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– ¿Las pagaste bien?

– Sí, ya te lo he dicho, pasé algún tiempo en una casa de placer. Nunca las engañaría.

– Estas mujeres no parecen… ¿Crees que les pagarán bien?

– No. -Concentró la mirada en su rostro-. Las cosas son así. Es una vida dura. Tienen algo que vender y con ello se pagan una comida, un lugar donde pasar la noche. Nada más. En comparación, las mujeres en la Casa de Nicolás eran muy afortunadas.

– No eran más afortunadas. Eran esclavas. Por lo menos estas mujeres pueden elegir.

– Efectivamente. -Una expresión indefinible asomó en el rostro de Kadar-. Elegir es importante.

Tenía la extraña sensación de que ya no se refería a las mujeres de la Casa de Nicolás.

Pero enseguida se le pasó y miró hacia otro lado.

– Si no lo ves, podemos marcharnos. Este sitio es muy desagradable…

– Ahí. ¿Qué es eso? -Había divisado algo en un rincón oscuro del salón… algo brillante, que se movía. Se acercó con impaciencia-. Podría ser…

Una cabellera de color aleonado flotando sobre unos hombros desnudos…

Los hombros no eran la única parte de su cuerpo que estaba al descubierto. Tenía la túnica tirada en el suelo, y se encontraba en cuclillas entre los muslos de una mujer igual de desnuda que él. Él se movía con rapidez, arremetiendo con fuerza, murmurando palabras excitantes a la ramera que tenía debajo. No necesitaba estímulo alguno. Era evidente que estaba entregada por completo y que su placer era absoluto.

– ¿Es él? -preguntó Kadar.

– No puedo verle la cara. -La cabeza del hombre estaba apoyada sobre la mujer, largos mechones de pelo aleonado velaban sus rasgos-. Tendré que verlo más de cerca.

– No te acerques demasiado. Si lo interrumpes en estos momentos podría molestarse.

– Me parece que está demasiado ocupado como para enterarse.

– Es la mujer la que está ocupada. Él es un guerrero y está adiestrado para percibir un ataque.

– No lo estoy atacando -dijo acercándose más-. Solo deseo ver su…

Levantó la cabeza y se echó el pelo hacia atrás.

Vaden.

Incluso cubierto de humo y hollín no le cabía la menor duda de que era él. La regularidad de sus facciones era inconfundible, aunque nunca se había fijado en lo atractivo que era. Esos profundos ojos color azul zafiro eran imposibles de pasar por alto. Su rostro era lo más sorprendente: podría haber pertenecido a Adonis, o teniendo en cuenta el color pardo rojizo de su pelo, quizás a Apolo.

– ¿Y bien? -preguntó Kadar.

– Es Vaden.

Debió oír su nombre. Se quedó paralizado, apartó la mirada de la mujer.

Selene se preparó instintivamente cuando sus ojos se encontraron con los de Vaden. En menos de lo que se tarda en parpadear, se sintió evaluada, juzgada y rechazada.

Vaden volvió a su apareamiento.

Ella estaba desconcertada.

– ¿Y ahora qué hacemos?

– Bien, no lo interrumpamos. Terminará enseguida.

Esperaba que fuera así. Se sentía incómoda ahí de pie viéndolo copular.

Y no solamente incómoda.

– Nadie se dará cuenta -le murmuró Kadar al oído-. Podemos buscar un rincón para nosotros.

Kadar solo obtuvo una negativa por respuesta.

Pero mirar a un hombre tan apuesto como Vaden en pleno acto sexual estaba provocando en ella una oleada de calor por todo el cuerpo. Nunca había entendido el significado del tapiz en la habitación de la torre y la excitación que produce ver cómo fornican otros.

Ahora lo entendía.

Gracias a Dios, estaban terminando. Un momento después él se levantó, empujando a la ramera hacia un lado.

Se reía a carcajadas cuando se puso la túnica y buscó la bolsa con el dinero. Acarició la espalda de la mujer y le puso una moneda en la mano. Se volvió hacia Selene y sonrió.

– Estoy un poco cansado en este momento, pero dame tiempo. La noche es larga.

Kadar no pudo reprimir la risa al ver la expresión de horror en el rostro de Selene.

– ¿Qué esperabas? Te lo dije, aquí solo vienen prostitutas. No viene a fornicar contigo, Vaden. No estamos aquí por eso. -Se acercó un paso-. ¿Te acuerdas de mí?

La expresión divertida abandonó el rostro de Vaden.

– Kadar.

– Esperaba que me reconocieras. Nunca nos hemos visto, pero yo estaba con Ware en la época en que lo vigilabas y acechabas. -Hizo avanzar a Selene-. A lo mejor no recuerdas a Selene. Ella era mucho más joven cuando os conocisteis.

– Creo que debería acordarse -dijo Selene secamente-. Si tenemos en cuenta que me tiró del caballo y amenazó con matarme.

Vaden sonrió.

– Claro que te recuerdo. Eres la hermana de la mujer de Ware.

– Su esposa -corrigió ella-. Están casados.

Vaden hizo un gesto de indiferencia.

– No puedo acordarme de todo. -Se dejó caer en una silla y cogió su copa de vino-. Ella no debería estar aquí, Kadar.

– Lo sé. Insistió en venir. ¿Podría persuadirte para abandonar este lugar y venir con nosotros?

– No. -Se llevó la copa a los labios-. Me gusta esto.

– Apesta -dijo Selene sucintamente.

– Cierto. Deberías salir de aquí antes de que tu delicada nariz se ofenda más. Pero estoy un poco bebido y tengo por costumbre no meterme en oscuros callejones a menos que tenga todos mis sentidos alerta.

Selene tomó asiento en la silla que había frente a él.

– Queremos que nos ayudes.

– Ya te ayudé una vez -dijo sonriendo-. No esperes más de mí. No soy un hombre generoso.

– No estamos pidiendo tu generosidad -repuso Selene-. Necesitamos tu espada. Te pagaremos bien.

– ¿Ware?

Ella negó con la cabeza.

– Ware no sabe nada de esto. Tarik. ¿Lo recuerdas?

Bebió un sorbo de vino.

– ¿Cómo podría olvidarlo? Le vendí mi derecho de nacimiento. ¿Lo está disfrutando?

– Es una casa preciosa.

– Sí. -Desvió la mirada hacia Kadar-. Estás encima de ella igual que lo estabas con Ware. ¿No te hartas de proteger a todos los que te rodean?

– Se ha convertido en una costumbre.

– Siempre me ha parecido raro. Especialmente después de descubrir tu asociación con los asesinos.

– Ware me dijo que pasaste algún tiempo con Sinan. ¿Tuviste la oportunidad de conocer a Nasim?

– Vino en un par de ocasiones a la fortaleza mientras yo estaba allí. Sinan parecía aprender de él. -Sonrió-. Era divertido verlos juntos. Nunca pude dilucidar quién de los dos tenía el alma más oscura.

– Nasim -aseguró Selene.

– Es posible -dijo apoyándose en el respaldo de la silla-. Me imagino que es Nasim a quien queréis derrotar.

– Sí.

– Entonces la discusión ha tocado a su fin.

– No sin ayuda -intentó convencer Kadar.

– Ya conoces el poder de los asesinos -dijo Vaden-. No tiene límites. Si mato a Nasim, sus sicarios me perseguirán durante el resto de mis días.

– No serías tú quien tendría que darle el golpe de gracia.

– En ese caso solo me perseguirían durante la mitad de mi vida.

– Tarik te pagaría muy bien -intervino Selene-. ¿Qué es lo que quieres?

– Ya tengo lo que quiero. -Hizo un gesto señalando al oscuro salón. Un ambiente que levante los ánimos. Compañía agradable. Buen vino.

– ¿Qué quieres? -repitió Selene.

– Vivir un año más.

– Si te prometemos que Nasím nunca se enteraría…

– Se enteraría -dijo fijando sus ojos en ella-. Estás muy decidida. ¿Por qué yo? Hay otros guerreros. Lo reconozco, no tan magníficos como yo. Y no muchos se enfrentarían a Nasim, pero podría darte un par de nombres.

– Te quiero a ti.