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Escuchad las voces de nuestras almas, vosotros, los mendigos y ladrones y cuantos hayáis cometido crímenes contra vuestros prójimos y no halléis descanso. Vuestra alma vaga por este mundo sin hallar amigos y no encontráis justicia dentro de vosotros. Quemamos la octava barra de incienso por todos los espíritus que han pecado y que ahora van errantes y solitarios.

Escuchad las voces de nuestras almas, prostitutas, mujeres de la noche, y todas aquellas contra las cuales han pecado los otros y que ahora vagáis solas por fantasmales espacios. Quemamos la novena barra de incienso para que estos espíritus encuentren su camino y se liberen de las cadenas de este mundo.

En la penumbra del templo, cargada de humo de incienso, danzan detrás de las imágenes de oro las sombras producidas por la vacilante luz de las lamparillas. La atmósfera se hace aún más densa con la concentración mental de los monjes telepáticos que se esfuerzan en mantener el contacto con los que se han marchado de este mundo y que, sin embargo, siguen ligados a él.

Los monjes de túnicas rojo-oscuro están sentados en dobles filas, cara a cara, entonando la Letanía de los Muertos, y unos tambores ocultos marcan el ritmo monótono del corazón humano. De otra parte del templo, como de un cuerpo humano, llegan los rumores de los diferentes órganos, el murmullo del fluir de los líquidos corporales y la respiración de los pulmones.

A medida que prosigue la ceremonia, cambian los sonidos del cuerpo, se van haciendo más lentos y espaciados, hasta que por fin desaparecen para dejar paso al espíritu que abandona sus vestiduras terrenales. Ese momento se oye materialmente; es como un aletear, un suave estertor y, por último, el silencio total. El silencio que llega con la muerte. Y no hay que estar dotado de facultades metafísicas para percibir en tal silencio la presencia de otros seres que esperan y escuchan. Paulatinamente, a medida que la instrucción telepática continúa, va disminuyendo la tensión. Es que los inquietos espíritus están pasando a la siguiente etapa de su viaje astral.

Creemos firmemente que nacemos una y otra vez. Pero no sólo en esta tierra. Hay millones de mundos y sabemos que la mayoría de ellos están habitados. Por supuesto, es gente muy distinta a los seres humanos que conocemos.

En el Tíbet no hemos creído ni por un momento que el Hombre sea la forma más elevada y más noble de evolución. Creemos que por ahí, en otros mundos, se pueden hallar formas de vida mucho más perfeccionadas, gente incapaz de lanzar bombas atómicas. Yo he visto, en nuestro país, descripciones de extraños artefactos que vuelan por los cielos. Les llamamos los “Carros de los Dioses”. El lama Mingyar Dondup me contó que un grupo de lamas había establecido comunicaciones telepáticas con esos «dioses» y éstos les dijeron que estaban contemplando la Tierra de un modo semejante a como los humanos contemplamos los peligrosos animales salvajes en un parque zoológico.

Se ha escrito mucho sobre la levitación. Se puede lograr, y yo lo he visto muchas veces. Desde luego, se necesita una gran práctica. Pero no tiene objeto perder tiempo en esto cuando existe un medio mucho más seguro y fácil de elevarse sobre la tierra. Me refiero al viaje astral. La mayoría de los lamas lo dominan y cualquier persona que posea la paciencia necesaria podrá disfrutar de las ventajas de este arte tan útil y agradable.

Durante las horas en que estamos despiertos, nuestro Yo se encuentra preso en el cuerpo físico y se necesita un cierto entrenamiento para separarlos.

Cuando dormimos, sólo reposa el cuerpo físico. Mientras, el espíritu se libera de toda traba y suele marcharse al reino de los espíritus lo mismo que un niño regresa a su hogar cuando terminan las clases. El yo y el cuerpo físico mantienen el contacto por medio del Cordón de Plata, que puede estirarse ilimitadamente. El cuerpo permanece con vida mientras ese Cordón de Plata no se rompa. Con la muerte, al nacer el espíritu a una nueva vida, se rompe el Cordón, como se parte el cordón umbilical para separarnos de nuestra madre. Para un bebé, el nacimiento significa la muerte de la vida que llevó en el cuerpo de su madre. Para el espíritu, la muerte significa un nuevo nacimiento a un mundo espiritual más libre. Mientras el Cordón de Plata permanezca intacto, el ego podrá vagar libremente durante el sueño y en el caso de los que se han entrenado especialmente, lo hará de un modo consciente. El vagar del espíritu produce en sueños con las impresiones transmitidas a lo largo del Cordón de Plata. Cuando la mente física las recibe va «racionalizándolas» para adaptarlas a la visión del mundo que tiene el ser humano. En el mundo espiritual no existe el tiempo – es un concepto puramente físico- y por eso hay ensueños larguísimos y muy complicados que ocurren en una fracción de segundo. Probablemente, todos hemos tenido algún sueño en que hemos hablado con alguna persona que se halla muy lejos, quizá más allá del Oceáno. Otras veces se nos habrá dado algún mensaje y al despertar tenemos la fuerte impresión de que debemos recordar algo. Con frecuencia recordamos haber encontrado en sueños algún amigo o parientes distantes y nada tiene de particular que al poco tiempo recibamos noticias directas o indirectas de esa persona. La memoria de los que no están preparados suele deformarse y a ello se debe el aspecto ilógico y disparatado de los sueños y las pesadillas.

En el Tíbet viajamos mucho por medio de la proyección astral -no por levitación-, y se trata de un procedimiento que podemos controlar a voluntad. Hacemos que el yo abandone el cuerpo físico, aunque siga unido a él por el Cordón de Plata. Podemos viajar por donde queramos con la mayor velocidad concebible. La mayoría de nosotros posee la habilidad de realizar esos viajes, pero muchos, después de haberse lanzado, han sentido un gran choque psíquico por falta de entrenamiento. Probablemente todos han tenido la sensación de dormirse y luego, sin razón aparente, despertarse violentamente, como por una fuerte sacudida. Esto se debe a una exteriorización del yo excesivamente rápida, una separación demasiado brusca de los cuerpos fisico y astral. Esta violenta contracción del Cordón de Plata hace que el cuerpo astral vuelva, como si tirase de él un elástico demasiado distendido, a introducirse de nuevo en su vestidura física. De todos modos, la sensación es mucho peor cuando se regresa después de un viaje. El ser astral está flotando a enorme altura sobre el cuerpo como un globo al extremo de una cuerda. Algo, quizá un ruido externo, hace que el astral se reintegre al cuerpo con excesiva rapidez. Entonces, el cuerpo despierta repentinamente y tenemos la horrible sensación de estar cayendo por un precipicio y de habernos detenido en el mismo momento en que íbamos a estrellarnos.

El viaje astral, perfectamente controlado y sin perder la conciencia, puede ser realizado casi por todos. Necesita práctica, pero sobre todo al principio requiere un absoluto aislamiento para que nadie pueda interrumpirnos.

Esto no es un texto de metafísica, por lo cual no intento dar instrucciones sobre la manera de viajar astralmente; pero hay que insistir en que estos experimentos producen trastornos si no se cuenta con un buen maestro.

No es que haya un peligro, pero se está expuesto a choques psíquicos y trastornos emotivos si dejamos que el cuerpo astral abandone el cuerpo físico o regrese a él inoportunamente. Además, las personas que padecen del corazón nunca deben practicar la proyección astral. Aunque no existe un peligro en la proyección misma, sí lo hay -y muy grande-, tratándose de personas de corazón débil, si una persona entra en la habitación y produce así una sacudida en el Cordón de Plata. El choque puede ser fatal y además sería lamentable porque el ego tendría que nacer de nuevo para terminar aquel trozo de vida que le faltaba por recorrer y así se retrasaría su progreso en una nueva vida.

Los tibetanos creemos que antes de la Caída del Hombre todos podían viajar astralmente, poseer clarividencia, facultad telepática y capacidad de levitación. Nuestra versión de esa caída es que el hombre abusó de los poderes ocultos y los empleó en beneficio propio en vez de aplicarlos al des arrollo de la humanidad. En los primeros días la humanidad se comunicaba por telepatía. Las tribus locales tenían sus propios idiomas, que usaban exclusivamente entre ellos. En cambio el lenguaje telepático era puramente mental y podía ser entendido por todos los que hablasen uno u otro idioma.