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La verdad es que no importa en absoluto lo que puedan intentar los padres, ya que no se les permite estar presentes durante la elección de los objetos y el niño tiene que señalar unos nueve objetos de entre unos treinta.

Basta que se equivoque en dos para considerar fracasada la prueba. Si el niño triunfa en ella, se le educa a partir de ese momento como Previa Encarnación y se le somete a una educación forzada. Cuando cumple siete años se le leen las predicciones, pues se estima que a esa edad se halla en perfectas condiciones de entenderlo todo. ¡Por experiencia sé muy bien todo lo que comprende a esa edad!

El respetuoso lama que me iba enseñando el paisaje tenía sin duda todo eso en la mente. A la derecha de una cascada había un sitio muy bueno para coger noii-me-tan -gere, cuyo jugo se usa para quitar callosidades y verrugas y para aliviar la hidropesía y la ictericia. Más allá, a la orilla de aquel pequeño lago, encontrába mos poijigorum, una semilla con pinchos caídos y flores rojas que crece bajo el agua. Con sus hojas se curan los dolores reumáticos y se alivia el cólera. En aquella zona sólo se encontraban las hierbas medicinales corrientes. Las plantas más valiosas había que buscarlas en las montañas. Para aquellos que se interesan por la herboricultura doy aquí algunos detalles sobre las principales hierbas de que disponíamos y sus aplicaciones. Como desconozco los nombres ingleses de estas plantas, daré los latinos.

El allium sativum es un antiséptico excelente de muy buenos resultados para el asma y otras enfermedades del pecho. Otro antiséptico muy bueno que sólo se usa en pequeñas dosis es el balsamodendron myrba. Este se empleaba especialmente para las encías y membranas mucosas. Administrado en uso interno, calma la histeria.

Hay una planta con flores de color crema cuyo jugo aleja a los insectos y garantiza contra sus picaduras. El nombre latino de esta planta es becconia cordata. ¡Quizá los insectos conozcan que se llama así y sea este nombre lo que los espanta! También teníamos una planta que usábamos para dilatar las pupilas. La ephedra sinica ejerce una acción similar a la atropina y resulta muy útil en los casos de baja presión arterial, además de ser uno de los remedios más eficaces contra el asma. La aplicábamos una vez convertidas en polvo sus raíces y ramas. El cólera, aparte de su gravedad, resulta desagradable tanto para el paciente como para el doctor, a causa del olor que despiden las zonas ulceradas. La planta llamada ligusticum levisticum suprime por completo este olor. Y a las señoras les interesará saber que los chinos emplean los pétalos de la bibiscus rosa sinensis para ennegrecer tanto las pestañas como el cuero de los zapatos. Empleábamos una loción hecha con las hojas hervidas de esa planta para refrescar el cuerpo febril de los enfermos. El linnium tigrinum cura con gran eficacia la neuralgia causada por los ovarios, mientras que la flacourtia indica tiene unas hojas que alivian e incluso suprimen totalmente las demás molestias características de la mujer.

En el grupo Sumachs Rhus está la vernicifera, de donde sacan los chinos y japoneses la famosa laca china. Empleábamos la glabra para curar la diabetes, mientras que la aromatica es muy buena para las enfermedades de la piel, las urinarias y la cistitis. Otro astringente muy poderoso, usado con el mejor éxito en las úlceras de la vejiga, se hace con hojas de la arctestaphylos uva ursi. Los chinos prefieren la bignonia grandiflora de cuyas flores se hace un astringente de uso general. Cuando tuve que actuar en los campos de prisioneros encontré que la polygonum bistorta era de grandísima eficacia en los casos de disentería crónica, para los que ya se administraba en el Tíbet.

Las señoras que han practicado el amor con cierta imprudencia suelen emplear el astringente que se saca del poligonum erectum. Es un método muy seguro para provocar el aborto. En las quemaduras aplicábamos una “nueva piel”. La siegesbeckia orientalis es una planta alta de más de un metro cuyas flores son amarillas. Su jugo, aplicado a las heridas y quemaduras, forma una nueva piel de un modo parecido a como sucede con el colodium. En uso interno esta loción produce unos efectos semejantes a los de la manzanilla. Solíamos coagular la sangre de las heridas con el piper angustifolium. El reverso de sus hojas en forma de corazón es de efecto seguro como coagulante. Todas ésas son hierbas muy corrientes. En cambio, la mayoría de las demás carecen de nombres latinos, ya que el mundo occidental no las conoce. Si he citado las primeras sólo ha sido para demo strar que tenemos una idea de medicina herborística.

Desde nuestra magnífica atalaya, que dominaba una inmensa extensión, veíamos, iluminados por la brillante luz del sol, los valles y sitios recónditos donde se hallaban todas esas plantas. Más allá podíamos ver cómo se hacía cada vez más desolada la tierra. Me dijeron que el otro lado de la montaña, en cuya falda estaba el monasterio, era una región de gran aridez.

Pude comprobarlo cuando días después me elevé sobre la montaña en una cometa.

A mediodía me llamó el lama Mingyar Dondup y me dijo:

«Ven, Lobsang. Iremos con los demás, que van a visitar el campo de lanzamiento de las cornetas. Hoy vas a pasarlo en grande.» No necesitaba yo que me estirnulara para apresurarme en seguirlo. Ante la puerta principal nos esperaba un grupo de monjes con rojas túnicas. Descendimos la escalinata y pronto estuvimos en el campo de las cometas, formado por una capa de tierra apisonada sobre unas rocas perfectamente planas. Algunas matas bordeaban esta superficie como indicando el peligro de caer al profundo barranco. Por encima de nosotros, en el tejado de la lamasería, las banderas de las plegarias se mantenían tiesas, sostenidas por el viento, y los mástiles crujían de vez en cuando, como venían haciendo durante siglos, sin haberse llegado a quebrar. Nos situamos en el otro borde rocoso del campo, de donde arrancaba una pendiente suave. El fuerte viento nos empujaba y dificultaba la marcha. A unos diez metros de este borde había una hondonada en el suelo. En él rebotaba el viento con fuerza huracanada, proyectando pequeñas piedras y pedazos de liquen como si arrojara flechas.

El viento que barría abajo el valle quedaba encajonado por las rocas y, al no tener otro escape, salía con gran presión por la falda de las rocas, disparándose finalmente por el campo de las cometas con alaridos de alegría al verse libre de nuevo. A veces, durante el peor tiempo -según nos dijeron -, este ruido era como el rugido de una legión de demonios que escapase de las entrañas de la tierra en busca de víctimas. Se producían notas fantásticas, ya que el barranco alteraba la presión del viento.

Pero aquella mañana era constante la corriente del aire. Sin embargo, eran perfectamente verosímiles las historias que nos contaron de niños levantados del suelo por el viento y arrojados a enorme distancia. Era un sitio ideal para lanzar cometas, ya que con una fuerza de viento tan tremenda las cometas se elevan inmediatamente, como pudimos ver enseguida en las pruebas preliminares que se hicieron con algunas de tipo ordinario como las que tenía yo en casa. Me asombraba que una cometa pequeña de juguete pudiera tirar de mi brazo con una fuerza tan grande.

Los monjes especializados en este deporte nos indicaron los peligros que debíamos evitar, ya que había picos con traicioneras corrientes. Nos dijeron también que todo monje volador debía llevar una piedra a la que estuviese atada un khata de seda donde figuraban inscritas las plegarias a los dioses del aire para que bendijera al recién llegado a sus dominios. Esta piedra debía ser arrojada cuando uno alcanzaba una altura suficiente. Entonces los dioses de los vientos podían leer la oración mientras el banderín quedaba desplegado al aire y, enterados de la petición, protegían al monje volador.