– ¿Qué ha pasado?
– Tarik va a considerarlo -dijo levantando la mano-. No me cabe la menor duda de que lo hará.
– Siempre habrá dudas hasta que dé su aprobación. No debería tardar tanto. ¿Por qué no has venido a decírmelo antes?
– Estaba ocupado.
– ¿Haciendo qué?
– He dado un largo paseo.
– ¿Un paseo? Y mientras yo aquí esperando… -le dijo concentrando la mirada en su rostro. Apenas mostraba expresión alguna, sin embargo, notaba que había algo bajo la superficie. Agitación. La misma agitación que había visto en su cara la noche antes de llegar a Sienbara-. ¿Qué ha ocurrido?
– Nada.
– ¿Entonces por qué pareces…?
– No tiene nada que ver con Nasim. Y ése es el único tema en el que estás interesada, ¿no es así?
Se equivocaba. Ella estaba sumamente interesada en cualquier cosa que provocara esta agitación. Pero estaba claro que no iba a compartirlo con ella. Reprimió su desilusión y asintió.
– Eso es lo único importante en este momento.
Él sonrió.
– ¿Estás segura?
– Naturalmente, estoy segura. ¿Cuándo lo sabremos?
– Mañana por la noche.
Su decepción y frustración crecían por momentos.
– Quizá debería hablar yo con ellos.
– Ya sé que te fastidia sentarte y no hacer nada, pero no creo que eso fuera lo mejor. Déjalo que tome la decisión por sí mismo.
– Y mientras nosotros aquí esperando de brazos cruzados.
– No, mientras bebemos. Hablamos. Tengo que decirte más cosas sobre Layla. Él lucha contra ello, pero ella ejerce una gran influencia sobre Tarik. Es, quizá, como una partida de ajedrez. -Hizo una reverencia-. Si me concedes el honor.
– No me apetece jugar al ajedrez.
– Qué lástima. En tu estado de angustia te machacaría fácilmente. ¿Entonces deseas que me vaya?
– ¿Lo harías? -preguntó, escéptica.
– No, soy un egoísta. Después de poner en marcha estos planes, no sé cuándo podré disfrutar de tu compañía. Pretendo aprovechar al máximo este período de calma.
– Entonces, si no me queda más remedio, supongo que tendré que soportarte.
– E incluso mi humilde compañía será un alivio para ti a la hora de pasar el tiempo. -Le brillaban los ojos maliciosamente-. Admítelo.
Efectivamente era un alivio. No deseaba pasar más tiempo sola y, por alguna razón, esa faceta dura de Kadar parecía haberse desvanecido.
– Quizá -sonrió-. Está bien, lo admito.
– Ah, qué gentileza en medio de este mundo cruel. -La cogió por el brazo y la llevó hacia la puerta-. Ven. Te enseñaré el jardín.
– Es preciosa -dijo acariciando con suavidad los pétalos de una espectacular rosa carmesí que crecía en un arbusto junto al camino-. Nunca he visto rosas en esta época tan avanzada del año. Escocía no es muy amable con las rosas.
– Esta tierra es más benigna. ¿Podrías acostumbrarte a ella?
Se encogió de hombros.
– Supongo que uno puede acostumbrarse a cualquier cosa pero prefiero Montdhu. La vida aquí es demasiado fácil, no me explico cómo esta gente no se vuelve más indulgente.
Se echó a reír.
– No todo el mundo necesita un reto diario.
– Pues debería. -Fijó la mirada en la serena quietud del cristalino estanque-. Es encantador, pero no me imagino aquí sentada todos los días.
– Estoy seguro de que la mujer para quien se compró esta villa no era de tu naturaleza. Tarik me contó que el Papa compró esta casa de campo para su amante favorita. Creó este mundo a su gusto.
– Pues debía de ser una mujer muy dócil y reprimida.
– No tan reprimida, o al Papa no le habría compensado mantenerla. -Hizo una pausa-. Tarik me contó que le dio un hijo. Fue el hijo quien le vendió la villa a Tarik.
Su tono era extraño. Ella preguntó:
– ¿Y qué?
– Se llamaba Vaden.
Abrió los ojos con sorpresa.
– ¿Vaden? -¡Qué extraño! No podía ser el mismo guerrero que había sido caballero de la Orden de los Templarios con Ware. El enigmático caballero que los había perseguido y, finalmente, salvado a todos. Aunque ella había oído que Vaden provenía de Roma y nadie sabía nada sobre su pasado-. ¿El hijo del Papa?
– Esto explicaría por qué fue aceptado entre los caballeros templarios.
– No puede ser nuestro Vaden. Sería demasiada casualidad.
– La descripción que me dio Tarik se acerca mucho.
– Miró pensativo las aguas cristalinas del estanque-. ¿No te has fijado en que algunas personas parecen estar ligadas a lo largo de sus vidas? Sus caminos se entrecruzan aquí y allá, se unen y se separan, formando un patrón.
– Sorprendente -murmuró, todavía dándole vueltas a la coincidencia-. ¿Todavía está en Roma?
– No tengo ni idea. Quizá. Tarik dijo que había formado un pequeño ejército y que vendía su espada a las fracciones enfrentadas de estas tierras.
– Averigua si está aquí.
– ¿Por qué? -Posó la mirada en su rostro-. ¿Qué tienes ahora en mente?
– Vaden era un gran guerrero. Ayudó a Ware una vez. ¿No sería posible pedirle que nos ayudara?
Kadar se echó hacia atrás y soltó una carcajada.
– Debería haberlo imaginado.
– ¿Por qué te ríes? Es una posibilidad.
– No me río de tu idea, solamente de tu obsesión. Te traigo para que admires las rosas y tú solo piensas en reclutar caballeros para luchar bajo tu estandarte.
– Averígualo.
Aún mantenía la sonrisa.
– Lo averiguaré.
– Mañana.
– Mañana. ¿Ahora podrías pensar en otra cosa?
– No puedo.
Su sonrisa se había desvanecido.
– Lo sé. Inténtalo. -Miró de nuevo al estanque-. Te daré algo más en qué pensar. ¿Y si su Eshe es el milagro que ellos creen que es?
Negó con la cabeza.
– Sé que es improbable, pero…
– No improbable, imposible.
– En las escrituras hay historias sobre longevidad.
– Hombres elegidos por Dios. Dudo que Dios eligiera a paganos de Egipto para recibir semejante bendición.
– Quién sabe -murmuró Kadar.
– ¿Estás empezando a creerte el cuento de Tarik? -preguntó sorprendida.
– Pienso que él lo cree. Y Tarik no es un idiota. De Layla no sé qué decir. Tú la conoces mejor que yo.
– Incluso una mujer inteligente puede estar cegada por lo que quiere ver.
– Muy bien. Entonces asume que es meramente un sueño interesante. No hace ningún daño imaginar cómo sería. -Arrugó la frente-. Conozco a muchos hombres que han vivido más allá de los cuarenta años. Sesenta es una edad avanzada. ¿Y si pudieras vivir más? ¿Querrías hacerlo?
Se lo pensó.
– La única persona que conozco tan mayor es Niall McKenzie. Tiene sesenta y dos. Le duelen las articulaciones, cada vez ve menos, se sienta junto al fuego y solo piensa en su juventud. -Expresó negación-. Eso no es vida. Es mejor desaparecer como la llama de una vela a merced del viento.
– ¿Pero y si pudieras conservar tu fuerza? Piensa en todas las cosas que podrías aprender.
Comprendía por qué semejante perspectiva intrigaba a Kadar. Su curiosidad por todo nunca se veía satisfecha.
– Sería una maravilla. -Calló unos instantes-. ¿No se llegaría a un punto en el que no se aprendería más, en que todo pareciera igual?
– Si se llega a ese momento, sería otro reto -respondió sonriendo-. Y dudo que se pueda aprender todo en este mundo.
– A menos que todos envejecieran contigo, sería una vida muy solitaria. -Le dio un escalofrío-. No podría soportar ver morir a toda la gente que amo.