Más reservados, los hechiceros de Túnica Roja y los de Túnica Blanca reflexionaron antes de exteriorizar su postura.
—Si lo que dice el hombrecillo es cierto quizás hemos juzgado mal a Raistlin. Existe una posibilidad entre mil, pero opino que merece el riesgo —propuso uno.
Par-Salian alzó la mano en una imperativa llamada al orden.
—Admito que me cuesta aceptar tu historia, Tasslehoff Burrfoot, si bien no está en mi ánimo humillarte con mi reticencia. —El mago dedicó al kender una sonrisa conciliadora al percibir su creciente indignación—. Lamentablemente, los de tu pueblo tenéis cierta tendencia a exagerar u omitir. Si Raistlin consiguió que esta criatura se enamorase de él, tal como tú mismo lo has planteado, fue mediante las artes arcanas y para utilizarla.
—¡Yo no soy ninguna «criatura»!
Bupu había alzado su rostro anegado en lágrimas, salpicado de barro seco, y espiaba a la asamblea con el pelo erizado como el de un felino. Concentrada su acritud en Par-Salian, se puso en pie y dio un paso al frente mas, cuando se disponía a arrojarse sobre él, tropezó contra el zurrón y cayó de nuevo cuan larga era. Insensible al golpe, se apresuró a recomponerse y se enfrentó al gran maestro.
—No sé nada de brujos poderosos —le espetó con amplias gesticulaciones de sus rechonchos brazos—, ni de encantamientos. Sí sé que esto encierra magia —hurgó en la bolsa y, extrayendo la rata muerta, la balanceó ante su oponente— y que el hombre al que criticáis es bueno. Lo fue conmigo. —Apretó ahora el roedor contra su pecho, y sentenció—: Los otros, el guerrero y el kender, se mofan de Bupu. Me miran como si fuera un insecto.
Se enjugó el llanto mientras a Tas se le hacía un nudo en la garganta, acompañado por una sensación de culpa que lo impulsaba a verse a sí mismo como una abyecta sabandija.
Ahora que la enana había resuelto dar la réplica, no existía sabio en Krynn capaz de detenerla. Su tono, no obstante, se apaciguó.
—Conozco mi aspecto —dijo y trató, en vano, de alisarse el vestido con unas manos mugrientas que dejaron chorretones de suciedad—. No soy guapa como la dama que yace en la plataforma, pero no vuelvas a llamarme «criatura». —La advertencia iba dirigida a Par-Salian y, aunque se pasó toscamente los dedos por la acuosa nariz, no perdió un ápice de su arrogancia—. «Pequeña» es un término mucho más adecuado.
Calló unos instantes, absorta en sus recuerdos. Al fin emitió un suspiro y reanudó su plática.
—Quería quedarme con él, pero no me lo permitió. Afirmó que debía recorrer sendas oscuras y no estaba dispuesto a exponerme. Extendió la mano sobre mi cabeza —inclinó ésta, evocando la escena— y sentí un calor interior. Entonces se despidió de mí: «Adiós, pequeña Bupu». Utilizó el apelativo «pequeña», el mejor que me han dedicado. —De nuevo miró retadora al semicírculo—. Él nunca se burló de mí, ¡nunca!
Rompió a llorar, y sus sollozos fueron el único sonido que agitó la tensa atmósfera. Caramon, conmovido, se cubrió el rostro mientras Tas, por su parte, buscaba un pañuelo con el que secar las lágrimas.
Transcurrido un breve intervalo Par-Salian abandonó su pétreo asiento y caminó hacia la enana gully, que lo observaba recelosa, asaltada por un súbito ataque de hipo.
—Perdóname, Bupu —le suplicó con tono grave—, si te he ofendido. Debo confesar que he empleado la crueldad a propósito, animado por el deseo de encolerizarte y obligarte, así, a que nos contaras tu versión de los hechos. Ahora conozco la verdad. —A pesar de exhibir en su faz las huellas del agotamiento, el mago estaba exultante—. Quizá después de todo no fracasamos en nuestro empeño de infundirle compasión —murmuró refiriéndose a Raistlin, a la vez que acariciaba las ásperas greñas de la enana—. No, él nunca te habría menospreciado, pequeña. Avivaste en él el recuerdo de quienes lo habían rebajado en la niñez.
A Tas se le nublaba la visión y oía llorar a Caramon junto a él, aunque ambos se abandonaban calladamente a sus emociones. Cuando logró serenarse el kender corrió a retirar a Bupu, que empapaba con sus borbotones el repulgo de la blanca túnica del mago.
—¿Es ésta la razón por la que Crysania realizara su azaroso viaje? —preguntó Par-Salian a Tasslehoff al ver que se aproximaba. El hechicero prendió sus ojos de la fría y rígida forma que se extendía bajo el lienzo, perdidas las pupilas en una penumbra que no podía distinguir—. ¿Crees que ella será capaz de reanimar la llama de bondad que nosotros no supimos encender?
—Sí —fue la escueta respuesta del kender, incómodo frente a la penetrante vigilancia de su interlocutor.
—¿Y por qué se ha trazado ese objetivo? —insistió el anciano dignatario.
Tas atrajo a Bupu hacia sí y le tendió su pañuelo, ignorando su perplejidad por no tener la menor idea del uso que debía darle. Tras manosearlo unos segundos, la enana se pasó por la nariz un pliegue de su vestido.
—Según Tika… —empezó a explicar el kender, pero las palabras se negaban a salir.
—¿Qué opinaba Tika? —lo ayudó Par-Salian al advertir su turbación.
—Que lo hacía por amor a Raistlin —declaró el hombrecillo de manera precipitada.
El gran maestro asintió con la cabeza, y desvió la faz hacia Caramon.
—¿Y tú, guerrero? —inquirió, de pronto.
El interpelado levantó la testa y, desconcertado, miró al presidente del cónclave.
—¿Lo quieres aún? Has afirmado antes que estás dispuesto a retroceder en el tiempo para destruir a Fistandantilus, una misión llena de peligros. ¿Es tu amor por tu gemelo lo bastante intenso? ¿Arriesgarías tu vida por él, como ha hecho esta dama? No contestes sin reflexionar, piensa que tu empresa no está destinada a salvar el mundo. Lo que proyectas es rescatar un alma, nada más… y nada menos.
Vibraron los labios del hombretón, más ningún sonido brotó de ellos. Sin embargo, iluminaba sus facciones una alegría, un júbilo que nacía en sus entrañas. Sólo acertó a agitar la cabeza.
—He tomado una decisión —anunció Par-Salian, vuelto hacia la asamblea.
Una figura se incorporó entre los presentes, vestida de negro y aún cubierta con la capucha. Al desprenderse de ella, Tas la reconoció como la mujer que lo había traído a la sala. Estaba contraída por la ira, sus manos se movían como hirientes dardos frente al pecho del dignatario.
—Nos oponemos a su puesta en práctica —bramó la portavoz de los nigromantes—. Eso significa que no puedes formular el hechizo.
—El amo de la Torre puede invocar un encantamiento en solitario si así le place, Ladonna —replicó Par-Salian—, se trata de uno de los privilegios otorgados a quienes ostentan mi rango. Raistlin descubrió este secreto cuando se erigió en dueño y señor de la Torre de Palanthas, y yo no soy su inferior. No necesito a los sabios rojos ni negros si tal es mi voluntad.
—Cierto, gran maestro, lo sé. No te somos imprescindibles para obrar el prodigio, pero sí para que concluya con éxito. —El tono de la dama se tornó amenazador—. Dependes de nuestra colaboración, aunque sea silenciosa, porque de lo contrario se alzarán las brumas de nuestra sapiencia y eclipsarán la luz de la luna plateada. Si eso sucede, fracasarás.
—Olvidemos a Raistlin —propuso Par-Salian, resuelto a apurar todos los argumentos— y centrémonos en Crysania. ¿Permitiremos que se suma en un letargo eterno, sin devolverla nunca a la vida?
—¿Qué puede importarnos a nosotros la vida de una sacerdotisa de Paladine? —comentó Ladonna con una mueca irónica—. Nuestras preocupaciones pertenecen a esferas más elevadas y, además, juzgo impropio discutirlas en presencia de extraños. Expúlsalos de aquí —señaló a Caramon y a sus dos amigos— para que celebremos un consejo privado.
—Una sugerencia muy atinada —respaldó a la fémina el representante de los sabios investidos de rojo—. Nuestros huéspedes están cansados, hambrientos, y creo que encontrarán en extremo tediosas las diferencias familiares de este cónclave.