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Interrumpió al anciano una batahola de protestas, provenientes sobre todo de los nigromantes, pero él se limitó a esperar que se apaciguaran. Sin embargo, sus cansadas pupilas despedían destellos, que aceleraron el proceso al atestiguar la autoridad que todavía anidaba en las entrañas de aquel ser de aspecto senil.

—No os falta razón —concedió con un tono algo cortante—, podría haber convocado una reunión de la asamblea para someter el asunto a su juicio. Pero creí, y sigo creyéndolo, que era yo quien debía asumir esta responsabilidad. Sabía de antemano cuántas horas pasaría el cónclave discutiendo, sin posibilidad de acuerdo. Me arriesgué, pues, a actuar en solitario. ¿Hay alguien que niegue mi derecho a hacerlo?

Tas contuvo el aliento, sintiendo que la ira de Par-Salian se expandía, como un manto, por la estancia. Los magos de Túnica Negra se inmovilizaron en sus asientos, aunque persistió un sordo zumbido de voces. El gran maestro guardó unos instantes de silencio, antes de fijar su atención en Caramon y declarar:

—Elegí a Raistlin.

—¿Por qué? —gruñó el guerrero.

—Tenía mis razones, algunas de ellas tan secretas que ni siquiera ahora puedo revelártelas. Pero hay una evidente: tu hermano nació con un don, la magia se aloja en su ser espontáneamente. Ése fue el motivo fundamental. ¿Sabías que, desde el primer día en que acudió a la escuela, su profesor sintió por él miedo y respeto? ¿Cómo enseñar a un alumno cuyos conocimientos superan a los de aquel que debe formarle? Y, combinada con sus virtudes arcanas, está su inteligencia. La mente de Raistlin nunca descansa, ávida de erudición y de respuestas a los enigmas del universo. También atesora otra cualidad importante, el valor. Sí, es quizá más fuerte que tú, guerrero, pues vence al dolor cada hora de su vida. Se ha enfrentado a la muerte en numerosas ocasiones y siempre salió victorioso, no le asustan ni la luz ni las tinieblas. En cuanto a su alma, arden en ella la ambición, el ansia de predominio y una curiosidad irrefrenable. No me cabía la menor duda de que nada se interpondría en su camino, que no se detendría hasta alcanzar sus objetivos. No ignoraba que los fines que se trazase beneficiarían al mundo, aunque él mismo acabase por volverle la espalda.

Se produjo una nueva pausa. Cuando el anciano retomó el hilo de su historia, las palabras brotaron como un lamento:

—Pero antes debía pasar la Prueba.

—Deberías haber previsto el desenlace —le reprochó el hechicero ataviado de rojo, si bien no levantó la voz—. Todos sabíamos que él esperaba, al acecho de una oportunidad.

—¡No tuve otra opción! —se defendió Par-Salian, casi colérico—. Se agotaba nuestro tiempo, el del mundo. El joven había de someterse a la Prueba y asimilar cuanto había aprendido. No podía demorarlo.

Caramon miró, de hito en hito, a las dos dignas figuras e intervino en su controversia.

—¿Eras consciente de que Raistlin corría peligro al traerle a la Torre?

—Sí —confesó el anciano—. Pero la Prueba siempre entraña riesgos, fue concebida para eliminar a quienes podían resultar perjudiciales a sí mismos, a la Orden y a todos los inocentes que pueblan Krynn. —Alzó la mano y se alisó las cejas—. Recuerda, por otra parte, que se trata de un examen y, en consecuencia, de una enseñanza. Abrigábamos la esperanza de que tu hermano aprendiera compasión, piedad, y a la vez templara su desmedido afán de trascender la condición de hombre. Quizá me traicionó mi ferviente anhelo de convertirle en un ser perfecto, un anhelo que me hizo olvidar a Fistandantilus.

—¿Fistandantilus? —repitió Caramon confuso—. ¿Por qué ibas a pensar en él? Por lo que he colegido de vuestra discusión murió hace decenios.

—No, lo que antes se ha dicho es precisamente lo contrario —aclaró Par-Salian cariacontecido—. El estallido que destruyó a millares de criaturas en las guerras enaniles y arruinó un territorio que, todavía hoy, es un yermo desierto, no logró aniquilar a Fistandantilus, su poder era tal que derrotó a la misma muerte. Lo que hizo fue mudarse a otro plano de existencia, lejano al nuestro pero no lo suficiente. Desde allí se mantuvo alerta, vigilante, en espera de que algún cuerpo aceptara cobijar a su espíritu. Y lo encontró: era el de Raistlin.

El hombretón escuchó la parrafada con los músculos en tensión y el rostro lívido. Tas se percató, mientras tanto, de que Bupu comenzaba a retroceder y la agarró por la muñeca, evitando así que la aterrorizada enana emprendiera la huida de la vasta sala.

—¿Quién sabe qué pacto sellaron en el curso de la Prueba? Probablemente ninguno de los presentes. —Aunque afligido, el viejo narrador ensanchó sus labios en una sonrisa—. Lo que es innegable es que Raistlin estuvo soberbio, si bien las extenuantes fases del examen afectaron su ya delicada salud. Quizás habría sobrevivido a la última, la confrontación con el elfo oscuro, sin la ayuda de Fistandantilus… o quizá no.

—¿Su ayuda? ¿Acaso le salvó de la muerte?

—No puedo responder a esa pregunta, guerrero —admitió Par-Salian—, lo único que estoy en situación de afirmar es que no fuimos nosotros quienes estamparon en su tez ese tinte dorado. El oponente de Raistlin le arrojó una bola de fuego y él, aunque parezca imposible, resultó ileso.

—Para Fistandantilus no era difícil protegerle de ese encantamiento —apuntó el sabio vestido de encarnado.

—Estoy de acuerdo con tu comentario —se apresuró a responder el anciano—. También a mí me causó extrañeza, mas no lo pude investigar ya que, a partir de aquel momento, los acontecimientos del mundo se precipitaron hasta llegar al climax. Tu hermano concluyó la Prueba con éxito, sin mayores alteraciones en su organismo que el lógico debilitamiento físico. Yo tenía razón —añadió paseando por el semicírculo una mirada de triunfo—, su magia había sobrepasado cotas inimaginables. ¿Qué otro hechicero se habría hecho con el control de un Orbe de los Dragones sin estudiarlo durante años?

—Eso nada demuestra —opuso de nuevo su adversario dialéctico—, lo apoyaba alguien cuyos conocimientos se contaban por centurias.

Par-Salian optó por callar, aunque su expresión ceñuda delataba su disgusto.

—Veamos si he comprendido —balbuceó Caramon espiando, inseguro, al mago de la Túnica Blanca—. Fistandantilus, al adueñarse del alma de Raistlin, fue el causante de que se convirtiera en un paladín del Mal.

—No debes exculpar a tu hermano —lo amonestó Par-Salian—. Se le ofreció una alternativa, como nos ocurre a todos, y él decidió con plena responsabilidad.

—¡No te creo! —se rebeló, de pronto, el guerrero—. Raistlin nunca tuvo esa opción, estás mintiendo. Lo torturasteis sin contemplaciones hasta que uno de esos esbirros tuyos reclamó para sí los despojos.

Las acusaciones del corpulento humano retumbaron entre las sombras con el fragor del trueno. Tas reparó, alarmado, en la fijeza con que Par-Salian escudriñaba a su amigo, y se preparó para el hechizo que había de fulminarlo. El castigo nunca llegó, lo único que alteraba la calma de la sala era la ruda respiración del guerrero.

—Lo restituiré sin tardanza al presente —aseveró Caramon al fin, anegados sus ojos de lágrimas—. Si él puede viajar en el tiempo para encontrarse con Fistandantilus, yo también. Vosotros me indicaréis cómo. Y en cuanto se cruce en mi camino ese brujo diabólico, le mataré. Así Raistlin volverá a ser el de antes, olvidará su demente plan de retar a la Reina de la Oscuridad y transformarse en un dios.

Pronunció su discurso sin más pausas que las que le exigían los sollozos al intentar, sin éxito, surgir al exterior. El semicírculo se sumió en un caos de gritos, de bramidos de cólera.

—¡Eso es imposible! ¡Cambiaría el rumbo de la Historia! Has ido demasiado lejos, Par-Salian —exclamaban las voces enfurecidas de los magos.

El vetusto presidente del cónclave se puso en pie y, ladeando el rostro, consultó en silencio a los reunidos, uno tras otro y de manera individual. Tas percibió aquel mudo conferenciar rápido, directo, fulgurante como el rayo.