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Apoyó este instrumento en el papel y empezó a moverlo. Supuse que no sabía escribir, que imitaba con la nariz el sonido de una trompetilla, que ni siquiera podía sentarse como las demás personas… Para colmo, no se estaba quieto y hacía un movimiento extrañísimo cruzando y descruzando las piernas. Hubo un momento en que llegué a horrorizarme. El hombre le vantó la punta de uno de sus pies de modo que apuntaba con ella al Dalai Lama, terrible insulto que no se perdonaría a un tibetano. Pero debió de darse cuenta, porque se apresuró a descruzar las piernas.

A pesar de esta serie de faltas de respeto, el Dalai Lama trataba a este individuo con toda consideración. Con gran estupefacción mía, el propio Dalai Lama se sentó en otra de aquellas sillas y dejó colgar las piernas hasta el suelo. El visitante tenía un nombre rarísimo. Se llamaba Instrumento Musical Femenino’ (ahora le llamaría C. A. BelI). Sus colores áuricos me indicaron que su Salud era muy precaria, probablemente debido a que vivía en un clima que no le sentaba bien. Deduje que el hombre quería sinceramente ayudarnos, pero sus colores revelaban también que temía incurrir en el enojo de su Gobierno y que éste tomase contra él alguna medida que afectara al importe de la pensión que había de pagarle durante los años que le restasen de vida cuando dejase de trabajar. Vi que deseaba tomar una actitud, pero que su Gobierno no se lo permitía, de manera que se veía obligado a decir una cosa y esperar que la cosa contraria -lo que él había intentado hacer aceptar a su Gobierno- resultase con el tiempo la más acertada.

Luego vi que sabíamos muchas cosas sobre este míster Belclass="underline" la fecha de su nacimiento, y muchos momentos cumbres de su carrera, lo cual nos serviría para montar su horóscopo. Los astrólogos descubrieron que Bell había vivido en el Tíbet en encarnaciones anteriores y que durante su vida anterior había expresado su deseo de reencarnar en el Occidente con la esperanza de contribuir a un entendimiento entre Oriente y Occidente. Hace poco tiempo me dijeron que ha contado esto mismo en un libro que ha escrito.

Hemos llegado a la conclusión de que si este hombre hubiera podido influir en su Gobierno en el sentido que él quería, no habría llegado a producirse la invasión comunista de mi país. Sin embargo, las predicciones habían dicho que esta invasión se produciría, y las predicciones nunca se equivocan.

Según parece, el Gobierno inglés estaba muy alarmado porque sospechaba que el Tíbet había celebrado tratados con Rusia. Esto no es digno de los ingleses. Gran Bretaña no quería llegar a ningún acuerdo con el Tíbet y, por otra parte, quería impedir que el Tíbet se hiciera otros amigos. Todo el mundo podía firmar tratados de amistad, comerciales, o de mutua defensa, menos nosotros; y ante la sospecha de que hubiésemos llegado a hacerlo, Gran Bretaña se proponía invadirnos o estrangulamos, lo mismo daba. Este Mr. Bell, que nos conocía bien, estaba convencido de que no nos interesaba alia rnos con ningún país. Sólo deseábamos que nos dejasen solos, que nos dejasen vivir la vida a nuestro modo. Los extranjeros no nos habían traído sino pérdidas, trastornos y penalidades.

Al Más Profundo le agradaron las observaciones y comentarios que le hice, siguiendo mis anotaciones, cuando el extranjero se hubo marchado.

¡Pero aquello sólo sirvió para que el Dalai Lama se convenciera de la necesidad de hacerme trabajar más!

– Sí, sí, Lobsang -exclamó-, hemos de hacerte trabajar mucho más. Así estarás mejor preparado cuando viajes por los países extranjeros.

Te aplicaremos más tratamiento hipnótico para que almacenes todos los conocimientos que nosotros poseemos ahora.

– Tocó la campanilla y acudió uno de sus lamas-ayudantes-. ¡Que venga Mingyar Dondup inmediatamente!

Unos minutos después se presentó mi Guía. Venía con toda calma. Por nada del mundo se apresuraba aquel hombre. Y el Dalai Lama, que lo trataba como un amigo íntimo, no le dio prisa. Mi Guía se sentó junto a mí, frente al Precioso. Llegó a toda prisa un ayudante con té y «cosas de la India». Cuando nos hubimos sentado, el Dalai Lama dijo:

– Mingyar, has acertado; este muchacho tiene talento. Pero aún se puede perfeccionar más y debe desarrollarse. Toma todas las medidas que estimes convenientes para que esté preparado lo mejor y más pronto posible.

Emplea todos los recursos de que disponemos, ya que, como se nos ha advertido tantas veces, vendrán malos tiempos para nuestro país y debemos disponer de alguien que esté en condiciones de compilar el Archivo de las Antiguas Artes.

Así, tuve que aprovechar aún más el tiempo. A veces, me sacaban de mis estudios para que interpretase los colores de alguna persona: un abad de alguna lejana lamasería, algún dirigente político de una provincia no menos distante… Fui uno de los más asiduos visitantes del Potala y del Norbu Linga. En el primero me permitían usar a mi antojo los telescopios que tanto me distraían, sobre todo uno de enorme tamaño montado sobre un gran trípode, un telescopio astronómico. Me pasaba muchas horas de la noche contemplando las estrellas y la Luna…

El lama Mingyar Dondup y yo íbamos con frecuencia a la ciudad de Lhasa para observar a los visitantes. La gran clarividencia de mi Guía, su amplio conocimiento de las gentes y su gran sabiduría, le permitían comprobar y ampliar mis interpretaciones. Era de apasionante interés detenerse ante el puesto de un mercader y escuchar cómo alababa el hombre sus mercancías y comparar estos pregones con sus pensamientos, que para nosotros estaban tan claros como sus palabras. Además, mi memoria se desarrolló mucho. Durante muchas horas escuchaba los pasajes que me leían y luego los repetía al pie de la letra. Para facilitar este aprendizaje me hacían caer en trance hipnótico mientras me leían trozos de las más viejas escrituras.

CAPÍTULO DECIMOQUINTO. EL NORTE SECRETO… Y LOS YETIS.

Por aquella época fuimos a las montañas de Chang Tang. En este libro sólo dispongo de espacio para una breve descripción de esa región. Para contar aquella expedición con la extensión que merece serían necesarios varios libros. El Dalai Lama había bendecido uno por uno a los quince miembros de la expedición y todos partimos entusiasmados, montados en mulas; las mulas llegan a donde no llegan los caballos. Avanzamos lentamente por el Ten gri Tso y seguimos hacia los inmensos lagos de Zilling Nor y mucho más hacia el norte. Poco a poco escalamos la cordillera de Tangla y llegamos por fin a un territorio absolutamente inexplorado. Es difícil decir el tiempo que tardamos, ya que el tiempo nada significaba para nosotros. No teníamos por qué apresurarnos; reservábamos nuestras energías para lo que luego había de venir.

Aquella región, cada vez era más elevada, me recordaba el paisaje lunar que solía mirar por el telescopio del Potala: interminables cadenas de montañas y barrancos de una profundidad insondable. Aquí el paisaje era iguaclass="underline" montañas ligadas unas a otras, inacabablemente, y precipicios sin fondo. Avanzábamos por este «paisaje lunar» y a cada momento se nos hacía más difícil la marcha, hasta que las mulas no pudieron continuar. El aire rarificado las agotaba; les era imposible subir por los rocosos puertos por donde nosotros gateábamos penosamente gracias a las cuerdas de pelo de yak. Dejamos las mulas en el sitio más abrigado que pudimos encontrar y con ellas se quedaron los cinco miembros más débiles de la expedición.

Les protegía de las terribles ráfagas de viento una roca saliente que se elevaba a gran altura y a cuya base había una caverna que el tiempo con su erosión había abierto en la parte más blanda de la roca. Desde allí arrancaba una vereda que bajaba en precipitada pendiente hasta un valle donde crecían, aunque esparcidos y escasos, algunos pastos con que podrían alimentarse las mulas. Por aquella meseta corría un riachuelo que luego caía en catarata por otro precipicio que comenzaba al borde del valle. Y caía a centenares de metros de profundidad, tanto, que se dejaba de oír hasta el ruido de su caída.