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– No voy con Nasim. Voy a dar un paseo por el patio. Volveré antes de una hora.

Procuró esconder su alivio.

– No me importa adónde vas.

– Dios mío, qué obstinada eres. -Suspiró-. A veces desearía que no fueras tan fuerte. Me lo harías mucho más fácil.

Ella no se sentía fuerte. Se sentía vapuleada. Él nunca le había hablado antes de su pasado ni de sus luchas anteriores. Ver más allá de esa fachada fría y burlona hacía que ella se sintiera infinitamente más cerca. No lo quería tan cerca.

– Si quieres dar un paseo, vete. -Recogió el vestido del suelo y empezó a coser-. No vuelvas esta noche. No quiero que me despiertes.

La noche era fresca y clara, la luna llena inundaba de luminosidad plateada las piedras grises del patio. Era el tipo de noche que Kadar odiaba en la época en que realizaba su adiestramiento. Era difícil moverse con la mortífera invisibilidad que Nasim requería en una noche semejante, y errar terminaba en castigo inmediato y brutal. Pero había aprendido, la luz de la luna solo significaba reajustes, distracciones y un…

– ¿Conque te ha liberado de tus labores de mujer, eh?

Kadar se dio la vuelta y vio a Nasim acercándose hacia él.

– Me he liberado yo mismo. -No le sorprendía que Nasim supiera lo que ocurría tras una puerta cerrada. La principal ocupación de Nasim consistía en conocer todo lo que ocurría a su alrededor-. Necesitaba un poco de aire fresco.

– ¿Por qué le permites que te deshonre de este modo?

– Aprender una nueva habilidad nunca es un deshonor. Puede que me sea de utilidad en el futuro.

– ¿Deseas hacer más vestidos para mujeres? -preguntó Nasim con desprecio cuando llegó hasta él.

– No, pero coser un vestido requiere la misma destreza que coser una herida. -Miró a Nasim-. ¿Qué quieres?

– A lo mejor yo también necesito aire fresco.

– En ese caso irías a la muralla, como solías hacer. Apostaría a que me has visto desde allí y has decidido reunirte conmigo. ¿Por qué?

– Creo que me estás haciendo perder el tiempo -dijo secamente-. Estás aquí para hacerme un servicio y pasas el tiempo con una mujer, cosiendo.

– Ya discutiremos el servicio cuando llegue tu mensajero. ¿Por cierto, sabes algo de él?

– No, pero discutiremos sobre el servicio ahora. Necesito tu palabra.

Kadar hizo un gesto negativo.

– Me darás el servicio que prometiste a Sinan, y por el mismo motivo. -Nasim sonrió maliciosamente-. Si no accedes, pondrás a tus amigos de Escocia en una situación de lo más incómoda. Tendré que decidir entre arrasar el castillo yo mismo o enviar a los Templarios para que lo hagan por mí. ¿Dudas acaso de que lo haría?

– Entonces dame tu palabra.

– Siempre me has dicho que las mentiras son el arma de un hombre inteligente.

– Pero esa lección nunca la aprendiste. Tú no faltas a tu palabra, y quiero que te pongas esa cadena. Dame tu palabra o enviaré a Balkir y un ejército a Montdhu al amanecer.

El bastardo iba en serio. No le quedaba otro remedio.

– Muy bien, tienes mi promesa de hacer un trabajo para ti.

– Sabía que aceptarías. -Sonrió-. Además he pensado en una tarea útil y divertida que podemos realizar mientras esperamos.

– Te he prometido solo un servicio.

– Bueno, creo que en esto me complacerás. -Elevó la mirada hacia el cielo-. Esta noche hay luna llena, es una buena señal. Los adivinos dicen que la luna llena hace la tierra más fértil y trae buenas cosechas.

– A ti no te importan las buenas cosechas. Tú cobras tributo.

– Cierto. Pero últimamente me interesa la fertilidad. También es una sorpresa para mí. -Permanecía con la mirada fija en el cielo nocturno-. Sinan deseaba que le sucedieras como amo aquí, ya lo sabes. Hablábamos de ello a menudo. Yo aprobé su plan. Sería estimulante controlarte igual que a Sinan. Una palabra mía y te plantarías en tu puesto como cabecilla de los asesinos.

– No me atrae nada la idea. Es demasiado limitado.

– Mientes. Pero eres obstinado. Podrías seguir haciéndolo a tu manera.

– Cuenta con ello.

– No cuento con nada que no me guste. Sin embargo, debo tomar precauciones. Los hombres mueren.

– Nadie lo sabe mejor que tú.

Nasim se echó a reír.

– Sí, he hecho un estudio sobre la muerte. Un maestro deber ser capaz de aprovechar estos conocimientos para algo que valga la pena. No he encontrado un acólito como tú, Kadar. -Su sonrisa se desvaneció-. Así que he decidido que me proporciones otro.

– ¿Y cómo habría de hacerlo? -preguntó con recelo.

– La mujer. -Nasim frunció el ceño-. Aunque me ha contrariado atándote a la aguja y el hilo. Eso constituye un insulto para mí.

– No tiene nada que ver contigo. No veo la relación.

– Todo lo que tú haces está relacionado conmigo, porque yo he decidido que así sea. -Hizo una pausa-. Por eso llevarás a la mujer a la torre cada noche durante las próximas dos semanas.

Kadar se quedó inmóvil.

– Te he dicho que no tiene nada especial, está muy por debajo de ti.

– No debe tener nada de especial, ya que duermes en el suelo en lugar de en su lecho.

– Ella no me interesa.

– Pero a mí sí. Es atrevida, y siempre es emocionante vencer a los valientes. -Sonrió de nuevo-. Sin embargo, me temo que deberás interesarte en ella. Eres tú quien copulará con ella.

– ¿Por qué?

– Quiero un hijo suyo. Tu hijo.

Kadar respiró profundamente.

– ¿Qué locura es ésta?

– No puedo ser padre. Lo he intentado con varias hembras, pero sin resultado. -Levantó la barbilla-. No tiene nada que ver con mi hombría. He llegado a la conclusión de que cuando un hombre está dotado con poderes especiales, a veces Alá no ve con buenos ojos que se comporte como los demás hombres. Aunque eso no significa que no pueda obtener lo que quiero. Si no puedo moldearte, tomaré un sustituto.

– No tengo ningún deseo de preñarla.

– Ya, ya, ella no está interesada en ti. No obstante, ocurrirá.

Kadar se dio cuenta con frustración de que Nasim lo tenía todo decidido y de que era inútil discutir con él una vez que había tomado su decisión. Tendría que dar un rodeo.

– Si deseas que tenga un hijo, envía una ramera a la habitación de la torre. Al menos tendrá la habilidad de divertirme.

– A nuestras rameras les falta temple. La mujer extranjera tiene la valentía que busco.

– Detestas su descaro.

– En una mujer, no en el hijo que traería al mundo.

Probó con otra táctica.

– A lo mejor sale una hembra. ¿Qué harías entonces?

– Matarla. Las perras no sirven para nada. Pero nunca engendrarías una hembra, Kadar. Somos demasiado parecidos.

– Yo no deseo a esa mujer.

– Lo harás. ¿Recuerdas el aposento de la torre, Kadar?

La mirada de Kadar se dirigió hacia la torre. Sí, lo recordaba. El dulce aroma a hachís, cuerpos desnudos en cojines de seda, actos de libertinaje supremo. Sintió cómo se excitaba solo con recordarlo.

– ¿Lo ves? -Nasim sonrió maliciosamente-. Ocurrirá.

Eso era lo que se temía.

– ¿Y qué pasará si me niego?

– En ese caso ella se preñará de todas formas, pero de alguno de mis hombres, menos valiosos que tú. De hecho, podría ponerle entre los muslos a un hombre diferente cada noche y que el destino decida quién será el padre, ¿Crees que lord Ware la aceptaría de vuelta tras un mes con semejante trato?

– ¿Y si ella no es fértil? ¿Retrasaré tu misión para aparearme con una simple mujer?

La sonrisa de Nasim desapareció.

– Nada te causará retraso alguno. Cuando llegue el mensaje, te irás. Ya he esperado demasiado. -Se dio la vuelta y atravesó el patio indignado-. La torre. Mañana, al anochecer.