Su sonrisa se evaporó.
– Y si todo el mundo llegara a muy viejo, habría demasiada gente que alimentar. El hambre engendra las guerras. -Torció el gesto-. Y seguro que la guerra mataría a muchos más que la edad. Jaque mate.
Kadar había pensado en las guerras, y ella había pensado en Ware y Thea y en todas las personas de Montdhu que le importaban. Era demasiado triste. No pensaría más en ello.
Sacudió los hombros como desprendiéndose de una carga.
– Si no tienes una conversación más agradable que la guerra y el hambre, pensaré en algo mejor que hacer en vez de pasar la tarde contigo. De yodas formas ya sé por qué te gusta meditar sobre esas imposibilidades.
Sonrió.
– Es mi lado oscuro. Solamente deseaba oír tus ideas al respecto.
– Ya las has escuchado. Ahora llévame de vuelta a la casa. Con esta conversación sobre el hambre me han entrado ganas de comer.
CAPÍTULO 16
– Puedes utilizar el grial -anunció Tarik-. Pero Layla y yo iremos contigo, y si consideramos que el grial está en peligro, no esperes que lo dejemos a tu custodia.
Kadar asintió.
– Esta es la decisión de Tarik. Espero que estés satisfecho. Te has aprovechado de su sentimiento de culpabilidad -arguyo Layla-. No es mi voluntad. Creo que es una auténtica locura. Te vigilaré muy de cerca.
– Sé que lo harás -replicó Kadar-. Yo también te estaré vigilando.
Ella lo miró inquisitivamente.
– Te considero una mujer peligrosa si alguien te contraría en tus planes.
Se miraron a los ojos.
– Ni te lo imaginas.
– También creo que en el pasado tú también te aprovechaste de los sentimientos de Tarik.
– Sí, es cierto. Habría utilizado a cualquiera para liberarme de los sacerdotes y de esa odiosa casa -admitió con calma-, pero eso ocurrió hace mucho tiempo,
– ¿Cuánto tiempo exactamente?
Miró a Tarik.
– ¡Ah, preguntas y más preguntas! Ha estado pensando desde que le hiciste la oferta.
– Yo cumplo mis promesas -aseguró Kadar-. Deseabas que hiciera preguntas y las estoy haciendo. -Se volvió hacia Tarik-. Dices que al principio no creías en Eshe. ¿Y ahora?
Tarik asintió.
– ¿Por qué?
– La única manera de probarlo era tomándolo nosotros mismos. Una noche Layla y yo tuvimos una celebración. Tomamos pastelillos de miel y vino, y al final de la velada hicimos un brindis. -Se encogió de hombros-. Y al día siguiente nada había cambiado. No sabíamos qué esperar, pero tenía que haber algo.
Layla sonrió, rememorando viejos tiempos.
– Había algo. Un fuerte dolor de cabeza provocado por el vino.
– Cierto. -Tarik le devolvió la sonrisa-. Y la convicción de que todos nuestros esfuerzos habían sido en vano.
– Tu convicción. Yo todavía creía.
Tarik asintió.
– Yo solamente deseaba olvidar y continuar con nuestras vidas. Hicimos planes para huir de la ciudad. Me las arreglé para sacar a escondidas a Layla de la ciudad y llevarla donde vivía mi hermano, Chion, en el campo. Iba a reunirme con ella a la semana siguiente.
– ¿Y no lo hiciste?
– Los sacerdotes se enteraron de que Layla me había visitado la noche antes de su desaparición. Intentaron persuadirme para que les informara de su paradero.
– ¿Persuadirte?
– Lo torturaron -susurró Layla-. Le rompieron todos los huesos del pie, pero no habló.
– Tuve suerte de que fuera lo único que les dio tiempo a hacer. El bibliotecario mayor era un gran amigo mío y tenía influencia en la corte. Se las arregló para hablar con Ptolomeo y obligar a los sacerdotes a que me liberasen. Luego encontró la manera de sacarme de la ciudad.
– Estuvo un año sin poder andar. -El tono de Layla sonaba forzado-. Y cuando lo consiguió, mira cómo quedó. Fue un tonto. Tenía que haberles dicho dónde me encontraba.
– Ya hemos hablado de esto muchas veces -dijo Tarik-. Deja de culparte. Si hubiera hablado, me habrían matado. Lo hice por mí.
Ella negó con la cabeza.
– ¿Y los sacerdotes nunca te encontraron?
– No -respondió Tarik-. Cuando me recuperé, abandonamos Egipto y fuimos a Grecia. Mi hermano, Chion, se vino con nosotros.
Kadar recordó:
– El hermano que se volvió loco.
– No fue culpa de Tarik -abogó Layla en su defensa.
– No he dicho que lo fuera. No tengo por qué saberlo. Pero estoy intentando averiguarlo. Si tú no te volviste loco después de tomar la poción, ¿por qué Chion sí?
– No se volvió loco de repente. Fue después.
– ¿Cuánto tiempo después?
Tarik se encontró con su mirada.
– Doscientos años.
Kadar se quedó de piedra.
– Doscientos…
– Como dijo Layla, era un hombre sencillo, débil. Había visto morir a demasiados seres queridos.
– Doscientos años. -Kadar no podía sobreponerse a semejante afirmación. Negó con rotundidad-. No es posible. Pensé que quizá ochenta. Y eso, poniendo mucha imaginación.
Ambos se le quedaron mirando, esperando.
Conocía la pregunta cuya respuesta esperaban impacientes.
– ¿Hace cuánto te tomaste la poción?
– Ptolomeo XIV estaba en el poder. Murió el año en que nosotros nos fuimos a Grecia y su hermana Cleopatra ocupó el trono que le dio Julio César. Esto tuvo lugar más de cuarenta años antes del nacimiento de Cristo.
– ¿Antes del nacimiento de Cristo? -Kadar lo observó maravillado-. ¿Me crees loco a mí también?
– Incrédulo, no loco.
– ¿Y cuánto tiempo pretendes estar vivo?
Tarik se encogió de hombros.
– Yo no pretendo nada. No me atrevería. No sabemos nada de esto. Podría morir mañana mismo.
– ¿O vivir para siempre?
– ¡Dios mío, espero que no!
– ¿Y no habéis envejecido?
Tarik negó con la cabeza.
– Ahora podrás comprender por qué me siento tan culpable por dejarte utilizar el grial. Es una enorme carga la que he depositado en ti.
– Es más bien un enorme regalo, diría yo -corrigió Layla.
– Como puedes comprobar, Layla y yo tenemos diferentes puntos de vista respecto a Eshe. Después de que Chion muriera, no pude darle la poción a nadie más. No tenía derecho.
– ¿Quién más tiene el derecho? -preguntó Layla-. ¿Deberíamos esconderlo en una cueva y dejarlo en el olvido? A medida que pasen los años, seguramente llegará el tiempo en que será seguro sacarlo a la luz.
– ¿Y no crees que ya ha llegado la hora? -cuestionó Kadar.
– Algunas de las hierbas son raras. Solamente se podría hacer una pequeña cantidad al año. ¿Te das cuenta de la conmoción que sacudiría a la cristiandad si todo el mundo supiera de su existencia pero solo pudiéramos ofrecérselo a unos pocos?
– Desde luego -reconoció Kadar torciendo el gesto-. Y tú tendrías suerte si no te quemaran por brujería… o blasfemia.
– He estado a punto de ello en un par de ocasiones últimamente -dijo Layla-. Juicios erróneos. Es una época terriblemente oscura, y no todo el mundo puede aceptar regalos. Les asusta.
– Me pregunto por qué -comentó Kadar con sequedad.
Tarik estaba mirando a Layla.
– No me lo habías contado.
– ¿y por qué había de importarte? No estabas allí. Estabas viviendo felizmente en Sienbara con tu Rosa. -Apretó los labios-. Me sorprende que no estuvieras tentado de darle Eshe a ella también.
– Podría haberlo hecho. No tuve la oportunidad. Murió al caerse de un caballo.
Kadar apenas los escuchaba.
– Y, si tengo que creerte, ¿podría vivir tanto como tú?