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Tas se sonrojó, persuadido de que Par-Salian había penetrado su mente para leer los anhelos en ella impresos con la misma facilidad con que él leía el contenido de un pergamino.

—He de reconocer que un pequeño ágape sentaría muy bien a mi estómago. Pero centrémonos en Crysania. —Hizo una pausa a fin de ordenar sus ideas, e inició su historia sin más preámbulos—. Veréis, no puedo afirmar de manera rotunda lo que me dispongo a narraros pues es el fruto de lo que he oído en mis correrías. Conocí a la sacerdotisa Crysania en Palanthas, donde fui para visitar a mi amigo Tanis, el Semielfo. Seguramente tenéis noticia de sus hazañas y también de las de Laurana, el Áureo General. Yo luché al lado de ambos en la Guerra de la Lanza y tomé parte en el rescate de la Princesa elfa, cautiva de la Reina de la Oscuridad. —El kender estaba henchido de orgullo—. La aventura comenzó en el Templo de Neraka…

Par-Salian enarcó un poco las cejas, lo suficiente para que Tas titubease.

—Creo que será preferible dejar ese relato para más tarde —rectificó—. Sea como fuere, vi por vez primera a Crysania en casa de Tanis y me enteré de que planeaban viajar a Solace para entrevistarse con Caramon. De un modo que ahora no viene al caso, encontré una carta que la sacerdotisa había escrito a Elistan. Debió deslizarse de su bolsillo.

Se detuvo a fin de cobrar aliento y el gran maestro apretó los labios, en un intento de reprimir la sonrisa que a ellos afloraba.

—La leí —continuó el narrador, satisfecho por saberse protagonista— para comprobar si era importante. Después de todo, existía la posibilidad de que la hubiera desechado. La dama decía en su misiva que estaba más convencida que nunca, tras su conversación con Tanis, de que en el corazón de Raistlin quedaba un resquicio de bondad y aún podía ser apartado del tortuoso camino que había emprendido. Por eso deseaba acudir ante el cónclave, esperaba persuadiros y obtener vuestro concurso. No me pareció correcto seguir adelante; resultaba obvio que el escrito era de gran trascendencia, así que me apresuré a restituírselo. Se alegró mucho al recuperarlo, no era consciente de haberlo extraviado.

Ahora Par-Salian tuvo que sellar su boca con los dedos para no estallar en carcajadas.

—Anuncié a la sacerdotisa que, si quería escucharme, podía hablarle largo y tendido sobre Raistlin. Le entusiasmó la idea, así que la puse al corriente de numerosos episodios de la vida del hechicero hasta advertir, en una de nuestras charlas, que le interesaban especialmente los relacionados con Bupu. «¡Cuánto me gustaría departir con la enana gully y llevarla a la asamblea!», exclamó una noche. Según ella era una pieza clave para que aceptarais sus argumentos y la apoyaseis en su misión de salvar al descarriado.

De pronto, uno de los portadores de la Túnica Negra emitió un sonoro estornudo. Par-Salian lanzó una fulgurante mirada en su dirección y reinó de nuevo el silencio, si bien Tas observó que los nigromantes cruzaban sus manos sobre el pecho en señal de protesta. Varios pares de ojos centellearon en la penumbra de la sala.

—No era mi intención ofender a nadie —se disculpó el kender—. Siempre pensé que a Raistlin le sentaba bien el color de la noche, más aún en contraste con su tez dorada, y por otra parte he aprendido que no todos hemos de ser bondadosos. Fizban, uno de los nombres terrenales de Paladine y gran amigo personal mío, me explicó que debía existir un equilibrio en el mundo y que nosotros luchábamos para reinstaurarlo. Eso significa que tan necesarios son los blancos como los negros, ¿no es así?

—Ninguno de los presentes cuestiona tu buena fe, kender —lo tranquilizó el insigne presidente—. A mis colegas no les han disgustado tus palabras, su cólera discurre por otros derroteros. No todas las criaturas del mundo son tan sabias como Fizban, el Fabuloso.

—En ocasiones lo echo de menos —suspiró Tas melancólico—. Pero volvamos a mi historia, a Crysania y a Bupu. Recogiendo el anhelo de la Hija Venerable le propuse ir en busca de la enana para traerla donde ahora estamos. No había visitado Xak Tsaroth, su refugio, desde que Goldmoon matara al Dragón Negro, y por otra parte sólo me separaban tres zancadas de esta ciudad subterránea. Tanis me garantizó que no había inconveniente en lo que a él atañía, incluso se alegró al verme partir.

»El Gran Bulp me entregó a Bupu tras una breve discusión, en la que le obsequié algunos de los artículos curiosos que siempre guardo en mis saquillos. Conduje a la enana a Solace, mas cuando llegué Tanis ya se había ido… y también Crysania, lo que no dejó de sorprenderme. Caramon —oyó cómo el guerrero se aclaraba la garganta presto a intervenir— se encontraba bajo de forma, lo que no fue óbice para que su esposa Tika, una mujer encantadora, nos apremiase a salir sin demora en pos de la dama. Se había internado esta última en el Bosque de Wayreth, un paraje siniestro y lleno de… No quiero herir susceptibilidades, pero ¿os habéis detenido a pensar en el cariz negativo de vuestra espesura? Inhóspita, lóbrega y —clavó en el semicírculo una severa mirada— errante. No comprendo cómo permitís que deambule sin rumbo, lo considero un acto irresponsable.

Una ligera vibración, acaso de risa contenida, agitó los hombros de Par-Salian.

—Eso es todo cuanto sé —concluyó el kender—. Ahora tomará la palabra Bupu y os narrará… —Se interrumpió para escudriñar su entorno—. ¿Dónde se ha metido?

—Aquí —declaró Caramon a la vez que la arrastraba a un lugar visible desde su escondrijo, la espalda del hombretón, donde la enana se había escudado presa de un invencible terror. Al ver que todos los ojos confluían en su persona la pequeña gully exhaló un alarido y se derrumbó sobre el suelo, convertida en un tembloroso fardo de harapos.

—Me temo que tendrás que sustituirla —invitó Par-Salian a Tas—. Es decir, si conoces los hechos que había de revelarnos.

—Sí, al menos los que Crysania deseaba someter a vuestro juicio —contestó el kender en un tono repentinamente alicaído—. Se produjeron durante la guerra, cuando descubrimos Xak Tsaroth. Los únicos que poseían información de interés acerca de esta ciudad eran los enanos gully, pero rehusaron ayudarnos hasta que Raistlin sumió en un hechizo a una de aquellas criaturas: Bupu. De todos modos debo puntualizar que, más que invocar un encantamiento, consiguió que se enamorase de él. —Hizo una pausa antes de continuar, azuzado por el remordimiento—. Algunos de nosotros hallamos la situación ridícula, nos reíamos de la enana. Raist, sin embargo, la trataba con dulzura e incluso le salvó la vida durante un ataque draconiano. En cualquier caso, Bupu nos acompañó después de que abandonáramos Xak Tsaroth. No soportaba la idea de separarse de su héroe.

Tas parecía conmovido, las palabras surgían, ahora, de sus labios en un susurro apenas audible.

—Una noche me despertaron los sollozos de Bupu. Decidí ir a consolarla, pero Raistlin se me adelantó. Acudió raudo a su lado y le preguntó cuál era el motivo de su tristeza. La enana confesó hallarse en una encrucijada, pues añoraba a su pueblo y al mismo tiempo se sentía incapaz de dejar al hechicero. Él posó la mano en su cabeza y, al instante, vislumbré una radiante aureola de luz en torno al diminuto cuerpo de la gully. La envió a casa bajo esta protección; aunque debía atravesar regiones atestadas de monstruosas criaturas, intuí que nada malo había de sucederle. No me equivoqué —terminó en actitud solemne.

Hubo unos momentos de silencio, sucedidos por un auténtico caos. Todos los magos rompieron a hablar a la vez, predominando en un primer tiempo las expresiones de incredulidad de los de negro y las frases burlonas de Dalamar.

—Kender, confundes la realidad con los sueños —lo acusó éste desdeñoso.

—¿Quién confiaría en un miembro de su raza? ¡Es bien sabido que son un hatajo de embusteros! —lo insultó un viejo mago de aspecto desagradable.