El maestro alzó su mano en un movimiento acompasado y la posó en el pecho del indefenso aprendiz, rozando apenas sus negros ropajes con las yemas de los dedos. El dolor fue lacerante. La faz del agredido se tornó blanca, se desorbitaron sus pupilas y ahogó un grito agónico, si bien no pudo desprenderse de tan espeluznante caricia. Atrapado por la mirada de Raistlin, tampoco el segundo alarido logró brotar de forma articulada.
—Relátales con precisión tanto lo que te he contado —le ordenó el hechicero— como lo que tú imaginas. Transmite mis cordiales saludos al gran Par-Salian, aprendiz.
Retiró al fin la delgada mano y Dalamar se derrumbó sobre el suelo, entre desgarradores gemidos. El maestro pasó por su lado sin mirarle siquiera y abandonó la estancia, envuelto en el murmullo de sus sobrias vestiduras.
Cuando se hubo cerrado la puerta, el elfo se desgarró el pectoral en medio de un sufrimiento enloquecedor y vio que cinco riachuelos de sangre surcaban su pecho y manchaban el negro paño, procedentes de otras tantas hendiduras abiertas a fuego en su carne.
10
El Bosque de Wayreth
—¡Caramon, reacciona! ¡Levántate!
«No. Estoy en mi tumba, en una tibia morada bajo la tierra… tibia y segura. No lograrás que me despierte, no podrás alcanzarme. Me he ocultado de ti y nunca me encontrarás».
—¡Caramon, tienes que ver eso! ¡Abre los ojos!
Una mano apartó el manto de penumbra para tirar de él en fuertes sacudidas.
«¡No, Tika, aléjate! Me devolviste una vez a la vida, al dolor y al sufrimiento. Deberías haberme dejado en el dulce reino de tinieblas que rodeaba el Mar Sangriento de Istar, y ahora que he hallado la paz no permitiré que vuelvas a estropearlo. He cavado mi sepultura y me he enterrado en ella».
—Vamos, Caramon, será mejor que te despiertes y otees el panorama.
«Esas exhortaciones me resultan familiares. ¡Claro, yo mismo pronuncié unas palabras parecidas hace algunos años, cuando Raistlin y yo llegamos juntos a este Bosque! Pero si soy yo quien habla, ¿cómo puedo oírlas en segunda persona? A menos que sea mi hermano».
Sintió una mano en su párpado, dos dedos que luchaban para abrirlo. Su contacto hizo que las acuosas gotas del temor se vertieran en las venas del guerrero, hasta agolparse en el corazón y acelerar su pálpito.
Rugió alarmado, tratando de culebrear hacia el acogedor polvo en el instante en que su ojo, abierto por la fuerza, capturó la imagen de un rostro grotesco volcado sobre él… ¡las facciones inequívocas de una enana gully!
—Ya está despierto —anunció Bupu—. Ayúdame, mantén el párpado en esta posición para que yo levante el otro —ordenó a Tasslehoff.
—¡No! —vociferó el kender y, arrancando las garras de la mujer de su presa, la empujó a un lado—. Ve a buscar agua —improvisó.
—Buena idea —comentó ella, y se alejó con un brioso trotecillo.
—Cálmate, Caramon —instó Tas a su amigo a la vez que se arrodillaba junto a él y le daba unas suaves palmadas—. Era sólo Bupu. Lo lamento, pero yo estaba contemplando el… ya lo verás tú mismo, y descuidé su vigilancia.
Sin cesar de farfullar, Caramon se cubrió el semblante con la mano e intentó incorporarse apoyado en el compañero.
—Soñaba que había muerto —explicó— cuando, de pronto, vi esa cara y supe que todo había terminado, que me habían condenado a los Abismos.
—Quizá no tardes en desear que se cumpla tu pesadilla —dijo Tasslehoff en sombría actitud.
Caramon alzó los ojos al percibir la inusitada seriedad del kender.
—¿A qué te refieres? —indagó con tono áspero.
—¿Cómo estás? —preguntó a su vez el hombrecillo en lugar de responder.
—Sobrio —graznó el guerrero—, si es eso lo que te preocupa. ¡Ojalá los dioses me permitieran vivir siempre ebrio!
Tras estudiarle unos momentos con expresión meditabunda, Tas introdujo la mano en uno de sus saquillos y, despacio, sacó una botella de cristal recubierta por un estuche de cuero.
—Si de verdad necesitas un trago, aquí lo tienes —le ofreció.
Los ojos del fornido humano se iluminaron. Extendió una mano anhelante pero temblorosa y, arrebatando el objeto al kender, desencajó el tapón de corcho, olisqueó su contenido, sonrió satisfecho y se lo llevó a los labios.
—¡No me mires como si fuera un monstruo! —espetó a Tas.
—Discúlpame —balbuceó éste con las mejillas encendidas en rubor—. Voy en busca de Crysania —añadió, y se puso en pie.
—Crysania —repitió mecánicamente Caramon y bajó la botella sin probar el mosto, frotándose sus legañosos ojos—. La había olvidado por completo. Me parece una excelente medida que corras en pos de la sacerdotisa y, cuando des con ella, te la lleves junto a esa lombriz, llamada Bupu, que te acompaña. ¡Marchaos y dejadme solo! —Levantó de nuevo el frasco de vino y, ahora, engulló de un sorbo una considerable cantidad. Aquejado por una violenta tos, abandonó su empeño y se secó la boca con el dorso de la mano, antes de insistir—: ¡Vete! Salid todos de mi vista, me molesta vuestra mera presencia.
—Me gustaría complacerte, Caramon —se excusó Tas sin alterarse—. Sin embargo, no puedo hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque el Bosque de Wayreth ha venido a nuestro encuentro, si tenemos que dar crédito a los relatos de Raistlin sobre sus extrañas virtudes.
Durante unos segundos, Caramon clavó en el kender sus iris inyectados en sangre. Habló al fin, en un susurro, a este tenor:
—Eso es imposible. Mágico o no, el Bosque de Wayreth se yergue a varias millas de aquí. Raistlin y yo tardamos meses en descubrirlo y, además, la Torre está al sur de estos parajes. Según tu mapa debemos cruzar Qualinost antes de divisar sus paredes. No te guiarás por el mismo documento donde Tarsis aparecía a orillas del mar ¿verdad? —inquirió, asaltado por una terrible duda.
—Quizá sí —confesó Tas al mismo tiempo que enrollaba el mapa y lo escondía tras su espalda—. Tengo tantos… En cualquier caso, si Raistlin estaba en lo cierto al afirmar que el Bosque era mágico no me sorprende que nos haya encontrado, de ser ése su deseo. Las distancias geográficas no son un obstáculo para ciertas criaturas.
—Puedo asegurarte que posee dotes arcanas —confirmó el guerrero con voz ronca y trémula—, y también que los horrores que en él se viven son espeluznantes. —Cerró los ojos y meneó la cabeza antes de, inesperadamente, dedicar a su oponente una mueca astuta—. ¡Ya lo entiendo! Se trata de una artimaña para impedirme que beba, ¿no es así? No surtirá efecto, olvídala.
—Te equivocas —negó Tasslehoff. Con un hondo suspiro, extendió el índice y le apremió—: Mira aquello, responde a la descripción que una vez me hizo tu gemelo.
Al volver la cabeza Caramon se estremeció, tanto por lo que vio como por los amargos recuerdos que la escena despertó en su mente.
La hierba en la que estaban acampados formaba parte de un claro, situado no muy lejos del camino principal. Lo circundaban grupos de arces, pinos, nogales e incluso algunos álamos dispersos, todos ellos portadores de nacientes brotes. Caramon los había admirado mientras cavaba la tumba de Crysania, advirtiendo que sus ramas refulgían bajo el sol matutino con los tonos amarillos de la primavera. Entre sus raíces despuntaban las primeras flores silvestres de la estación, violetas y azafranes que se alzaban como heraldos de unos meses de prosperidad.
También ahora reparó el guerrero en esta hermosa vegetación, que les rodeaba por tres flancos. En el cuarto, el meridional, el paisaje se alteraba de forma poco halagüeña.