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– No se dará por vencido.

– Lo hará si se imagina que nos las arreglamos para esquivarlo y que ya no estamos aquí. Por eso no debemos hacer ningún movimiento.

– ¿Cómo sabremos cuándo se marcha?

– Antonio se desenvuelve muy bien en el bosque, pero no lo dejaré salir hasta que crea que es seguro.

– Por supuesto que no. -Lo último que deseaba era poner en peligro a otra persona inocente. Su carga de culpabilidad era ya demasiado grande.

Cerró los ojos. Que no le pase nada. Por favor, que Haroun esté a salvo.

Al día siguiente pasaron jinetes en dos ocasiones a pocos metros de la cueva. En una de ellas dos jinetes desmontaron y anduvieron por los matorrales para aliviar sus necesidades.

Pero no descubrieron la entrada.

El tercer día Layla envió a Antonio a hacer un reconocimiento.

Cuando regresó unas horas más tarde hizo una negativa con la cabeza.

– Todavía están aquí. Pero están acampados en el límite del bosque hacia el oeste. Puede que se estén preparando para marcharse.

– ¿Haroun? -preguntó Selene-.¿Lo tienen prisionero?

– No lo he visto en el campamento.

El temor la hizo estremecerse.

– No pienses lo peor -recomendó Layla-. Puede que sean buenas noticias. Podría estar escondido en el bosque. Ahora siéntate y tómate estas bayas que Antonio nos ha traído.

– No tengo hambre.

– Cómetelas de todas formas. Apenas has probado bocado en estos últimos días. Si Haroun ha muerto, no habrá sido en vano. El niño debe vivir.

Alargó la mano, cogió una baya y empezó a comer.

Al día siguiente Antonio se aventuró de nuevo. Cuando volvió, les informó que Nasim y sus hombres habían abandonado el bosque.

Esperaron hasta el anochecer para asegurarse de que no regresaba y entonces comenzaron a buscar a Haroun.

Lo encontraron el segundo día, tirado en un barranco como un desecho.

Lo habían cortado en pedazos.

– No mires. -Layla se puso delante de Selene, cortándole el camino-. Antonio y yo nos haremos cargo de él.

– Quítate de mi camino -dijo Selene, empujándola hacia un lado y arrodillándose junto a Haroun. No tenía cara. No tenía cara. Ya ni siquiera era Haroun-. ¡Dios mío!

Layla le puso la mano en el hombro.

– Lo siento.

– No tenían por qué hacerle esto -susurró Selene-. Podían haber tenido suficiente con matarlo. Ese monstruo no tenía por qué cometer esta atrocidad.

– Selene, tenemos que enterrarlo -dijo Layla con suavidad-. Ya ha pasado mucho tiempo.

– Sí -dijo tristemente.

– Antonio y yo lo haremos. Tú regresa a la cueva y espera hasta…

– No, yo también lo haré.

– Es demasiado. Tú…

Se puso en pie de un salto y se dio la vuelta hacia Layla.

– He dicho que lo haré -dijo con fiereza-. Tú no lo conocías. A ti no te importaba. Se merece tener a alguien… -Se le rompió la voz y tuvo que parar hasta que fue capaz de continuar-. Antonio y tú excavaréis la tumba. Yo lo prepararé.

– No es lo más sensato. Sería más fácil para…

– No me importa. No pretendo que sea fácil. A él no se lo pusieron fácil. -Se volvió hacia Haroun-. Marchaos.

Un momento después oyó cómo Layla y Antonio se alejaban.

Necesitaba una mortaja. Se quitó su capa y la tendió en el suelo.

– Tenemos que hacer esto juntos, Haroun -susurró-. Tú siempre me has ayudado. Ahora déjame que te ayude yo a ti.

Dispusieron a Haroun para descansar al atardecer.

Selene permaneció largo tiempo con la mirada fija en el montón de tierra. No estaba bien que la vida de ningún hombre terminara así. Tenía que haber… algo más.

– ¿Estás lista para marchar? -preguntó Layla.

– Todavía no.

No pudo evitar llevarse de recuerdos.

Haroun riendo mientras jugaba a los dados con Kadar en el establo de Montdhu.

Haroun mojado y tiritando después de haberse agarrado al ancla del Estrella oscura.

Haroun con su amplia sonrisa, revoloteando a su alrededor después de enterarse de que estaba encinta.

El dolor atenazó cada parte de su ser al recordar cómo se había enojado con sus mimos.

– ¡Selene!

Layla parecía alarmada, por fin Selene reaccionó. Algo estaba pasando.

Por supuesto que algo estaba ocurriendo. La oscuridad los rodeaba por completo. Haroun estaba muerto. Haroun había sido despedazado…

– Cógela, Antonio.

Demasiado tarde. Se desplomó en el suelo junto a la tumba de Haroun.

CAPÍTULO 14

Layla le estaba mojando la frente a Selene cuando ésta abrió los ojos.

– Ya era hora -dijo Layla apartando el suave paño a un lado-. Estaba empezando a creer que nunca te despertarías. ¿Es que no te das cuenta de que me estoy aficionando a esta aburrida tarea?

Selene percibió que estaban en la cueva.

– ¿Cuánto tiempo…?

– Te desmayaste hace tres días.

– Tres… -dijo moviendo la cabeza sin poder creerlo-. No es posible. Ningún desmayo dura tanto.

Layla desvió la mirada.

– Ha habido otros problemas.

Ella se puso rígida.

– ¿Qué otros problemas?

– Has… sangrado.

– ¿Qué?

Layla volvió sus ojos hacia ella.

– Creo que has perdido el niño.

– ¡No!

– Supongo que a veces ocurre. El disgusto de la muerte de Haroun, la tensión de los últimos días…

– No.

– ¿Crees que me resulta fácil decirte esto? -preguntó Layla con aspereza-. Quería que tuvieras a ese niño. Pero ha sucedido así y es mejor que nos enfrentemos a ello cuanto antes.

No quería aceptarlo. Quería dormirse otra vez y volver a la inconsciencia.

– Ni se te ocurra. -Layla la cogió por los hombros-. Abre los ojos. Mantente despierta. Dios no es justo, lo sé, pero tienes que seguir adelante.

– Todo esto para nada -susurró Selene-. Haroun murió por…

– Haroun murió porque Nasim lo descuartizó. No fue culpa tuya. Y nada de lo que has hecho ha causado la muerte de tu bebé. Si quieres culpar a alguien, échale la culpa a Nasim. Él ha sido el responsable de ambas muertes.

Ahora Selene no quería pensar en culpar a nadie. Quería volver a los momentos en que su bebé aún estaba vivo bajo su corazón.

– Deberías estar lista para viajar en unos días -dijo Layla-. ¿Quieres volver a Génova y embarcar en el barco de Tarik o prefieres proseguir nuestro viaje a Roma?

– No lo sé. -Se dio media vuelta y se acurrucó mirando hacia la pared de la cueva-. Yo… no puedo… pensar con claridad.

– No vuelvas a dormirte.

– Dudo que pueda volver a dormir nunca más. -Tenia la mirada fija. Vacía. Se sentía fría, vana y sola. Qué extraño sentirse abandonada por un bebé que nunca llegó a estrechar entre sus brazos.

– He oído que a veces llorar ayuda -dijo Layla torpemente-. Inténtalo.

– No quiero llorar. -Lo que ella sentía era demasiado profundo para las lágrimas, la agonía era demasiado intensa como para permitirle desahogarse-. Todo ha salido mal. Haroun… mi bebé… Nada de esto tendría que haber sucedido.

– Lo sé -dijo Layla acariciándole el cabello-. Lo sé, Selene.

Layla no lo sabía. Nunca había experimentado ese tipo de dolor. No tenía ni idea del vacío que sentía.

No podía sentir la rabia que sentía ella.

Selene no pronunció una sola palabra durante los dos días siguientes. Se negó a probar bocado y Layla dudaba que hubiera dormido algo. Cuando Layla intentaba hablar con ella, Selene movía la cabeza negativamente y se daba la vuelta. Ni la ternura ni la brusquedad producían respuesta alguna.