Eso la asustaba.
– Solo es el viento. Volvamos al campamento y vayámonos a dormir.
– Espera un momento.
– Ahora.
– Eres una joven muy insistente. -Se giró y emprendió el descenso-. No hay nada que temer. Deberías dar la bienvenida a nuevas experiencias.
– Como por ejemplo encontrar una manera de entrar en un castillo enemigo para llevarse una estúpida caja. -Se puso a su lado-. ¿Cuándo irás?
– Mañana por la noche. A medianoche. Escalaré el muro sur.
– ¿Solo?
– Estaré más seguro yo solo. Nasim tenía razón en eso.
– Entonces que hubiera venido él.
– Creo que tenía miedo.
– ¿Cómo?
– Nunca hubiera imaginado que temería algo, pero me parece que tenía miedo de venir aquí. Interesante, ¿verdad?
Más aterrador que interesante.
– ¿Así que te mandó a ti para resolver esta situación? Ya sabes que Tarik suele devolver a los hombres de Nasim en pedazos. No has hecho ningún intento de esconder nuestra presencia aquí. ¿Y si descubre que hay extraños en las inmediaciones?
– Ya lo sabe.
Ella lo miró estupefacta.
– Nos han estado vigilando desde esta mañana. Tiene que haber sido Tarik.
– ¿Y aun así piensas ir al castillo mañana por la noche?
Asintió.
– ¡Dios mío, tu sí que eres un auténtico loco! -dijo ella procurando mantener la voz firme-. ¿Por qué?
– Me está esperando.
– Entonces déjalo que espere.
– Entonces no habría desafío.
– Al cuerno con tu desafío.
Continuó como si no la hubiera escuchado.
– Le diré a Balkir y a sus hombres que me esperen cerca del muro sur. Que deje solamente un guardia para Haroun y para ti. Será tu mejor oportunidad para escapar. Corre por el bosque y escóndete. Yo te encontraré.
¿Se suponía que ella tenía que escapar mientras él estaba en el castillo de Tarik?
– Me niego.
– Será mejor para mí no tener que preocuparme por ti.
– Es que yo quiero que te preocupes por mí. Deberías preocuparte. Estamos aquí por tu culpa. Si estuvieras preocupado de verdad no estarías tan deseoso de arriesgarte por hombres que… -Interrumpió la frase para tomar aliento-. No me iré hasta que hayas regresado.
Si es que regresaba.
– Volveré -aseguró, como si le hubiera leído el pensamiento-. Hay algo esperando aquí, pero no creo que sea… -Se encogió de hombros-. Aunque podría estar equivocado. La muerte se enmascara de muchas formas para engañar a un hombre.
Ella apretó los puños.
– No te atrevas a morirte. Ni se te ocurra.
– Procuraré complacerte. -Se habían detenido junto a la tienda de ella-. Hay algo que debo preguntarte.
– Entonces pregúntamelo.
– ¿Estás encinta?
– ¿Te detendría si lo estuviera?
– No, pero necesito hacer planes y encontrar un sacerdote que nos case. Tengo que ocuparme de mi hijo.
Haría planes para protegerlos a ella y al niño, pero de todas formas seguiría su camino, igual que lo había hecho aquella noche en Montdhu. No lo permitiría.
– No me casaré contigo. No estoy encinta.
– ¿Estás segura?
No lo estaba del todo. Le tocaba tener su menstruación, pero solía retrasarse, ya le había ocurrido otras veces.
Podría ser cierto.
– Naturalmente que estoy segura.
El torció el gesto.
– Sé que debería estar aliviado, pero da la casualidad de que estoy desilusionado. Últimamente he estado imaginándote encinta, cómo estarías, cómo te sentirías… -La empujó suavemente dentro de la tienda y levantó su manta-. Ya está bien. Ahora acuéstate y duérmete… si puedes.
– Claro que podré. -Se arrodilló en su jergón y le arrebató la manta de sus manos-. ¿No creerás que me voy a quedar aquí tumbada preocupándome por ti? Esta noche estaba intranquila, simplemente.
– Deberías preguntarte por qué. ¿Era preocupación o escuchaste lo que yo…?
– Ninguna de las dos cosas. Se debía al dolor de tripa que me causó el estofado de conejo que cené. -Se acurrucó y cerró los ojos.
El sonrió por lo bajo, divertido.
Pero cuando ella abrió los ojos unos minutos después, él ya no sonreía. Se encontraba arrodillado en su manta, a unos pocos metros de la tienda. Tenía la cabeza alzada al cielo nocturno.
Estaba escuchando.
Kadar subió los últimos metros hasta coronar la muralla.
No había guardia.
Demasiado fácil.
Se quedó helado en el sitio, rastreando con la mirada el patio que tenía bajo sus ojos. Había soldados en la puerta y en el otro lado de la muralla, pero no donde él estaba.
¿Por qué?
No importaba. Ahora no podía dejarlo. Crecía su nerviosismo con cada respiración. Se movió en silencio por las almenas, abrió la puerta de roble y emprendió el descenso por las serpenteantes escaleras.
No había ninguna antorcha iluminando la espesa negrura, pero estaba acostumbrado a la oscuridad. Apretó con la mano la empuñadura de su daga.
¿Dónde estás, Tarik? ¿Al doblar esta esquina? ¿Al pie de las escaleras?
Comprobó casi con decepción que no había nadie al final de la escalera. Se movió con rapidez por el salón.
Segunda puerta a la izquierda, le había indicado Nasim.
Se paró bruscamente.
La puerta estaba abierta.
– Entra. Entra. -De la habitación salía una voz profunda que sonaba impaciente-. Tengo que cerrar esta puerta. Hay una corriente tremenda.
Kadar avanzó con cautela.
– Date prisa.
– ¿Tarik?
– Naturalmente. Y ten la amabilidad de quitar la mano de esa daga. No estoy armado.
Kadar se encontraba todavía al otro lado de la puerta.
¿Cómo había sabido Tarik que tenía la mano empuñando la daga?
– Has venido a robar, Kadar. Es lógico que lleves un arma, y tu preferida siempre ha sido la daga. Ahora entra. Ya sabes que te resulta difícil no satisfacer tu curiosidad una vez que te ha picado.
Tenía razón. Kadar desenfundó su daga, dio un paso hacia delante y se plantó en el umbral de la puerta.
– Vaya, vaya, pareces un temible asesino. -Tarik estaba tranquilamente sentado sobre unos almohadones al otro lado de la estancia-. Cuando termines de comerme con los ojos, por favor cierra la puerta.
Kadar había sido entrenado para no hacer nunca suposiciones, pero debía habérselas hecho sobre Tarik, porque se sorprendió. No parecía ser el temible guerrero capaz de provocar temor en Nasim. Era delgado, quizá cerca de los cuarenta, y vestía una túnica de color morado. La tenue luz del fuego de la chimenea iluminaba un cabello negro carbón con un acabado mate. Su rostro era lo más convincente. Tenía la frente ancha y alta, la nariz aguileña y una expresión burlona en los oscuros ojos que dominaban el rostro de piel dorada. No era una cara atractiva, pero la viveza y la inteligencia de su expresión la hacían fascinante.
– ¿Suficiente? -preguntó Tarik-. Ambos nos hemos tomado ya la medida. Ahora podemos relajamos.
– ¿Podemos?
– Qué cauto eres. No tengo soldados detrás de la puerta listos para saltar sobre ti. Habrían estado esperando en el muro sur si hubiera querido interceptarte.
– Pensé que era demasiado fácil. ¿Cómo supiste que elegiría el muro sur?
– Es el que yo habría elegido. -Sonrió-. Y eres un hombre muy inteligente, Kadar.
– ¿Cómo es que conoces mi nombre? -Cerró los ojos cuando le vino a la cabeza un pensamiento-. ¿Nasim?
– ¿Crees que Nasim te ha traicionado? -Negó con la cabeza-. Veo cuál es tu razonamiento. Nasim es traicionero y enrevesado, pero te aseguro que no me ha enviado mensaje alguno.