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¿Qué era aquello? No podía llamarse a engaño, había oído algo concreto. Se puso en pie de un salto y se inmovilizó, aguzando sus sentidos en la oscuridad. Sucedió al silencio inicial un eco de pies que arañaban las cortezas, y al fijar la vista en el lugar de donde procedía el quebrado susurro descubrió ¡una ardilla! Exhaló un suspiro que brotó de los recovecos de su alma.

—Ahora que me he levantado alimentaré la fogata con un nuevo leño —resolvió y, antes de encaminarse a la pila que yacía acumulada en un rincón del claro, miró la inerte figura de Caramon.

Una punzada de angustia recorrió sus vértebras al contemplarlo, pues se dijo que le habría resultado mucho más sencillo montar guardia de poder contar con el poderoso brazo de su amigo. En lugar de ofrecerle amparo el hombretón estaba despatarrado en el suelo, cerrados los ojos y roncando en la placidez de su borrachera. Apretujada contra su bota, reclinada la cabeza en su pie, Bupu respiraba en sonoras bocanadas que se mezclaban con las de su supuesto ídolo. Frente a la singular pareja, lo más lejos posible, Crysania dormía tranquila, con el pómulo apoyado en sus manos unidas.

Sin poder desechar sus inexplicables temblores Tas arrojó varias ramas sobre los rescoldos, que reavivaron las llamas. Bajo el influjo de su reconfortante calor se aprestó a realizar su tarea, situándose frente a los árboles que, envueltos en la negrura emitían ahora siseos de mal agüero. Nació un nuevo crujido de hojas y, pese a su desazón, Tas lo atribuyó a otra ardilla, o quizás a la misma.

Pronto, sin embargo, cambió su actitud. ¿Acaso no se deslizaba algo de mayor tamaño en las sombras? Oyó, por añadidura, el ruido inequívoco que provoca una rama al partirse y comprendió que no había ardilla dotada de tanta fuerza. Hurgó veloz en su bolsa hasta cerrar los dedos en torno a un cuchillo.

¡Era el bosque entero el que se movía! Los árboles cerraban el cerco en torno a los durmientes, lentos pero implacables.

Trató el kender de dar el grito de alarma, cuando un tentáculo leñoso lo agarró por el brazo y le dejó paralizado. Por fortuna se sobrepuso enseguida del susto y, retorciendo el miembro atenazado a fin de desembarazarse de su aprehensor, le clavó la hoja de su arma.

Rasgaron el aire un reniego y un alarido de dolor. La misteriosa rama soltó a su presa, que se debatía en una terrible confusión. Unos segundos más tarde, ya sereno al sentirse libre, Tas recapacitó que los árboles ignoraban el sufrimiento y no proferían voces de protesta. Era evidente que se enfrentaban a criaturas vivas, palpitantes.

—¡Al ataque! —ordenó con toda la potencia de sus pulmones, a la vez que retrocedía—. ¡Caramon, ayúdame!

En su momentánea retirada, el kender tropezó contra una raíz y cayó de espaldas. Observó de nuevo al guerrero: dos años atrás se habría incorporado de inmediato con la mano posada en la empuñadura de su acero, alerta y preparado para el combate. Ahora, en cambio, su embotada cabeza se mecía en un ebrio letargo y abandonaba a Tas a su suerte provisto de un simple cuchillo, casi indefenso. Gracias a su coraje, el hombrecillo logró arrastrarse hacia la chisporroteante fogata y mantener a raya al adversario agitando la pequeña hoja metálica.

—¡Crysania, despierta! —instaba a la sacerdotisa a medida que iban surgiendo más contornos amenazadores del bosque—. Te lo suplico, despierta.

Sintió en su espina dorsal el calor de las llamas. Sin apartar los ojos de las sombras, tanteó el terreno y asió un leño por el extremo con la esperanza de que fuera el lado no socarrado. Alzó la tea y la arrojó delante de él.

Una incierta agitación le reveló que una de las criaturas se abalanzaba sobre su cuerpo. Trazó un sesgo con el cuchillo, dispuesto a no dejarse vencer y hundirlo en la carne del enemigo en cuanto tuviera oportunidad, pero en el instante en que iba a perpetrar el contraataque su rival se acercó a la luz del fuego y pudo distinguir sus rasgos.

—¡Caramon! —exclamó—. ¡Draconianos!

La sacerdotisa ya había salido de las brumas de su sueño y Tas vio cómo se sentaba, frotándose los ojos a fin de despejarse.

—¡Acércate a la hoguera! —le indicó a la desesperada, antes de pisotear a Bupu y propinar un puntapié a Caramon—. ¡Draconianos! —insistió.

El guerrero levantó un párpado, luego el otro y comenzó a examinar el campamento todavía atontado.

—¡Gracias a los dioses! —suspiró aliviado el kender al constatar que su fornido amigo se movía.

El descomunal humano se incorporó. Se obstinaba en examinar el paraje totalmente desorientado, pero conservaba suficientes vestigios de su talante batallador de antaño como para olfatear el peligro incluso estando aturdido. Tras erguirse en un leve balanceo, aferró la empuñadura de la espada —¡al fin!— y eructó.

—¿Qué pasa aquí? —gruñó, en la imposibilidad de aclarar su visión.

—¡Nos acosan los draconianos! —lo informó el kender por enésima vez, mientras cabriolaba a la manera de los duendes y blandía el cuchillo y una nueva tea, con tal vigor que sus enemigos no osaban acometerlos.

—¿Draconianos? —repitió Caramon sin dar crédito a sus oídos. Pero un examen más minucioso le permitió atisbar las retorcidas facciones de un semblante reptiliano, iluminado por el ahora agonizante fuego, y se disiparon sus dudas—. ¡Abyectas criaturas! —las imprecó—. ¡Tanis, Sturm, a mí! Raistlin, utiliza tu magia y las aniquilaremos.

Arrancando la espada de su ajustada vaina, el guerrero arremetió entre enloquecidos gritos de guerra… y se desplomó de bruces. Bupu se había abrazado a su tobillo.

—¡Oh, no! —gimió Tas.

Caramon yacía cuan largo era pestañeando asombrado, sin acertar a imaginar quién lo había abatido. La enana gully, que había actuado por instinto y sufrido un abrupto despertar, emitió un aullido de pánico y mordió al humano en la zona donde lo tenía atenazado.

El kender corrió en ayuda del caído, al menos para desembarazarlo de Bupu, pero no había llegado a su lado cuando oyó una llamada de auxilio a su espalda. ¡La sacerdotisa! La había olvidado por completo.

Al dar media vuelta comprobó que Crysania se hallaba en una situación apurada, forcejeando contra uno de sus atacantes. Dio un salto al frente y apuñaló con gesto agresivo al reptil, que lanzó un grito desgarrado y se derrumbó, fulminado. Casi antes de rozar el suelo la hedionda criatura comenzó a convertirse en estatua de piedra, si bien Tasslehoff retiró el acero con su habitual agilidad y evitó, así, que quedara aprisionado en el rocoso bloque.

Arrastró el kender a la trastornada mujer hacia Caramon, quien zarandeaba a Bupu con la pierna en un vano intento de expulsarla.

Los draconianos cerraron filas, y un febril escrutinio permitió a Tas constatar que estaban rodeados por todos los flancos. Consciente de que algo no encajaba, se esbozó una pregunta en su cerebro. ¿Por qué no los reducían ahora que se encontraban a su merced, qué esperaban?

—¿Te han herido? —inquirió en voz alta. Se dirigía a Crysania.

—No —respondió ella. Aunque pálida se mostraba tranquila. Si estaba asustada, hacía gala de un perfecto dominio. Sólo sus labios se movían, probablemente en una inaudible plegaria a su dios protector.

—Toma, venerable señora. —Le ofreció la tea o, mejor dicho, la insertó a la fuerza en su palma cerrada—. Me temo que tendrás que combatir y orar al mismo tiempo.

—Elistan lo hizo, sabré imitarlo —contestó Crysania con un atisbo de inquietud en sus palabras.

Resonó una ristra de órdenes en las sombras, emitidas por un ser que no pertenecía a la raza draconiana. El timbre de su voz así lo delataba y, aunque Tas no pudo identificarlo, su mero eco le producía escalofríos. En cualquier caso, no era momento para indagaciones. Los reptiles se aprestaban a saltar sobre ellos con aquel gesto tan característico de proyectar la lengua fuera de su boca, como un proyectil.

Sobrevino el asalto y Crysania flageló a sus enemigos con torpes bandazos de la improvisada antorcha, que tuvieron la virtud de hacerles vacilar. Tas seguía tratando por todos los medios de separar a Bupu del maltrecho Caramon, si bien todos sus esfuerzos resultaron infructuosos hasta que fue un draconiano quien, sin percibirlo, solventó el problema. Tras arrojar al kender hacia atrás, el individuo desprendió a la enana gully con su ganchuda garra.