– No puedes estar seguro de que no ocurrirá de nuevo.
– Lo único que sé es que tiene más oportunidades bajo mis cuidados que bajo los tuyos. -Añadió con rotundidad-: Ambos sabemos que nunca lo habrían herido si tú no hubieras abandonado el castillo.
Eso fue como si la hubiera golpeado.
– Tarik -dijo Kadar en tono de advertencia.
– No deseo herirla, pero no he dicho ninguna mentira.
– Fue decisión mía ir a buscarla.
– Deja de defenderme. -Selene tragó saliva para suavizar la garganta reseca-. Tiene razón. Fue culpa mía. Pero eso no significa…-Las caras se volvieron borrosas. No podía continuar en esta habitación sin romper a llorar como una niña-. Tengo que marcharme. Necesito… he olvidado…
Salió corriendo de allí en dirección al salón.
Estaba ya en la escalera cuando sintió una mano en el hombro.
– Detente -pidió Tarik-. No puedo bajar esas escaleras tras de ti sin caerme rodando. ¿No te apiadarías de un pobre viejo lisiado?
Ella ni siquiera lo miró.
– No, tú no necesitas mi piedad. Incluso lisiado, puedes mantener a salvo a Kadar mejor que yo. Tenías razón. Fue culpa mía que…
– Ya está bien. Yo también me siento bastante culpable. Los dos sabemos que utilicé aquellas duras palabras con el propósito de hacer las cosas a mi manera.
– Palabras verdaderas.
– Verdaderas pero crueles. Ahora date la vuelta y déjame ver si mis palabras te han aliviado.
Se dio la vuelta despacio y se puso frente a él.
– ¿Por eso has venido tras de mí?
– En parte. Te he tomado mucho afecto. No me gusta verte sufrir.
Sus palabras parecían sinceras y su expresión era la más amable que había visto nunca en él.
– De todas formas lo hiciste deliberadamente.
– No por mi voluntad. Nunca te haría daño a sabiendas, Selene.
Su tono tenía una nota de tristeza y finalidad que la hicieron desconfiar.
– Dijiste que calmarme era solamente parte del motivo por el que me has seguido.
Asintió.
– Habla.
– Quiero que abandones el castillo. Te proporcionaré un guardia, oro y una manera de salir de aquí bastante más segura que la que elegiste la otra vez. Hay un túnel bajo las mazmorras que termina en el bosque a varias leguas de aquí. Haroun y tú podríais llegar a Escocia antes que las tormentas invernales.
– Haroun y yo -repitió lentamente-. Kadar no.
– Kadar se queda aquí.
– No me iré sin él.
– Estará muy seguro. Una vez que tú estés a salvo lejos de aquí, lo sacaré de la misma manera.
– ¿Entonces por qué no le permites que venga conmigo?
Hizo un gesto negativo.
– ¿Por qué?
– Me hiciste una promesa. Juraste hacer cualquier cosa que te pidiera si salvaba la vida de Kadar. Lo he salvado. Ahora te pido que cumplas tu palabra.
– Yo no soy Kadar, que obedece las promesas a ciegas. ¿Crees que voy a permitir que maten a Kadar por cumplir alguna misión que tú le encomiendes?
– ¿Preferirías que lo mataran por protegerte?
Sintió una punzada de dolor.
– Eso no es justo. No tendría por qué pasar otra vez.
– Ojalá pudiera creerte. Pero no puedo. El no estará seguro hasta que tú estés a salvo de vuelta en Montdhu.
– Te lo dije, nada le habría sucedido si todo hubiera ido de acuerdo a mis planes. Ignoraba que Nasim vendría a…
– Cierto, pero las circunstancias rara vez pueden manipularse. Las cosas salen mal y todo el mundo tiene su punto débil. Tú eres el de Kadar.
– Yo no soy el punto débil de nadie -dijo erizándose-. Y desde luego no el de Kadar.
– Casi pierde la vida por ti. Y lo haría de nuevo sin dudarlo. Nasim lo sabe igual que yo. Tengo que quitarte de en medio. En este momento no puedo permitirme tenerlo amenazado ni distraído. -Hizo una pausa-. Estoy diciendo la verdad. Y lo sabes. Eres un peligro para él. Admítelo, Selene.
Pero ella se negaba a admitirlo. Quería rebatirle, decirle… ¿qué? Tenía razón. Casi había causado la muerte de Kadar. Nasim la había utilizado antes e intentaría utilizarla de nuevo.
Notó cómo las lágrimas le escocían en los ojos y se dio la vuelta precipitadamente.
– ¿Cuándo quieres que me marche?
– Esta noche. Cuanto antes, mejor.
– No. Kadar no está bien del todo. Todavía me necesita.
Tarik negó con la cabeza.
Ella levantó la cara e intentó sonreír.
– Está bien, me iré. De todas formas pensaba dejarlo. Era solamente una cuestión de tiempo. -Tenía la voz temblorosa y pugnaba por darle firmeza-. Y no me mires como si hubiera sido la única que lo ha herido. Estoy bien. Es exactamente lo que quería hacer.
– ¿En serio?
– Por supuesto que sí -dijo dándose la vuelta-; Estaré lista para partir después de darle la cena a Kadar esta noche. -Se volvió para mirarlo y dijo con valentía-: Pero estás mintiendo. Si le ocurre algo por tu culpa, volveré y te arrancaré el corazón.
– No le pasará nada -dijo él suavemente-. Te lo prometo, Selene. Deseo que esté bien y a salvo tanto como tú.
Le creía. Lo decía en serio. Pero eso no significaba que consiguiera proteger a Kadar.
– ¿Cuándo lo sacarás de aquí?
– Mañana por la noche. Cuando tú estés a salvo.
– ¿Tienes algún lugar seguro donde esconderlo de Nasim hasta que se recupere?
– Lo tengo -respondió-. Sé que te es difícil dejarlo marchar, pero es por el…
– No es difícil. Simplemente no me parece prudente que después de lo que he luchado por su vida vengas tú a ponerla en peligro otra vez. -Empezó a bajar hacia el salón-. Ahora volveré con él. Haz tus preparativos.
– Así lo haré. -Le siguieron sus palabras-: Una cosa más. No le digas palabras de amor. No tiene que ser un adiós dulce. No debe seguirte.
– Yo no lo amo… -No logró terminar. Ella sí amaba a Kadar. Siempre lo había amado y, con la ayuda de Dios, seguramente siempre lo amaría. Le habían sucedido muchas cosas como para seguir negándolo. Se había protegido contra el temor de que algún día la dejara, y mira dónde la había llevado-. No importa si lo amo o no. Lo estoy haciendo porque es lo mejor para él. No cambia nada.
– Puede cambiarlo todo. Pero no debe ser así en este caso. Estás mejor lejos de él.
Lejos. Separada. Sintió una oleada de soledad.
– Estoy de acuerdo, pero no porque tú lo digas. -Sentía su mirada en la espalda mientras se apresuraba por el pasillo.
Kadar dejó de mirar por la ventana cuando ella entró en su aposento. La miró fijamente, como examinándola.
– ¿Estás bien?
– ¿Por qué no habría de estarlo? ¿Crees que unas cuantas palabras hirientes pueden hacerme daño? -Abrió la cama-. Es hora de que duermas la siesta. Hoy ya llevas mucho tiempo levantado.
– Tarik no debería haber dicho eso. Fue decisión mía. El fallo fue mío.
– Por supuesto que lo fue. Yo no podía pensar con claridad. Me di cuenta inmediatamente, en cuanto reflexioné sobre ello. -Le hizo un gesto señalando la cama-. Ahora ven y acuéstate. Tarik cree que estás bien, pero yo no lo creo.
Él dudó, luego atravesó la estancia y se sentó en el borde de la cama.
– En realidad no necesito descansar. Últimamente no he hecho otra cosa.
Lo obligó a recostarse y lo arropó con la sábana.
– Deja de hablar y cierra los ojos.
– No me voy a dormir.
– Cierra los ojos,
– Entonces no podré verte. No querrás privarme de mi único placer, ¿verdad?
Él sonreía intentando convencerla y ella no pudo resistirse. No sabía cuándo volvería a ver esa sonrisa de nuevo.