– Lo recuerdo. -Había sido una gran aventura, su primer bocado de libertad, y lo había saboreado al máximo-. Pero no apestaban como éstas.
– Ah, una chaqueta pequeña. Le diré a Haroun que busque una tina.
– ¿Qué tal está?
– Sin queja alguna sobre su apestosa ropa, joven desagradecida.
– ¿Con qué negociaste para conseguir la ropa?
– Otra hora de vida. Es un artículo de gran valor. -Su sonrisa se desvaneció-. No has dormido bien.
Debería haber imaginado que reconocería los signos.
La conocía demasiado bien.
– Naturalmente que sí.
Él negó con la cabeza.
– Anoche estuve a punto de venir a ti.
Ella se puso rígida.
– Te lo aseguro, tengo otras cosas en las que pensar aparte de la seducción. Aunque también tenemos que hablar de ello.
– No tenemos que hablar de ello. Se acabó.
Él hizo un ademán de impaciencia.
– No ha terminado. Apenas acaba de empezar. Lo único que pasa es que no es el momento adecuado para enseñarte cómo se hace. -Suspiró-. Como de costumbre, me has distraído. Ese no era el motivo por el que había venido a tu camarote.
– No tenías razones para venir aquí. No te necesitaba.
– Sí me necesitabas. Nos necesitamos el uno al otro. Siempre ha sido así y siempre lo será. -Extendió la mano y le acarició el cabello con suavidad-. Recházame todo lo que quieras, pero acepta mi consuelo. Te lo ofrezco de todo corazón, y me duele tu rechazo.
Ella sintió que se derretía, como siempre, pero procuró armarse de valor para enfrentarse a ello.
– No quiero tu consuelo. No quiero nada que venga de ti.
El se la quedó mirando largamente.
– ¿Y no te importa en absoluto si me haces daño? -Apretó los labios-. Sé que he cometido un error. Extendí la mano y cogí lo que no debía. Tenía que haber tenido paciencia. Pero, por Dios, he tenido paciencia durante años. No soy un monje. Estabas allí y estabas dispuesta, y yo sabía que me marchaba y que quizá no volvería a verte… durante mucho tiempo.
– Te marchabas -repitió ella-. Sabías que te marchabas y aun así tomaste lo que te ofrecí. ¿Qué me importa que tomaras mi cuerpo? Eso no tiene ninguna importancia comparado con el hecho de que me mintieras. Si de verdad tanto te importaba, habrías encontrado la manera de llevarme contigo dondequiera que fueses. Yo nunca te habría abandonado. Predicas sobre la confianza y tú ni siquiera me dijiste nada de Sinan.
– No sirve de nada hablar contigo. No me escuchas. Muy bien, entonces abrázate fuerte a tu dolor. Apártame de ti. Pero cuando lleguemos a Maysef, obedéceme. Podría salvar nuestras vidas. -Se dirigió hacia la puerta-, Y mientras estés a bordo de este barco, permanece en el camarote. Si necesitas tomar el aire, dímelo y te escoltaré. No te metas entre los marineros tú sola.
– No soy estúpida. Ya sé que a los hombres solo les importa una cosa de las mujeres.
– A algunos hombres. Si eso hubiese sido lo único que yo quería de ti, lo habría obtenido hace años. -Abrió la puerta-. Enviaré a Haroun con algo de comida para que desayunes.
La puerta se cerró tras él con una fuerza tal que pareció casi un portazo. Estaba enfadado. Bien, eso era bueno. La rabia lo distanciaría. El ligero malestar que sentía era solo el recuerdo persistente de aquella época en la que se preocupaba hasta por cada vez que respiraba.
Aquellos tiempos habían pasado.
– ¿Me has mandado llamar? -preguntó Kadar.
– Estoy volviéndome loca aquí encerrada. -Selene lo fulminó con la mirada-. No tengo nada que hacer. En Montdhu tenía llenas todas las horas del día. Llevamos cuatro semanas en este barco. ¿Cuándo llegaremos a Hafir?
– Dentro de otras dos semanas, quizá. ¿Haroun no te entretiene? Te envié un tablero de ajedrez que pedí prestado al bueno del capitán.
– Hace lo que puede. No se puede estar jugando al ajedrez a todas horas. -Frunció el ceño-. Además, siempre gano yo.
– Pobre Haroun. No hay muchos jugadores que puedan igualarse a ti. Te ofrecería mis servicios, pero me dejaste bien claro que no querías nada de mí. -Arqueó una ceja-. ¿No habrás cambiado de idea, verdad?
– No he cambiado de idea. Pero juegas bien al ajedrez. ¿Por qué engañarme a mí misma? Es culpa tuya que yo tenga que soportar este interminable y aburrido viaje.
– Y mi deber es hacerlo menos aburrido. -Hizo una reverencia-. Reconozco mi responsabilidad. Estoy a tu servicio. ¿Saco el tablero?
– No. -Se puso en pie-. Quiero salir a la cubierta. Creo que me voy a ahogar si permanezco un minuto más en este camarote.
– Podrías haberme llamado antes. Te he estado esperando -dijo él con una sonrisa-. Esperarte parece haberse convertido en la vocación de mi vida. -Le abrió la puerta-. El sol brilla hoy con fuerza. No estés mucho tiempo fuera.
Necesitaba esa claridad. Aspiró hondo el aire fresco y salado y miró con satisfacción los rayos de sol reflejados en el azul del mar.
– No quiero volver a meterme ahí.
Kadar se quitó el gorro de la cabeza y se lo caló a ella.
– Por lo menos cúbrete la cabeza. Esa cabellera pelirroja es como un faro, y ya atraes suficientemente la atención.
Por primera vez percibió las miradas que recibía de los marineros. Parte de su alegría se desvaneció.
Kadar la llevó con presteza a la barandilla y se posicionó entre ella y todos los demás.
– Mira las gaviotas.
– ¿Estamos cerca de tierra firme?
– Puedes verla en el horizonte. -Apuntó con el dedo-. Eso es Italia.
– Donde vive el papa.
– En Roma, sí.
– Estuviste allí el año pasado para vender nuestras sedas.
Él asintió.
– Duros negociantes. Prefiero tratar con los españoles.
– Quería ir contigo. Quería ver Roma y Nápoles. Quería verlo todo. Y no me llevaste contigo.
– Quizá debería haberte dejado venir. -Hizo una mueca-. Siempre es igual, como de costumbre. -Bajó la voz-. Si hubieras venido, te garantizo que no te habrías aburrido.
Sintió el calor quemándole las mejillas.
– ¿Te refieres a la copulación? No me pareció gran cosa. Tampoco se puede pasar uno semanas copulando.
– Pero hay que intentarlo -murmuró él-. Creo que conozco suficientes variaciones como para estar entretenidos durante todo ese tiempo. ¿No te he contado nunca que cuando era un niño trabajé en una casa de placer en Damasco?
Ella abrió los ojos.
– No, no me lo habías dicho.
– Seguramente lo consideré inapropiado para tus oídos vírgenes. Pero ya no eres una virgen, ¿no es así? Así que puedo hablarte de Jebra, que se pasaba más tiempo de rodillas que tumbada. O de los intensos besos que pueden dar más placer que…
– No me interesa.
– Sí que te interesa. Posees un gran entusiasmo por la vida, y tienes la curiosidad de un gato por todo lo que te rodea. Pero hasta ahora estabas mirando desde fuera. -Sonrió-. Igual que yo en la casa de placer durante los primeros meses. Entonces decidí que si tenía algo que aprender, pondría todo mi ser en la labor. Descubrí que hay muchos caminos que explorar, tanto luminosos como oscuros.
– ¿Luminosos y oscuros?
– Ah, estás intrigada. -La miró atentamente a la cara-. Si quieres, puedo conducirte por el camino oscuro. No muy profundo, o te volverás…
– No. -Apartó la mirada y respiró hondo-. Te he dicho que no quería hablar de esto.
– Pero considero mi deber distraerte. Ir rozando las aguas oscuras produce fascinación en la mayoría de la gente. No te preocupes, te sacaré a flote. Nunca dejaré que te hundas.