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Kadar lo observó hasta que desapareció dentro del castillo. Por los clavos de Cristo, Nasim no podía haberlo puesto ante un dilema peor. Selene luchaba por distanciarse, ¿cómo iba a pedirle sin más que copularan hasta concebir un hijo? Le tiraría algo más que un vestido.

Maldita sea, y justo cuando ella había empezado a ablandarse un poco.

Pero en él no había amago de suavidad en ese momento; estaba duro como una piedra, y se estaba excitando por momentos. Era exactamente la respuesta que Nasim había esperado. Sin embargo le gustaría estar tan seguro de los motivos de Nasim como lo estaba de sus manipulaciones. ¿Realmente deseaba un acólito con la sangre de Kadar, o lo que en realidad quería era hundirlo en lo más profundo del cenagal?

En otra época le habían ofrecido beneficios sexuales como aliciente y recompensa, y Kadar se había deleitado con ello.

Nasim recordaría ese hecho igual que recordaba todo lo demás. Era un arma potente que no dudaría en blandir.

Los ojos de Kadar se fueron de nuevo a la torre.

La torre. Mañana, al anochecer.

– No lo haré. -Selene se puso en pie de un salto, como aguijoneada-. No seré una esclava ni haré lo que ese hombre pide. Nunca volveré a ser una esclava.

– Ya te he hablado de las consecuencias si te niegas. Admite que al menos soy la alternativa menos ofensiva. -Kadar hizo una mueca-. O quizá no quieras admitirlo. Pero te juro que yo no he planeado esto.

Ella lo sabía. Kadar podría intentar seducirla, pero nunca la obligaría a acostarse con él. Aunque saberlo no aplacaba su rabia.

– ¿Se cree que voy a llevar a tu hijo en las entrañas y que luego voy a entregárselo? ¿Está loco para creer que haría tal cosa?

– Se lo llevaría… si fuera un niño. Si fuera una niña, la mataría.

El horror hizo presa en ella.

– Estás tan tranquilo. Lo aceptas.

Él negó con la cabeza.

– Estoy tranquilo porque nunca lo aceptaría. No sucederá. Jamás un hijo mío estará sujeto a la voluntad de Nasim.

Su rabia decreció un poco.

– ¿Y cómo podremos evitarlo?

– Todavía no tengo la respuesta. A lo mejor no tenemos que evitarlo. Dos semanas no es tanto tiempo. Muchas mujeres no conciben de forma inmediata.

– A Thea le costó años. -Se vio golpeada por otra oleada de ira-. No tiene ningún sentido. Es un hombre viejo. Puede que no viva para ver crecer a un niño.

– Es posible que el niño no sea su objetivo.

– ¿Qué quieres decir?

Encogió los hombros.

– Sabe que la torre me traerá recuerdos de mi vida pasada. Sabe que a ti no te trato como a las demás mujeres. Si me obliga a tratarte así en ese aposento, será una victoria para él. Podría pensar que me ha arrastrado por el camino oscuro.

– Dios mío, es un demonio -susurró.

– Efectivamente.

– Y yo seré un peón en esta batalla entre vosotros. -Le lanzaba dardos con la mirada-. No seré un peón. No lo haré,

– Muy bien. Entonces, mañana al anochecer no iremos a la torre.

– ¿Y qué pasará?

– Mandará un hombre por ti y yo lo mataré. Enviará dos y también los mataré. -Añadió con tranquilidad-: Pero no puedo luchar contra todos ellos, Selene. Al final me matarán ellos a mí.

– Nasim no permitirá que eso ocurra.

– Quizá no quieran matarme, porque soy muy bueno. Tendrían que asesinarme antes de que yo te tomara contra tu voluntad.

Y era verdad.

– No, deberías dejar que me tomaran. Copular no significa nada. No les daría la victoria.

– Puede que no -añadió simplemente-, pero yo no podría soportarlo.

Y moriría en el intento de evitarlo, pensó con estupor.

– ¿No hay manera de parar todo esto? ¿Y si vamos a la torre y no hacemos nada?

Negó con la cabeza de nuevo.

– Hay una mirilla en la estancia contigua que permite a Nasim observar cuando lo desea.

– ¿Cómo lo sabes?

– Yo también he mirado. Muchas veces. A veces mirar es excitante.

El calor le subió por las mejillas cuando se imaginó a Kadar mirando cuerpos desnudos, retorciéndose.,.

– Eres tan depravado como ese viejo malvado -dijo con aspereza.

– En esto podría haber sido más depravado. Por eso quiere atraerme de nuevo al deporte cinegético.

– ¿Deporte cinegético? ¿Con una mujer como presa?

Maldijo en voz baja.

– ¿Qué quieres que te diga? Sí, era cazador, y las mujeres eran la presa. Pero a ti nunca te he tratado como a una presa.

– Sin embargo, Nasim espera que lo hagas.

– Por supuesto, y no te voy a mentir. No sé cómo te usaré si accedes a la demanda de Nasim. Es muy fácil perder el control en la habitación de la torre.

– ¿Y satisfacer a ese horrible hombre?

– También satisfacerme a mí mismo. Seguramente no estaría pendiente de Nasim ni de nadie más. -Se puso de rodillas y se acurrucó en su jergón en el suelo-. No sirve de nada seguir hablando. Te he dado la oportunidad de hacer tu elección. Piensa en ello y dame tu decisión por la mañana.

¿Elección? ¿Qué elección? La muerte de Kadar o permitir que poseyera su cuerpo. Se deslizó entre las sábanas, se sacó el vestido por la cabeza y lo tiró al suelo. Por si era poco dejarlo que poseyera su cuerpo, encima tendría a ese aborrecible viejo mirándolos…

Volvió la mirada hacia Kadar, que se encontraba junto a la chimenea. Tenía los ojos cerrados, pero no estaba dormido. Ella siempre sabía cuándo el sueño se lo arrebataba.

Se lo arrebataba.

¿De dónde había salido esta idea? Nadie podía arrebatarle lo que no era suyo, además ella lo había rechazado. Pensar así de Kadar se había convertido en un hábito. No estaban unidos. Ella se pertenecía solamente a sí misma, al igual que él.

Pero si acudía a la habitación de la torre, se unirían en cuerpo aunque no se unieran en alma. Él entraría en ella como aquella noche en Montdhu. La tocaría y encendería esa extraña y abrasadora oleada de calor que invadía todo su ser.

Pero esa emoción no había durado mucho. Cuando él dejó su cuerpo ella todavía era Selene. El mundo no había cambiado porque ellos hubieran copulado.

Sin embargo, el mundo sí cambiaría en caso de que mataran a Kadar si no copulaba con él. Si significaba tan poco, ¿por qué lo rechazaba?

Porque temía cualquier forma de acercamiento a él, temía que el vínculo que ella había roto se uniera de nuevo.

Bien, entonces tendría que reforzar las barreras que había levantado, porque no podía enfrentarse a la alternativa.

– Kadar.

– Sí.

– Iré contigo a la habitación de la torre.

Ella vio cómo se le tensaban los músculos, pero él no respondió.

– Pero debe acabar en cuanto veamos una salida.

– ¿Y si decides que no quieres terminar?

– Eso no ocurrirá.

El se volvió dándole la espalda.

– Dímelo cuando llevemos una semana en la habitación de la torre.

El olor era dulce, como a almizcle, vagamente familiar, y provenía de la habitación de la torre. Selene se detuvo antes de llegar al último escalón.

– ¿Qué es ese olor?

– Hachís. ¿Sabes lo que es?

– Huele a… algo conocido.

– Debería. Nicolás me ofreció hachís cuando estuve en la Casa de la Seda. Lo fumaba en ocasiones. Dicen que relaja y potencia las sensaciones.

– ¿Lo tomaste?

– No, fui allí para comprarte. Tenía que conservar el juicio, y sabía los efectos que el hachís puede causar en un hombre. -Paró frente a la pesada puerta de roble-. Nasim lo mantiene encendido en un brasero de cobre. No puedes evitar respirarlo. No es tan potente como si se fuma en una pipa, pero te afectará.