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– ¿Seguro que no hay ningún peligro?

– Lord Ware no está en peligro, ni tampoco Montdhu -repitió Kadar.

Haroun lo miró preocupado, pero se apresuró a los establos.

Ware se pondría furioso cuando se entere de que Kadar se había guardado las noticias para sí. Quizá se lo diría más tarde. Tomaría la decisión después de hablar con Balkir.

Podría ser seguro. A lo mejor no se encontraba aquí por la razón que él sospechaba.

¡Kadar!

Levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia el sur, donde el Estrella oscura permanecía atracado en el puerto. Imaginaciones. No podía haber oído al Anciano llamarlo desde el otro lado del mundo. Era del todo imposible.

Pero no para el hombre que siempre estuvo a la sombra de Sinan. Nasim, el maestro, el maestro de asesinos, el hombre que solo esperaba la oportunidad de llegar a ser tan poderoso como Sinan. Kadar había visto muchos acontecimientos misteriosos y alucinantes relacionados con Nasim.

Le recorrió un escalofrío con solo pensarlo. Tonterías.

Nasim era solamente un fantasma del pasado. Sinan ni siquiera le había mencionado en ese último viaje a Maysef. Era Sinan quien había enviado el Estrella oscura, y Kadar siempre se había entendido con él.

Kadar fue sincero al decirle a Haroun que no existía amenaza para Montdhu. Sinan no estaba interesado en Ware, Thea o Selene, excepto como herramientas. Kadar podría mantenerlos a salvo.

Lo único que tenía que hacer era atender a la llamada.

Era inútil intentar dormir.

Selene saltó de la cama y, envuelta en una manta que cubría su cuerpo desnudo, se dirigió hacia la ventana. Sentía la piedra fría bajo sus pies. Pasada la medianoche hubo refrescado.

Escudriñó en la oscuridad. Kadar estaba allí, en algún lugar. Había desaparecido mucho antes de que la velada tocara su fin. No lo vio marcharse, pero percibió su falta. Cuando él abandonaba una estancia parecía como si una llama se extinguiera, como si se escapara la vida. ¿Dónde habría ido? ¿A los establos para jugar a los dados con Haroun y los otros hombres? Quizá al Ultima esperanza. Tenía un aposento en el castillo, pero a menudo pasaba la noche a bordo de su barco.

¿Estaría con alguna mujer? Nunca llevaba a sus amantes al castillo, pero al barco…

La rabia le quemaba por todo el cuerpo y bloqueó ese pensamiento rápidamente. No tenía ningún sentido torturarse con fantasía. Había descubierto por qué Kadar la mantenía a raya, y también descubrió algo sobre ella.

¿Qué problema había si era precavida y desconfiada? ¿Qué esperaba? Thea y ella habían nacido esclavas en la Casa de la Seda de Nicolás en Constantinopla. Pasaron casi toda su niñez en el gineceo, trabajando de sol a sol en los telares. La única confianza que aprendieron en casa de Nicolás era la seguridad de que el látigo caería sobre ellas si cometían errores en sus tareas o intentaban escapar de su cautiverio. ¿Por qué Kadar no podía aceptarlo? No podía dar lo que no poseía.

Pero si ella no le daba lo que él quería, podría perderlo.

Podría cansarse de esperar e irse con otras…

Ya estaba otra vez. Confianza. ¿Por qué no podía confiar en que él no fuera a abandonarla?

Porque ello significaría bajar la guardia y hacerse vulnerable. Significaría ceder esa parte de su ser que tan celosamente había protegido durante toda su vida.

¿Cómo era posible sentirse más vulnerable de lo que se encontraba en ese momento ante Kadar? No podía pensar en otra cosa más que en ese estúpido hombre.

Los ojos le escocían de nuevo. No lloraría. No era de las que gimoteaban y lloriqueaban mientras pudiera ponerse en acción para encontrar una solución.

Pero, Dios mío, la solución al problema era tremendamente dura. Ni siquiera estaba segura de saber cómo abordarla.

– ¿Entiendes el mensaje? -preguntó Alí Balkir.

Kadar asintió.

– Era lo que esperaba.

– Prometiste a Sinan que acudirías y harías cualquier cosa que te encomendara. Ahora te llama. Obedecerás, por supuesto.

– ¿Seguro? -dijo Kadar sonriendo-. Tendré que pensarlo.

El pánico invadió a Balkir. Era lo que más había temido desde que Nasim le encomendara esta misión. Desde que era un muchacho, Kadar siguió su propio camino, e incluso había desafiado a Nasim abandonándolo.

– Tienes que venir.

La sonrisa de Kadar se desvaneció.

– He dicho que lo pensaría.

– No seas estúpido. Es Sinan quien manda por ti.

– Te comunicaré mi decisión dentro de tres días.

– Zarpamos mañana. Sinan te necesita de inmediato.

– Entonces tendrá que esperar. -Kadar se dirigió hacia la pasarela-, Y mantén a tus hombres a bordo. No quiero peleas ni violaciones aquí en Montdhu.

– Entonces más te vale tomar la decisión correcta.

Kadar lo miró por encima del hombro y le dijo en voz baja:

– No me gustan las amenazas, Balkir.

Balkir reprimió un estremecimiento cuando se encontró con la mirada de Kadar. La aplastante amenaza fue casi tan fuerte como lo que sintió al enfrentarse a Nasim.

– Es la amenaza de Sinan, no la mía. Tendrás que venir conmigo.

– Tres días. -Le dio la espalda y bajó por la pasarela.

La mano de Balkir se tensó en la barandilla mientras lo veía marchar. Por Alá, estaba seguro de que tendría problemas. ¿Qué haría si Kadar decidía no obedecer a sus órdenes?

El terror le heló la sangre. Le habían encomendado una misión, y no sería él quien fallase una misión de Nasim.

Sin embargo, si atacaba el castillo, se arriesgaría a herir a Kadar, y a los ojos de Nasim eso también sería un fracaso. Tendría que encontrar otros medios para asegurarse la conformidad de Kadar.

– Murad -gritó por encima del hombro-, síguelo. Asegúrate de que no va a ningún otro lugar que no sea Montdhu. Quiero saber a quién ve y lo que hace. No lo pierdas de vista.

Murad salió disparado por la cubierta y bajó por la pasarela.

– ¿Por qué no me lo dijiste anoche, Kadar? -le preguntó Ware con aspereza-. Es solo un barco. Podemos organizar un ataque.

– Pero, si sobreviven, organizarán su propio contraataque y estropearán nuestro precioso castillo nuevo -replicó Kadar con tono ligero-. Deja de pensar como un guerrero, Ware. Aquí no necesitamos una batalla.

– Soy un guerrero. -Ware frunció el ceño-. Y tú eres un necio si piensas que voy a permitir que te vayas y accedas a la petición de ese bastardo.

– Hice una promesa.

– Las promesas a los asesinos no deberían cumplirse.

Kadar soltó una carcajada.

– Fue a hablar el hombre que nunca faltó a su palabra.

– Yo nunca he dado mi palabra a ese diablo de Sinan.

– Todos tenemos nuestros demonios. El mío resulta ser un auténtico diablo. O al menos eso es lo que dicen sus hombres.

– Deberías saberlo. Una vez fuiste uno de ellos.

– He conocido demonios peores.

– Pues yo no -respondió Ware levantándose-. Llamaré a mis hombres a las armas. Iremos a…

– No, Ware -dijo con tranquilidad-. Te lo acabo de decir, nada de batallas. Le he dicho a Balkir que le comunicaría mi decisión en tres días. No quiero que interfieras. Si atacas el Estrella oscura, tomarás la decisión por mí. Incluso si derrotas a Balkir, encontraré otro modo de llegar a Sinan.

– Maldito seas -dijo Ware con frustración-. ¿Por qué no me permites que te ayude? Hiciste esa promesa a Sinan para garantizar nuestra liberación.