– ¿Cómo?
– Te relaja, aumenta la sensualidad, hace que todo te parezca más intenso. -La miró desde arriba-. ¿Estás preparada para entrar?
– No. -Le temblaban las manos cuando se le adelantó y abrió la puerta-. Pero tampoco lo estaré más tarde. -Entró en la estancia-. Si hay que hacerlo, hagámoslo y terminemos cuanto antes.
El aposento era redondo y sorprendentemente lujoso comparado con la austeridad del resto del castillo. Había solamente dos velas encendidas iluminando la tenue oscuridad de la habitación, pero pudo distinguir ricas alfombras que daban calidez al frío suelo de piedra, tapices con una cacería de león en el desierto ocupando la pared desde la puerta y dos divanes enfrentados con un montón de almohadones de seda en el centro de la habitación.
– Este aposento no parece pertenecer a este castillo.
– Dirigió sus ojos hacia el rincón donde estaba el gran brasero de cobre que Kadar había mencionado-. Creo que me estoy acostumbrando a ello. Ya no percibo el olor.
– Yo sí. -Alargó la mano y le desabrochó la capa. Se deslizó por sus hombros hasta el suelo-. Desvístete.
Ella permaneció sin moverse.
– ¿Nos está mirando?
Se estaba desvistiendo con rapidez.
– Probablemente.
– ¿Desde dónde?
– Quizás desde el tapiz. Desde los ojos del león.
Se dio la vuelta para observar el tapiz. La luz era tan tenue que solo podía distinguir la silueta del león.
– ¿Estás seguro de que está ahí?
– No, pero estoy convencido de que aparecerá en algún momento a lo largo de la noche.
Nasim estaba allí, mirando. Ahora sí pudo distinguir un brillo húmedo donde debería estar el ojo del león. La impotencia que sentía se convirtió de repente en furia. Esta vez no le permitiría que obtuviera la victoria.
– No me importa. ¿Me oyes, Nasim? No estoy haciendo esto porque me estés obligando. Es por mi voluntad. -Se despojó de sus vestiduras y se quitó las sandalias-. No siento vergüenza. La vergüenza es tuya. Mira todo lo que desees, viejo asqueroso.
– Selene. -Kadar se encontraba detrás de ella. Le posó las manos sobre los hombros. Unas manos cálidas y fuertes que le hicieron sentir un estremecimiento en todo su cuerpo.
Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho. Sentía bajo su mejilla el oscuro triángulo de vello mullido.
– Odio esto -susurró. -Me enerva de tal manera que le metería un palo en el ojo a través del tapiz.
– Ignóralo. -Le levantó la cara y la miró directamente a los ojos-. O demuéstrale que de verdad no tiene ningún poder sobre nosotros.
– Claro que lo tiene. Estaba mintiendo.
– Entonces hazlo realidad. -Bajó la cabeza lentamente hasta casi rozarla. Le tocó el labio inferior con la lengua-, Ayúdame y te prometo que te olvidarás de que está mirando.
Sintió algo extraño en el labio bajo la cálida humedad de su lengua; estaba como pesado, hinchado. Sus senos, presionados contra él, empezaban a sentir esa misma pesadez.
– ¿Qué quieres que haga?
– Ponte cómoda. Relájate. -La acercó hacia sí mientras deslizaba sus manos por la espalda, acariciándola-. Resultará más fácil si tú… No estás relajada. -Ella notaba su excitación presionando contra ella, dura, exigente.
– No tengo que estarlo. Recuerda, es de vital importancia que no lo esté.
El bajó las manos hasta coger sus nalgas.
– Te voy a levantar. Rodéame la cadera con tus piernas.
– ¿Por qué…? -Instintivamente lo estrechó con las piernas cuando él se hundió profundamente en ella. Cerró los ojos y se le cortó la respiración. La sensación era tensa, prolongada, ardiente-. Qué manera tan peculiar de… -El se estaba desplazando. Ella se agarró a él-. ¿Dónde…?
– Aquí. -Presionó su espalda contra el tapiz-. Nasim no puede vernos aquí. Solo cuando estamos de frente.
Nasim. Debería estar agradecida de que no pudiera verla, pero parecía no poder pensar. Su mente estaba concentrada en Kadar dentro de ella y en el suave tapiz donde se apoyaban sus nalgas.
Cuando Kadar empezó a embestir con frenesí dentro y fuera de ella, solo fue consciente de las sensaciones que invadían su cuerpo.
– Necesito más. Muévete.
Ella emitía suaves gritos ahogados desde lo más profundo de su garganta a medida que crecía la fiebre.
Él la alcanzó entre ellos, explorándola con el pulgar, encontrando lo que buscaba.
Ella le clavó los dientes en el hombro para sofocar un grito mientras su pulgar presionaba, jugueteaba, giraba.
– Ah, ¿te gusta?
No era capaz de responder. Los músculos abdominales se tensaban y relajaban con cada movimiento, y la tensión no paraba de crecer.
– Kadar, esto es…
– Lo sé. -Su mano la abandonó y la penetró más fuerte, más rápido-. Déjate llevar -le aconsejó entre dientes-. Lo estoy intentando, pero no sé si…
Liberación. Más fuerte y excitante que nada de lo sentido anteriormente. Ella se agarró a él con más fuerza. Las lágrimas le corrían por las mejillas.
– ¡Dios! -dijo él jadeando-. ¡Oh, Dios! -Se hundió en lo más profundo.
Ella apenas era consciente de los estremecimientos de él, de cómo arqueaba el cuerpo, solo se agarraba a él desesperadamente.
Él respiraba con dificultad.
– ¿Estás bien? ¿Te he hecho… daño?
Ella ignoraba si estaba bien o no. Se sentía como si acabara de atravesar una tormenta que había arrancado de raíz todo lo conocido y lo había lanzado a los cuatro vientos.
– ¿Selene?
– No me has hecho daño. Yo estoy… Ha sido…
– Calla. Pronto te sentirás bien. -Abandonó su cuerpo y cambió de postura. La llevó hacia el diván.
Suavidad bajo su cuerpo. Kadar junto a ella, acunándola.
– Al principio era agradable -susurró -. Esto último no ha sido… agradable. Parecía como si… no fuera yo misma. No sabía que sería así.
– No, agradable no es la palabra. Demasiado insulsa. -Le rozó los labios con los suyos-. Pero creo que tu placer ha sido tan intenso como el mío.
Sí, había habido placer, comprobó con satisfacción. La sensación había sido tan intensa que era difícil de identificar.
– ¿Será igual la próxima vez? ¿Es eso lo que sientes todas las veces?
– El placer está muy dentro de ti. -Ahuecó la mano para envolverle el pecho con ella-. Pero será igual cada vez.
– Ahora entiendo por qué yacías con todas las mujeres de Escocia.
El ahogó una risa.
– Me alegro de que me comprendas. -Se inclinó y le pasó la lengua por el pezón-. Pero me temo que me has dejado inservible para estar con otras mujeres.
El pecho de ella se hinchaba al sentir el roce de él, y sentía un cosquilleo entre las piernas.
– ¿Vas a…?
– Enseguida. Pero ya no hay urgencia. -Le hurgaba con los dedos entre los muslos-. Estaba pensando que antes podríamos jugar un poco.
– ¿Jugar? -En casa de Nicolás no había juego. Las uniones que ella había presenciado eran rápidas y brutales; luego el hombre dejaba la casa de las mujeres como si su pareja nunca hubiera existido-. ¿Qué vas a…?
Arqueó la espalda con un grito cuando él introdujo sus dedos en ella y empezó a moverlos.
– ¿Ves? -susurró Kadar-. Juega, Selene.
– Esto se te da realmente bien -dijo Selene somnolienta mientras se acurrucaba más junto a él-. Creo que apruebo tu aprendizaje en esa casa de Damasco.
– Me alegro. -Le rozó la cabeza con los labios-. Al menos un episodio de mi malvado pasado cuenta con tu aprobación.
– Pero que me haya gustado no significa que mis ideas hayan cambiado. Esto simplemente lo convierte en… tolerable.