Tras un breve silencio el eclesiástico comentó, con aire casuaclass="underline"
—Hace un rato te he oído abogar por ese humano frente al Príncipe de los Sacerdotes.
Denubis depositó el elixir en un velador, tan trémula su mano que a punto estuvo de derramarlo.
—Me inquietaba la idea de haberlo apresado por error —explicó azorado.
—Muy loable por tu parte —concedió Quarath con grave semblante—. Está escrito que debemos preocuparnos por nuestros congéneres. Ha sido una acción digna de ti, Denubis, la incluiré en mi crónica anual.
—Gracias, Hijo Venerable —respondió el interpelado sin saber a qué atenerse.
Nada añadió el superior de la Orden, pero clavó en su oponente sus almendrados ojos de elfo mientras aquél se enjugaba el sudor de las sienes con la manga de su túnica. La cámara estaba en exceso caldeada, quizá debido a la fragilidad de quien la habitaba.
—¿Hay algo más que quieras agregar? —interrogó Quarath en tono confidencial.
—¿Respecto al guerrero? —se aseguró el clérigo.
—Sí —fue la escueta contestación.
—Me gustaría saber —aventuró Denubis tras exhalar un largo suspiro— si él y el kender saldrán pronto del calabozo. Verás, señor, he pensado que podría prestar un útil servicio —propuso en un arranque de inspiración— guiándolos hacia la senda del Bien. Ya que el hombre es inocente…
—¿Quién es del todo inocente? —lo atajó Quarath, mirando hacia el techo como si los dioses fueran a escribir allí la respuesta.
—Sin duda es una pregunta de gran relevancia —balbuceó el clérigo—, que merece atención y estudio, pero al parecer el prisionero no era culpable del delito pese a que, quizás, oculte algunos defectos que no se han enjuiciado en la asamblea. —Calló, consciente de que pisaba aguas movedizas.
—Me estás dando la razón —sentenció el superior, extendidas las manos y con la vista puesta en el confundido Denubis—. Como reza el refrán, a menudo el lobo se cubre con piel de cordero. Mañana ambos reos serán vendidos en el mercado de esclavos —le reveló, apoyado en el respaldo de su asiento y con los ojos vueltos de nuevo hacia el techo.
—¿Cómo? Pero señor… —se escandalizó el clérigo que, sin darse cuenta, se había incorporado.
No concluyó la frase, la mirada imperativa de Quarath lo traspasó como un dardo y lo paralizó.
—¿Debo interpretar tu actitud como una abierta rebeldía?
—¡Es inocente! —insistió Denubis, incapaz de concebir otro razonamiento.
Quarath sonrió, ahora indulgente, antes de sermonear a su discípulo.
—Eres un buen hombre, amigo. Un buen hombre y un fiel servidor de la causa, quizás algo elemental pero un auténtico dechado de virtudes. No creas que hemos tomado esta decisión a la ligera. Interrogamos al guerrero, y su relato sobre su procedencia y el motivo de su estancia en Istar es una pura incongruencia, yo incluso lo tildaría de inverosímil. Aunque sea inocente de las heridas de la sacerdotisa, como tú mismo has apuntado, corroen su alma otros crímenes no menos graves. Si examinas su rostro con detenimiento no tardarás en hallar las huellas inequívocas de un pasado azaroso. Carece, además, de medios para sustentarse, no hemos encontrado ni una moneda en su persona y es obvio que, dada su tendencia errabunda, se convertirá en un ladrón si lo abandonamos a su albedrío. Le hacemos un favor, por consiguiente, al proporcionarle un amo que cuide de él. Con el tiempo podrá conquistar su libertad y, si los dioses le son propicios, su alma se aliviará de la carga que entrañan sus culpas. En cuanto al kender… —No se molestó en proseguir, ondeó la mano en un gesto displicente al mencionar a tan ínfima criatura.
—¿Está enterado el Príncipe de los Sacerdotes? —El pobre Denubis tuvo que hacer acopio de valor para cuestionar así el criterio de los dignatarios de su Orden.
Quarath suspiró y, esta vez, el clérigo detectó una arruga de irritación en el terso entrecejo del elfo.
—El Príncipe de los Sacerdotes tiene asuntos más urgentes que atender, Hijo Venerable —replicó con frialdad—. Es tan bondadoso que el sufrimiento del humano le causaría una profunda consternación, pasaría días encerrado tratando de resolver el conflicto. Como no ha ordenado de manera específica la libertad del prisionero, hemos asumido nosotros la responsabilidad a fin de ahorrarle este pequeño contratiempo.
Al ver que la suspicacia afloraba al desencajado semblante de Denubis, Quarath se inclinó hacia adelante y, ceñudo, continuó.
—De acuerdo, ya que no te satisfacen mis argumentos te confiaré un secreto: rodean el descubrimiento de la mujer ciertas circunstancias extrañas. Una de ellas, según tenemos entendido, es que su artífice fue el Ente Oscuro.
El clérigo tragó saliva y se hundió en su butaca. Ya no tenía calor, incluso se agitó en un súbito escalofrío.
—Es cierto —declaró entristecido—. Vino a mi encuentro…
—¡Lo sé! —lo espetó el eclesiástico—. Él mismo me lo ha comentado. La sacerdotisa se quedará con nosotros, es una Hija Venerable portadora del Medallón de Paladine. Sus declaraciones son tan confusas como las del guerrero, aunque en su caso es natural y creo que bastará con observarla hasta que se tranquilice. El humano, en cambio, no pertenece a la Orden y ha de ser tratado de otro modo. Tienes que comprender la imposibilidad de permitirle que vagabundee sin control. En la Era de los Ancianos lo habrían confinado en un calabozo para luego olvidarlo; nosotros, más sabios, le daremos un hogar conveniente y lo vigilaremos con la mayor discreción.
«Al oír a Quarath se diría que es un acto caritativo vender a un hombre como esclavo. Quizá lo sea y yo esté en un error, él mismo ha recalcado mi simpleza de espíritu», meditó Denubis perplejo.
Aún aturdido, echó a andar hacia la puerta con la cena revuelta en sus vías digestivas no sin antes farfullar una disculpa a su superior, quien se levantó al verle partir. Una sonrisa conciliadora iluminaba su rostro cuando le propuso:
—Debes visitarme más a menudo, Hijo Venerable. Y no temas consultarnos siempre que te asalte alguna duda, así es como se aprende.
Denubis asintió tímidamente, y resolvió aprovechar la oportunidad.
—Hay otra cuestión que desearía plantearte, ya que me abres la puerta de la confianza —aventuró—. Hace unos minutos has mencionado al Ente Oscuro. ¿Quién es en realidad, y por qué se aloja en el Templo? Confieso que me asusta.
Se borró la expresión complaciente de la faz de Quarath pero no pareció molestarse, acaso le produjo cierto alivio el hecho de que Denubis cambiara de tema.
—Nadie conoce las motivaciones de los magos, ni sus procedimientos ni aun su identidad —explicó—, lo único que de ellos sabemos es que se mueven sobre premisas que nada tienen que ver con las que dictan los dioses. Ésta fue la razón que impulsó al Príncipe de los Sacerdotes a reducir su presencia en Krynn y contener su influjo. Ahora se hallan recluidos en la única Torre de la Alta Hechicería que se sostiene en pie, rodeada por el malhadado Bosque de Wayreth, y que no tardará en desaparecer. Su número de habitantes disminuye sin tregua, y hemos cerrado sus escuelas. ¿Has oído hablar de la maldición de la Torre de Palanthas?
—Sí.
—¡Fue un terrible accidente! —exclamó el eclesiástico—. Y demuestra que los dioses no favorecen a los brujos, pues sólo cuando la conducta enajenada de un nigromante, inducida por ellos, lo llevó a ensartarse en la verja de su morada, se aplacó su ira. Mediante esta estratagema de las divinidades pudo sellarse, esperemos que para siempre, la Torre. Pero estoy divagando, no era éste el asunto que te inquietaba.
—No, sólo intentaba indagar sobre la personalidad de Fistandantilus —le recordó Denubis, arrepintiéndose de haber iniciado la charla. Lo único que ansiaba era regresar a su dormitorio y tomar algún remedio que mitigara su dolor de estómago.