas de la Torre de la Alta Hechicería, y percibió cómo se extinguía la luz en la estancia que ocupaban pocos minutos antes. Durante unos segundos envolvió a la mole una oscuridad que se solidificó en un escudo impenetrable a los rayos solares, en el halo de negrura que solía protegerla. Pero rompió el sombrío encantamiento un repentino centelleo.
Procedía aquel atisbo de vida de una sala situada en la cúspide de la Torre. Era el laboratorio del mago, el lugar secreto donde Raistlin perfeccionaba sus virtudes arcanas.
—Me pregunto quién va a aprender una lección —siseó Soth y, sin pérdida de tiempo, se fundió en los lóbregos vapores que disolvía ya la atmósfera diurna.
6
Un juego divertido
—¿Por qué no nos detenemos aquí? —sugirió Caramon, a la vez que se encaminaba hacia un destartalado edificio que se hallaba apartado del camino, agazapado en el bosque como el animal que acecha a su presa—. Quizás ella haya hecho un alto para reponer fuerzas.
—Lo dudo —replicó Tas, examinando con reticencia la enseña que pendía de una cadena sobre la puerta—. «La Jarra Rota» no me parece el establecimiento adecuado…
—Tonterías —rezongó el guerrero, al igual que había rezongado en más ocasiones de las que el kender podía contar—. Tiene que comer, incluso las sacerdotisas de más altas aspiraciones necesitan alimentarse con algo tangible. Además, existe la posibilidad de que algún cliente se haya cruzado en su ruta y nos dé cuenta de su paradero. Hemos perdido su rastro, hasta ahora no nos ha acompañado la suerte.
—No —repuso Tas entre dientes—, pero quizá los hados nos favorezcan más si exploramos la calzada en lugar de las tabernas.
Llevaban tres jornadas de viaje, y los peores presentimientos de Tasslehoff se habían materializado con creces.
Por regla general, los kenders eran los nómadas perfectos. Al alcanzar la veintena les asaltaba la sed de aventuras, de peregrinar por el mundo, y en esa época se lanzaban en pos de rincones ignotos con el anhelo de no prestar atención más que a las situaciones emocionantes o a cualquier objeto curioso, bello o deforme, que por azar cayera en sus siempre abultadas bolsas. Totalmente inmunes a la emoción del miedo, azuzados por un ansia inagotable de saborear la novedad de cada segundo, los integrantes de esta raza no eran muy abundantes en Krynn, para alivio y tranquilidad de sus otros pobladores.
Tasslehoff Burrfoot, a punto de cumplir los treinta —si no le engañaba su memoria— no era, en la mayor parte de sus facetas, un kender característico. Había recorrido, a lo largo y a lo ancho, el continente de Ansalon junto a sus padres antes de que éstos se establecieran en Kenderhome, y al alcanzar la mayoría de edad se había trazado sus propios itinerarios en solitario hasta que conoció a Flint Fireforge, el enano herrero y a su amigo, Tanis, el Semielfo. Más tarde se les unieron en su peregrinar Sturm Brightblade, Caballero de Solamnia, y los gemelos Caramon y Raistlin. En su compañía vivió la aventura más maravillosa de toda su existencia: la Guerra de la Lanza.
Sin embargo, como ya hemos apuntado, su dilatada experiencia lo apartó del prototipo del kender, aunque él lo habría negado de mencionarse este punto en público. A diferencia de otros miembros de su pueblo había sufrido el trance de perder a dos seres entrañables, Sturm Brightblade y Flint, y sus muertes lo habían afectado más de lo imaginable. Así, a través del sufrimiento, había aprendido el significado de la palabra «temor», no por sí mismo, sino por el destino de quienes amó. Y su inquietud, su preocupación por Caramon, era ahora más honda de lo que cabía prever.
Su desasosiego había ido en aumento desde que emprendieron la búsqueda de Crysania. La diversión inicial había durado muy poco. Después de abandonar el hogar del guerrero, cuando éste hubo proclamado su rencor contra la dureza de corazón de Tika y la incapacidad del mundo entero para comprender sus desgracias, dio unos tragos de su odre y se entonó a los pocos minutos, comenzando a relatar historias sobre la época en que rastreaba draconianos por la espesura. Tas halló tales anécdotas amenas y entretenidas de modo que, pese a vigilar sin respiro a Bupu para asegurarse de que no la arrollaba una carreta ni se hundía en el fango, disfrutó de sus primeras horas al aire libre.
Sorbo tras sorbo, al atardecer el odre estaba vacío, si bien Caramon conservaba el buen humor y se mostraba dispuesto a escuchar las narraciones de Tas, que el kender gustaba de repetir una y otra vez. Por desgracia en el momento culminante de una de ellas, cuando escapaba junto al mamut lanudo y los magos le arrojaban relámpagos ígneos, pasaron por delante de una taberna.
—No tardaré, sólo quiero llenar el odre —prometió el guerrero, y desapareció en el interior del local.
Tas hizo ademán de seguirle, pero, de pronto, advirtió que Bupu contemplaba boquiabierta la fragua que había en el linde opuesto de la senda y comprendió que, hipnotizada por el fuego, era capaz de provocar un incendio de graves consecuencias. Como, por otra parte, sabía que en numerosos establecimientos rehusaban servir a los enanos gully y no deseaba someterse a esta prueba, decidió quedarse fuera y mantenerla bajo control. Después de todo, Caramon le había asegurado que no se demoraría.
Dos horas más tarde, el hombretón salió a trompicones de la taberna.
—En nombre del Abismo, ¿dónde te has metido? —preguntó el kender arrojándose sobre su amigo con furia felina.
—Sólo he tomado una copa para cobrar ánimos. —Pero el guerrero se balanceaba de manera alarmante.
—¡Debo cumplir una importante misión! —le recordó Tas exasperado—. Es la primera que me encomienda una personalidad de tan alto rango, que además quizás esté en peligro, y frente a tal panorama tú me obligas a permanecer dos horas inactivo, encadenado a una enana gully. —El kender señaló con el índice a Bupu, quien dormía plácida en una acequia—. Nunca me había aburrido tanto, y ¿para qué? Para esperar a un individuo que aparece rezumando alcohol por todos los poros.
Caramon le clavó una furibunda mirada y proyectó los labios en una mueca que quería ser agresiva.
—¿Sabes lo que te digo? —gruñó, al mismo tiempo que echaba de nuevo a andar por la senda—. Que tus sermones son idénticos a los de Tika.
La pronunciada inclinación de una ladera, que tuvieron que bajar en la penumbra, evitó una reyerta más seria. Entrada ya la noche, llegaron a una encrucijada.
—Vayamos por ahí —propuso Tasslehoff con el dedo extendido—. Sin duda Crysania imagina que alguien intentará detenerla y elegirá una ruta poco utilizada por los viajeros, donde disminuya el riesgo de ser descubierta. Creo que deberíamos tomar el camino que seguimos hace dos años, cuando abandonamos Solace.
—¡No seas insensato! —lo reprendió el guerrero—. Es una mujer y una sacerdotisa, ambas razones de peso para que evite los lugares solitarios donde podría ser atacada. Preferiría las sendas frecuentadas, como por ejemplo la que conduce a Haven.
A Tas no le gustó la alternativa, pero accedió. Sus resquemores, sin embargo, eran fundados y lamentó no haberse puesto firme. No habían cubierto más que unas millas cuando se toparon con una posada.
El guerrero entró para averiguar si alguno de los parroquianos había visto a una persona que encajara con la descripción de Crysania, dejando una vez más a Tas encargado de custodiar a Bupu. Una hora después su colosal figura se dibujó en el umbral, coronada por una faz encarnada y risueña.