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El fornido humano había desaparecido para internarse en el sendero del bosque. Tas exhaló un largo suspiro y lo siguió, con Bupu pegada a sus talones.

—Lo he pasado muy bien —afirmó la enana—. Iré con vosotros. Me ha gustado el juego. ¿Lo repetiremos?

—No lo creo, Bupu —contestó Tas apesadumbrado—. Apresurémonos, no debemos quedar rezagados.

—De acuerdo —accedió ella, acelerando el paso. Tras unos momentos de meditación filosófica añadió—: Me conformaré con cualquier otro, todos son divertidos.

Pero Tas, abstraído en sus propios pensamientos, no contestó. Interrumpió la marcha para mirar atrás, temeroso de que alguien hubiera oído su discusión desde la destartalada taberna y les creara complicaciones.

Los ojos casi se le salieron de las órbitas: «La Jarra Rota» se había esfumado. El mugriento edificio, la enseña que pendía de su cadena, los enanos, los guerreros, el propietario e incluso la copa que Caramon se llevara a los labios se habían disuelto en la nada, engullidos por el aire vespertino al igual que un sueño inquietante en cuanto abrimos los ojos. La taberna había sido un mágico instrumento de la hechicería para encaminar al beodo Caramon y sus amigos.

7

Doble personalidad

Canta aquello que el licor te inspira, canta lo que tus ojos desdoblados ven. La fea Keo se transforma en dos bellas Siras, seis lunas en el cielo giran, en alegre vaivén.
Canta al valor del navegante, canta cuando quieras el codo empinar, y un puerto de rubíes será el fondeadero, donde al viento tres baladas podrás lanzar.
Canta, buen tónico es para el corazón, canta a la absenta de las despreocupaciones, canta al que sigue el camino ondulante, y al perro, y al que no escucha oraciones.
Todas las posaderas de ti están prendadas, tienes cien amigos en cada lugar, al viento dices lo que sientes, al viento tres baladas podrás lanzar.

Al caer la tarde, Caramon estaba en un lamentable estado de ebriedad.

Aunque al principio sus enormes zancadas lo distanciaron de Tas y Bupu, ambos lograron darle alcance debido a las frecuentes pausas que hacía para rociar su gaznate con el perjudicial elixir. Lo hallaron en medio de la vereda, apurando las últimas gotas con la cabeza inclinada hacia atrás. Cuando, al fin, bajó su odre, espió decepcionado su interior y lo agitó violentamente, con un peligroso bamboleo, resuelto a aprovechar el postrer efluvio.

«Está vacío», le oyó rezongar el kender.

«No puedo hablarle de la desaparición de la taberna —se dijo Tas, preso de un hondo desánimo—. No en estas condiciones, lo único que conseguiría sería agravar su locura y poner en peligro nuestra seguridad».

Ignoraba que era difícil empeorar el caos mental de su amigo, si bien así lo constató en el instante en que se acercó a él y le dio unas palmadas en el hombro. El gigantesco guerrero se giró, exacerbado su susto a causa de la embriaguez, y oteó la espesura en la media luz del crepúsculo.

—¿Quién va? ¿Quién me saluda? —inquirió aturdido.

—Soy yo, tu acompañante —explicó el kender con un hilo de voz—. Sólo quiero disculparme. Caramon…

—¿Cómo? ¿Quién es yo? —volvió a indagar él, e incluso retrocedió unos pasos para estudiar al hombrecillo. Esbozando la alelada sonrisa del beodo, exclamó—: ¡Hola, pequeño amigo! Veo que eres un kender. Y tú —se dirigía a Bupu— una enana gully. ¿Cómo os llamáis?

—No comprendo —confesó Tasslehoff.

—He preguntado vuestros nombres —insistió Caramon en digna postura.

—Vamos, ya me conoces —protestó el kender disgustado—. Soy Tas.

—Yo Bupu —apostilló la enana, con el rostro iluminado ante la perspectiva de un nuevo juego—. ¿Y tú cómo te llamas?

—Lo sabes muy bien —la reprendió Tas irritado, pero casi se mordió la lengua al interrumpirlo el hombretón.

—Tienes razón, debo presentarme —anunció en actitud solemne, a la vez que inclinaba su insegura testa a guisa de reverencia—. Soy Raistlin, un mago prodigioso y dotado de un enorme poder.

—¡Déjalo ya, Caramon! —intervino Tas más enojado a cada segundo—. Ya te he pedido perdón, no creo que debas…

—¿Caramon? —El interpelado abrió los ojos de par en par, antes de encogerlos en las rendijas propias de los seres taimados—. Caramon murió, y a manos mías. Acabé con él hace mucho tiempo, en la Torre de la Alta Hechicería.

—¡Por las barbas de Reorx! —se escandalizó el kender.

—Él no es Raistlin —protestó Bupu, aunque una repentina incertidumbre la forzó a hacer una pausa y escudriñarle—. ¿O sí?

—Por supuesto que no —se apresuró a asegurarle Tasslehoff.

—¡Este juego no me gusta! —dijo la enana con firmeza—. Quiere suplantar a aquel humano que fue tan bueno conmigo. Éste es una criatura rechoncha y desagradable. Me voy a casa. ¿Cuál es el camino? —Había sido, para ella, un discurso largo y terminante, que había logrado inquietar al kender.

—No te impacientes —trató de calmarla mientras buscaba una explicación.

¿Qué estaba ocurriendo? Aferró su copete y, sin preámbulos tiró de unas hebras de cabello con gran energía. Se le saltaron las lágrimas de dolor y este hecho le produjo cierto alivio, ya que por un momento creyó haberse dormido y prefería afrontar la realidad antes que las sombras de un extraño sueño.

La escena era auténtica, al menos para Tas. En cuanto a Caramon, era otro cantar.

—Observad —les urgió—, me dispongo a invocar un hechizo. —Ondeó las manos con gesto exagerado, las alzó y, tras perder casi el equilibrio, separó las piernas a fin de proferir una retahila de incongruencias—. Nido de rata y polvo ceniciento, obrad el encantamiento —recitó, o acaso inventó, señalando un árbol—. ¡Las llamas lo consumen, arde como el infeliz de Caramon!

El guerrero hizo ademán de retroceder, tropezó hacia atrás, encorvó el cuerpo para contrarrestar su peso y, sin caerse como era de prever, comenzó a andar por la senda, canturreando en un gorgoteo apenas inteligible.

—Todas las posaderas de ti están prendadas, tienes cien amigos en cada lugar, al viento dices lo que sientes.

Tas echó a correr tras él, retorciéndose las manos y seguido de cerca por Bupu.

—El árbol no se ha incendiado —comentó la enana con severidad.

—¡Claro que no! Pero él cree…

—Es un pésimo mago. Mi turno —interrumpió ella, y se puso a revolver la enorme bolsa que llevaba colgada en bandolera y que periódicamente, se enredaba en su saya. A los pocos segundos emitió un grito de triunfo, a la vez que extraía de su interior una rata muerta, rígida y algo descompuesta.

—Ahora no, Bupu —le rogó el kender, atenazado por la molesta sensación de que se le escapaban los últimos resquicios de cordura. Caramon, que aún llevaba la delantera, había abandonado su tarareo y proclamaba a voces que iba a envolver el bosque en telarañas.

—Cuando pronuncie la fórmula mágica no escuches —advirtió Bupu a Tas—. Se desvelaría el secreto.

—No te preocupes, no pienso hacerlo —contestó el kender impaciente. Aceleró el paso temeroso de perder a Caramon quien, pese a su verbosidad, avanzaba a un ritmo considerable.

—¿Seguro que no? —persistía Bupu, entre jadeos a causa de la carrera.

—No. —Tasslehoff suspiró en un intento de controlarse.

—¿Por qué?

—Porque no quiero desobedecer tus instrucciones.

—Pero si no escuchas, no oyes. ¿Cómo sabes entonces cuándo has de taparte las orejas? —lo imprecó Bupu disgustada—. Pretendes robar mi frase mágica. Regreso a casa.

La enana se detuvo abruptamente, dio media vuelta y se alejó por el sendero con un brioso trotecillo. Tas, sin saber a quién acudir, también hizo un alto, si bien la acción de Caramon resolvió el problema. El guerrero se abrazó a un árbol cercano para conjurar a una hueste de dragones con delirantes gritos. Como no hiciera ademán de deponer su actitud, el kender farfulló un reniego y corrió en persecución de Bupu.