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– Eso espero.

– ¿Quién es ese Chion? -preguntó Kadar a Tarik.

– Mi hermano.

– ¿Y qué le ocurrió?

– Yo lo amaba. Quería compartir Eshe con él. -Apretó los labios por el dolor-. Se volvió loco. Se quitó la vida.

Kadar se puso rígido.

– No es una perspectiva muy halagüeña. Creo que me estoy empezando a hartar de ti, Tarik. ¿Suele esta poción desequilibrar a quien la toma?

– Chion siempre fue delicado y nervioso -apuntó Layla-. Nunca había pasado antes, ni tampoco después.

– ¿Cómo lo sabes? -quiso saber Tarik-. Eres tan generosa con Eshe que estoy seguro de que no has hecho un seguimiento de todos a los que se lo has dado.

– Sí que lo hago. -Le lanzaba dardos con la mirada-. Sí, soy generosa, pero no irresponsable. Nunca ha habido otro Chion.

– Con uno ya tuvimos bastante. -Tarik se volvió hacia Kadar-. Yo esperaba que no tuviera ningún efecto adverso contigo. Jamás se me habría ocurrido dártela de no haber estado tan malherido. Parecía como si el destino hubiera tomado la decisión por mí.

– Lo tomaré como un consuelo, si veo que me empiezo a volver loco -dijo Kadar secamente.

– Eso no sucederá -replicó Layla-. Tampoco necesitas hacer que Tarik se sienta culpable. No sabe sentir otra cosa. Tú has sido la primera persona a quien él ha dado Eshe desde que Chion murió.

– Me siento honrado -dijo Kadar-. ¿Entonces tendré que asumir que actuó meramente como protector del grial?

– Sí. -Sus labios se curvaron con una amarga sonrisa-. Como él no tenía otro modo de ayudarme, pensé que lo más justo era mandarle el grial para que lo guardara.

– ¿Guardarlo? -repitió Tarik-. ¿Sabes cuántas veces he estado tentado de fundirlo y enterrarlo?

– Pero no pudiste hacerlo. Porque, en el fondo de tu alma, sabes que estás equivocado.

Kadar paseaba la mirada del uno al otro. Casi podía percibir la tensión y la emoción que vibraba en el ambiente. Había estado tan obcecado con su propia frustración, que no había prestado atención a la extraña química que existía entre los dos. Era como si un tumultuoso río fluyese bajo la superficie y arrastrase en su corriente engaño, restricciones, pasión y lealtad.

– ¿Por qué está equivocado?

– No estoy equivocado -se defendió Tarik-. Deberíamos dejarlo aquí.

– ¿Por eso se lo diste a Kadar?

– Se lo di porque quería salvar… -Movió la cabeza cansinamente-. No, eso fue una excusa. Se lo di porque fui egoísta y quería ser libre.

– Por fin -dijo Layla-. Cuando admitas que tú también tienes derecho a ser egoísta y que no tienes el deber de ser como Dios, habremos hecho un gran avance.

– No estoy de acuerdo -intervino Kadar-. Me siento agraviado ante cualquiera que sea egoísta con mi bienestar.

– Era el momento de tomar el control-. Me parece que estás en deuda conmigo, Tarik.

Se palpaba en el ambiente la repentina vuelta a la cautela.

– No te debe nada -replicó Layla-. Eres tú quien está en deuda con él.

Kadar ignoró sus palabras, concentrándose en Tarik.

– Has trastocado el curso de mi vida, has arriesgado mi cordura. -Recordó otro detalle mencionado por Tarik que parecía importante para él-: Además, no me diste oportunidad de elegir.

– No podía darte la opción -dijo Layla-. Habrías muerto si él…

– No digas nada, Layla. No necesito que me defiendas. -La mirada de Tarik se centró en el rostro de Kadar-. Lo admito todo.

– ¿Admites que estás en deuda conmigo?

– Quizá. -Hizo una negativa-. Pero no puedo permitir que utilices el grial.

Kadar estaba chocando contra un muro de piedra. Decidió cambiar el rumbo.

– Te tengo un gran aprecio. Has pasado momentos muy difíciles por elegirme para actuar como guardián de tu grial.

– ¿Entonces?

– Selene quiere a Nasim muerto. Tengo que darle lo que quiere. Con el grial será mucho más seguro. Pero, con él o sin él, tengo que entregarle a Nasim. Soy muy bueno, aunque es con certeza una tarea prácticamente imposible. Eso significa que las posibilidades de que me maten están enteramente en tus manos.

Layla abrió los ojos como platos.

– ¡Vaya, si serás bastardo!

– Para ser sincero, eso es exactamente lo que soy, Pero también es verdad que la culpa sería de Tarik si no me proporciona el arma que necesito. -Le dedicó una sonrisa a Layla-. Y tú acabas de mencionar su tendencia a sentir culpabilidad.

– Pero no su tendencia a la estupidez.

– Si fuera un estúpido, procuraría engañarle. Simplemente le estoy diciendo la verdad. -Volvió los ojos hacia Tarik-. Mi muerte no servirá ni a tu conciencia ni a tu bienestar. ¿A quién le encasquetarás el grial? Todas tus preocupaciones y tus búsquedas habrán sido en vano. Mejor que lo tenga yo.

– No -dijo Layla con rotundidad.

– La decisión es mía, Layla -añadió Tarik sarcásticamente-, al fin y al cabo, tú me confiaste su custodia.

– El riesgo es demasiado grande.

– Te prometo devolvértelo en perfecto estado -propuso Kadar.

– Los muertos no pueden cumplir sus promesas.

– ¿Tarik?

– Pensaré en ello. -Levantó la mano para acallar las protestas de Layla-. Está diciendo la verdad, Layla. Podría morir. Nasim podría matarlo.

– Cualquiera de nosotros moriría por evitar que el grial cayera en manos de Nasim.

– Pero sería por elección propia.

Kadar sabía que había hecho todo lo posible. Pensó que seguramente ya era suficiente.

– ¿Me lo harás saber mañana?

Tarik asintió.

– Mañana por la noche. Consideraré todo lo que me has dicho.

Kadar se dio la vuelta para marcharse.

– Pero ahora quiero que me prometas algo.

Kadar lo miró inquisitivo por encima del hombro.

– Dices que Selene está demasiado aturdida como para pensar en otra cosa que no sea Nasim, ¿pero y tú? ¿No estarás tu también evitando pensar en Eshe? Se me ocurren al menos tres preguntas que deberías haber hecho y que no has cuestionado. ¿Dónde está tu curiosidad, Kadar? Quizá no creas que Eshe puede hacer lo que Selket deseaba, ¿pero y si pudiera? ¿Y si no fuera un mito? ¿Y si cualquiera pudiera vivir más allá de los sesenta años? Prométeme que pensarás en ello. -Tarik sonrió adusto-. Y considera lo que arriesgas si pierdes el grial, si no se trata de un mito.

Kadar asintió lentamente.

– Es un justo intercambio.

Sin embargo no quería considerar esas posibilidades, pensó mientras abandonaba la terraza. Tarik tenía razón: había estado evitando pensar sobre cualquier cosa excepto los modos y maneras de cumplir con lo que Selene deseaba. Sabía que la razón por la que había rechazado al instante la promesa de Eshe era la fascinación que le producía la idea. Le picaba la curiosidad, y ésta siempre había sido el acicate que lo impulsaba a moverse. La oportunidad de aprender, de investigar, de ser más que antes de empezar.

Sin embargo, no debía dejarse llevar por esa fatal atracción. Debía dedicar su entera atención a ayudar a Selene, y no pensar en algo claramente imposible…

Y para ayudar a Selene, había hecho una promesa a Tarik. Esa promesa lo había forzado prácticamente a pensar en la posibilidad del mito seductor.

Oh, sí.

Se sumergió con impaciencia en el asombroso territorio de lo imposible.

– Has tardado mucho. Es media tarde. -Selene abrió la puerta de golpe-. Te habría dado tiempo para convencer a Dios de que creara otro mundo.

– Para eso habría tardado un poquito más. -Kadar entró en la estancia-. Aunque si de verdad hubiera traído todos mis poderes de persuasión, sería capaz de…