Era como si se hubiera encerrado en un capullo de dolor y no permitiera a nadie desenmarañarlo.
Layla se despertó en mitad de la tercera noche. Dirigió la mirada hacia el jergón de Selene.
Vacío,
Murmuró una maldición y apartó la manta. Idiota. No debería haberse dormido. Su deber era proteger a Selene.
Quién sabe dónde andaría…
Selene estaba de pie en la entrada de la cueva, con la mirada fija en la oscuridad.
Layla soltó un suspiro de alivio antes de levantarse y ponerse a su lado.
– Deberías volver a tu jergón. Necesitas descansar.
– Enseguida.
Fue la primera palabra que pronunció en días, pero el alivio de Layla fue efímero. El tono de Selene era tranquilo, contenido, sin rastro de su anterior pasión y dolor. No era natural, y esto para Layla era motivo de preocupación.
– Necesitas dormir. Llevas mucho tiempo sin descansar.
– No, tengo que pensar.
– En estas circunstancias no es bueno darle tantas vueltas a las cosas.
– No estaba pensando en ello. Intentaba sacar algún sentido a todo esto.
– ¿Y lo has encontrado?
Selene se volvió para mirarla y Layla se puso rígida de la impresión. A la luz de la luna, su rostro le recordaba a alguno de los que había visto grabados en los camafeos: suave, duro, sin expresión.
– No, pero ya tengo decidido lo que vamos a hacer.
– ¿Y qué es, si puede saberse?
– Partir hacia Roma mañana mismo.
– Es peligroso. Antonio ha dicho que las huellas de Nasim iban en esa dirección. Seguramente su intención es adelantarnos, pero puede retroceder.
– Tendremos cuidado.
– Necesitas descansar. Unos días más no importarán demasiado.
– Te equivocas -dijo yendo hacia su jergón-, sé exactamente lo que necesito, y no es descansar precisamente.
Al día siguiente emprendieron la marcha a pie hacia Roma. No pudieron encontrar ninguna aldea donde comprar caballos hasta el segundo día. Aun así actuaron con cautela y enviaron a Antonio en avanzadilla varias veces para asegurarse de que no se cruzaban en el camino de Nasim. En consecuencia, no llegaron a la villa de Tarik hasta más de una semana después.
Layla cabalgó hasta el pie de la colina.
– Continúa hacia delante. Antonio y yo iremos más tarde. Tarik y yo no nos hemos visto en mucho tiempo. Es mejor que no haya nadie delante cuando nos encontremos -dijo haciendo una mueca-. Además, a Kadar no le gustará saber que Antonio te traicionó. Necesitas tener la oportunidad de contarle que no te ha hecho ningún daño antes de que Kadar le corte el cuello.
– Muy bien. -Selene supuso que tendría que haber sido ella quien considerase las consecuencias, pero solamente parecía capaz de sentir, no de pensar. Eso tenía que acabar.
Debía reflexionar con calma, fríamente, bloquear en su mente todo excepto lo que tenía que hacer.
– Yo le diré a Tarik que lo estás esperando aquí fuera.
Tarik y Kadar estaban bajando las escaleras cuando Selene entró a caballo en el patio.
– Gracias a Dios. -Kadar corrió hacia ella. Una sonrisa iluminó su rostro cuando la cogió para bajarla de la silla-. Casi me vuelvo loco al ver que Antonio no venía. Estaba a punto de salir para Génova. ¿Te sientes bien?
– No. -Se volvió hacia Tarik-. No hemos encontrado ningún impedimento para acercarnos. ¿Estamos seguros aquí?
– Sí, no estábamos seguros de que fueras tú, pero sabíamos que venían tres jinetes. Si hubieras parecido una amenaza, habríamos estado preparados.
– ¿Cómo lo sabías?
– Un guardia apostado en una colina a varias leguas de la villa nos trajo el mensaje.
– ¿Qué significa: no? -Las manos de Kadar la sujetaban por los hombros-, ¿Qué sucede? ¿Por qué no embarcaste en Génova?
Sintió un hormigueo de calidez cuando él la tocó. Qué raro, pensaba que sería incapaz de sentir algo nunca más.
Raro y peligroso. Las emociones podrían despertarla e interponerse en su camino. Retrocedió un paso y miró a Tarik.
– No quiero hablar más. Llevamos días cabalgando, necesito descansar y darme un baño.
Tarik asintió.
– Pero había dos jinetes más. ¿Quiénes son?
– Están al pie de la colina. Layla dijo que quería encontrarse contigo a solas.
Se puso rígido.
– ¿Layla?
– Tu esposa. -Él parecía realmente sorprendido, pensó Selene. Quizá Layla estaba equivocada sobre Tarik enviándole a Selene-. ¿No sabías que Antonio estaba pagado por ella?
– Por supuesto que no. -Hizo una pausa-. No te habrá… hecho daño, ¿verdad?
Selene negó con la cabeza.
– No ha sido cariñosa, pero hemos llegado a entendemos.
– No, rara vez es cariñosa. -En su expresión se mezclaban la impaciencia con el temor cuando miraba al pie de la colina-. Será mejor que vaya a ver.,. -Atravesó el patio con presteza.
– ¿De qué estáis hablando? -preguntó Kadar.
– Después. ¿Me podrías enseñar dónde voy a dormir?
– Selene… qué es… -Se interrumpió, la cogió por el brazo y empezó a subir las escaleras-. De acuerdo. No hablaremos ahora.
Ella sintió de nuevo esa emoción y se alejó de él.
– No me toques.
– Por Dios santo, no estoy intentando… -dijo centrando su mirada en el rostro de ella-. Nunca te he visto así. Estás fría como el mármol. ¿Qué te ha ocurrido?
– No quiero tener que repetirlo dos veces. Hablaré contigo, con Tarik y con Layla esta noche.
– Me estás dejando fuera -dijo entre dientes-. No me gusta que me metas en el mismo saco que a Tarik y a esa tal Layla. No lo permitiré.
– Esta noche -repitió mientras se paraba ante la puerta-. ¿Me enseñarás ahora dónde voy a dormir?
Se quedó mirándola unos instantes y después hizo ademán a un muchacho que pasaba por allí.
– Muéstrale un aposento, Benito. Uno que esté cerca del mío. Encárgate de que le lleven agua para tomar un baño.
Benito asintió deseoso de complacer y se apresuró por el largo pasillo de mármol.
– Espera -dijo él al ver que ella seguía al muchacho-. Necesitarás ropa. Mandaré a alguien para que baje hasta el pie de la colina y le diga a Haroun que te traiga tu equipaje.
– No hay equipaje que traer. Me las arreglaré con lo que llevo puesto -dijo sin ni siquiera mirarlo-. Además nadie puede decirle nada a Haroun. Está muerto.
Se estaba acercando.
Layla instintivamente se preparó cuando vio a Tarik bajar por la colina. Parecía el mismo que aquel día la había abandonado. Bien, ¿qué esperaba? Por supuesto que parecía el mismo. No podía esperar que hubiera languidecido de añoranza. Él había hecho todo lo posible por demostrarle que ya no la necesitaba, incluso había tomado otra esposa.
Pero sí que la necesitaba. Igual que ella lo necesitaba a él.
Forzó una sonrisa y posó sus ojos sobre él.
Él no le devolvió la sonrisa.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Selene se empeñó en venir.
– Si la hubiera querido aquí, la habría traído con nosotros. Tenía que ir a Escocia.
– Por eso elegiste a Antonio para acompañarla -dijo mirándolo a los ojos-. Me parece que estás mintiendo. No creo que tuvieras intención alguna de ponerla a salvo en Escocia. Pienso que sabías que Antonio me la traería a mí.
– No tenía ni idea de que tuvieras comprado a Antonio.
Por un momento se quedó sorprendida ante la rotundidad de esa afirmación.
– Lo sabías de sobra. Apostaría a que conoces a la perfección si alguno de tus sirvientes está pagado por mí o por Nasim.