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Los árboles que lo poblaban, muertos en su mayoría, se hallaban uno al lado del otro, alineados en sucesivas hileras de sospechosa regularidad. Aquí y allí, al examinar más a conciencia la espesura, se atisbaba uno vivo que parecía vigilar tal como un oficial revisa las filas de sus tropas. El sol no penetraba en el Bosque, una niebla asfixiante flotaba entre los árboles y ensombrecía la luz. Incluso las ramas y los troncos constituían un espectáculo fantasmagórico, éstos deformes, torturados, y aquéllas retorcidas en garras que arañaban el suelo. El viento no las mecía, ni siquiera infundía un soplo de vida a sus rugosas hojas, si bien lo más terrible era el contraste que tal quietud ofrecía respecto a los fugaces movimientos que se adivinaban en los matojos. Bajo la atenta inspección de Caramon y Tas unas sombras carentes de contorno deambulaban sin tregua, escudándose tras las gruesas cortezas o acechándoles desde el espinoso sotobosque.

—Fíjate bien en este curioso fenómeno —rogó el kender al hombretón e, indiferente a su grito de alarma, echó a correr hacia la espesura. ¡Los árboles se apartaron a su paso! Se dibujó una ancha senda frente a sus pies, que conducía al corazón del siniestro Bosque—. Te desafío a que encuentres una explicación —declaró maravillado, si bien se detuvo antes de adentrarse en el camino—. Y si retrocedo…

Unió la acción a la palabra, y los troncos se deslizaron unos hacia otros hasta ofrecer de nuevo una barrera infranqueable.

—Tenías razón —reconoció el guerrero a regañadientes—, estamos en el Bosque de Wayreth. Así mismo se nos reveló a nosotros una mañana. Yo me mostré reacio a seguir y traté de refrenar los impulsos de Raist, pero él no tenía miedo. Los árboles se retiraron y se internó en las entrañas de este diabólico paraje, no sin antes tranquilizarme: «Permanece a mi lado, hermano, y yo te protegeré de todo mal». ¿Cuántas veces había pronunciado yo frases similares? En esta ocasión se trocaron los papeles, él era el valiente y debía animar al timorato.

De pronto, se puso en pie de un salto y, enrollando en un gesto febril su cama de campaña, bramó:

—¡Vámonos de aquí sin pérdida de tiempo! —En su nerviosismo, derramó el contenido de la botella sobre la manta.

—No hay nada que hacer —fue el lacónico comentario de Tas—. Te lo demostraré.

Tras colocarse de espalda a los árboles, el kender comenzó a andar hacia el norte. Los árboles no se desplazaron, mas por mucho que caminase siempre se topaba con el Bosque de Wayreth y su misteriosa senda. Hizo mil piruetas, mil sesgos bruscos, pero todas sus argucias le llevaron a las nebulosas hileras de vegetales.

Con un hondo suspiro, se detuvo al fin al lado de Caramon y observó en actitud solemne los ojos del hombretón anegados en lágrimas, enmarcados en cercos sanguinolentos. Extendió entonces su delicada mano y la apoyó en el brazo del que fuera un guerrero invencible.

—Amigo, tú ya has visitado antes este lugar y conoces el camino. Por otra parte, hay algo más que debes saber. Has preguntado por la sacerdotisa Crysania; pues bien, ahí la tienes. —La señaló con el dedo, y Caramon ladeó la cabeza hacia donde le indicaba—. Vive, pero al mismo tiempo está muerta. El helor de su piel se asemeja al de la escarcha, sus ojos no pestañean y, aunque su corazón late, en lugar de la savia de la existencia podría bombear esa sustancia especiada que utilizan los elfos para preservar a sus cadáveres.

Hizo una pausa, como si recapacitara sobre el argumento que había de resultar más persuasivo.

—Tenemos que conseguir ayuda. Quizás en esas brumas vivan magos susceptibles de auxiliarla, pero yo carezco de la fuerza necesaria para transportarla. —Levantó ambos brazos en un gesto de impotencia, sin desviar la vista del impenetrable Bosque—. No me abandones, Caramon, ni tampoco a ella. Creo que de algún modo le debes un favor.

—Porque soy culpable del daño que ha sufrido —concluyó el corpulento humano en tono de reproche.

—No estaba en mi ánimo acusarte —rectificó el kender, frotándose los ojos—. Supongo que no existen culpables.

—No puedo eludir por más tiempo mi responsabilidad. —La inesperada reacción de Caramon, la nota de sinceridad que ribeteaba su voz, hicieron que Tas levantara la cabeza. Hacía años que no detectaba este timbre familiar en su viejo amigo, que ahora estudiaba la botella sostenida en su palma con aire ausente—. Ya es hora de que me enfrente a mí mismo. He achacado mis errores a Raistlin, a Tika y a todo aquel que se ha cruzado en mi camino, aunque en el fondo sabía que era yo el único causante de tantas desdichas. En el curso del sueño mi conciencia ha surgido a la luz, me he visto en el fondo de una tumba y he intuido que ésa era mi realidad, que he llegado a lo más hondo. No puedo degradarme más, o me quedo inmóvil y dejo que me cubran de polvo —como me disponía a hacer con el cuerpo de Crysania— o me encaramo hacia la vida.

Emitió un prolongado suspiro y, con ademán resuelto, aplicó el corcho al frasco de vino.

—Toma, no quiero verlo. —Tendió el objeto al sorprendido kender, quien se apresuró a recogerlo—. Será una larga escalada y necesitaré ayuda, pero no de esta manera.

—¡Oh, Caramon! —se emocionó Tas a la vez que, rodeando con sus brazos la oronda cintura hasta donde pudo alcanzar, lo estrechaba contra sí—. No tenía miedo de ese lóbrego Bosque, si bien me asustaba la idea de atravesarlo en solitario. ¿Cómo me las hubiera arreglado para cargar con la sacerdotisa y además cuidar de Bupu? ¡Oh, Caramon, me alegro tanto de que hayas vuelto a ser el de antes!

—No exageres —lo reprendió el guerrero, ruborizándose y desprendiéndose sin violencia del hombrecillo—. Debes tener presente que la primera vez que penetré en este paraje el pánico no me permitía actuar con tino, y tampoco estoy seguro de ser útil en esta ocasión. Sin embargo, en un punto has acertado: quizá los magos puedan hacer algo por Crysania. —Su rostro se endureció—. Y quizá respondan a ciertas preguntas que quiero formularles sobre Raist. ¿Dónde se ha metido esa enana gully? ¿Y mi daga, qué ha sido de ella?

—No entiendo a qué daga te refieres —disimuló Tas, volviendo la faz hacia la palpitante espesura.

El robusto humano estiró el brazo y atrapó al escurridizo kender. Cuando clavó la mirada en su cinto él lo imitó para, tras un momento de incertidumbre, abrir los ojos de par en par.

—¿Es ésta el arma que buscabas? Caramba, no me explico cómo ha ido a parar a mi talle. Es posible que se te cayera en la pelea y yo la recuperara de manera instintiva.

—Por supuesto —coreó Caramon con una mueca sardónica. Lanzó un gruñido, le arrancó la daga y, en el instante en que la enfundaba en su vaina, oyó un ruido a su espalda. Giró el cuerpo con una relativa rapidez, justo a tiempo para recibir un baño de agua fría en pleno rostro.

—Ahora está bien despierto —anunció Bupu complacida, soltando el cubo vacío.

Mientras se secaba su ropa Caramon se dedicó a estudiar los árboles, con el semblante contraído bajo el dolor de los recuerdos. Emitió al fin un suspiro, se vistió y revisó sus armas. Al ver tales preparativos, Tasslehoff corrió a su lado.

—¡Vámonos! —exclamó vehemente.

—¿Al interior del Bosque? —inquirió el guerrero, al parecer reacio.

—¡Claro! ¿Dónde si no? —repuso el kender.

El hombretón rezongó unas frases ininteligibles, antes de menear la cabeza y declarar:

—No, Tas, es preferible que permanezcas aquí junto a la sacerdotisa. Espera —lo contuvo al advertir los surcos de la protesta en su frente—, no pretendo que te quedes indefinidamente. Sólo voy a dar un corto paseo de reconocimiento.

—¿Crees que hay alguien agazapado en la bruma, no es verdad? —imprecó Tas a su colosal compañero—. Por eso deseas mantenerme al margen. Te adentrarás unos pasos, te enzarzarás en una pelea, matarás al adversario y yo me perderé la aventura.

Sin despegar los labios, el guerrero lanzó una aprensiva mirada a las tinieblas y se abrochó el cinto de la espada.