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– No, por favor, consérvelo como recuerdo de esta velada.

Risas descaradas. Se trataba de un gesto magnánimo y sin duda al día siguiente se comentaría en todas partes; todos hablarían de cómo Marie había regalado una joya de unos cientos de libras a una extraña inglesa, como recuerdo. Me dispuse a insistir en devolvérselo, pero recordé que no podía permitirme ser demasiado escrupulosa. Cuando se lo agradecí, Marie miró a Bobbie por encima del hombro y se encogió de hombros, como compartiendo la broma. Mas Bobbie no parecía divertida. ¡Por Dios! ¿Acaso creía que iba a rivalizar con ella por la atención de Marie? La dejé mirándome airadamente y me alejé del grupo. Jules me esperaba.

Regresamos al vestíbulo, ya vacío a excepción de los cansados camareros y las botellas vacías.

– Si éste es realmente el colgante de Topaz, ¿cómo es que Marie lo tenía?

– No soy yo el detective, señorita Bray.

– Sin embargo, usted se aseguró de que lo viera.

– Me sorprendió.

– Es inconcebible…

– ¿… que Marie envenenara a Topaz por esa joya?

– ¿No lo es? Además, ella sabe que hay una relación entre Topaz y yo: me vio en su suite y en su entierro. O no tiene sentido o…

– ¿O qué?

– O Marie es una mujer excepcionalmente fría y resuelta. -Pensé en la sorprendente firmeza con que sujetaba la cabeza de la pitón.

– Lo es, decididamente -afirmó Jules.

Cuando salimos al porche, el sátiro astroso estaba esperando, apoyado contra un pilar, detrás de una maceta de azucenas. Se enderezó al vernos, pero fingió no mirarnos.

– ¿Tiene algo que ver con usted?

Al parecer Jules lo divisó por primera vez.

– ¡Por Dios, no! ¿Será el juguete de alguien?

– Más bien su sabueso.

– Le gustan los animales, ¿verdad? ¿Por qué no espera aquí y se hace amiga de él mientras yo voy por nuestra calesa?

Entonces recordé a Rose, que seguiría esperando pacientemente en la glorieta.

– Señor Estevan, lo siento, pero he de hacer algo antes de irnos. ¿Podría esperarme unos diez minutos? Hay alguien que quizá agradezca un asiento en la calesa.

– Un amigo suyo, señorita Bray…

– Si no he vuelto en diez minutos, váyase, no me espere. Ya encontraré la forma de regresar. -Intentaría convencer a Rose de irse sin ver a Bobbie, aunque tal vez se mostrara obstinada-. Y si puede hacer algo para distraer al sátiro, se lo agradeceré.

– Su vida es muy complicada. Haré lo posible por conversar con esa criatura, si es que habla.

– Creo que descubrirá que habla inglés.

Atravesé la terraza corriendo y bajé por la escalinata hacia el jardín. Era una noche clara pero sin luna, y necesité un rato para encontrar la glorieta…

– ¿Rose?

Oí un movimiento y una oscura silueta salió a saludarme. Cuando apoyé una mano en el brazo de Rose comprobé que tenía los músculos entumecidos, de frío y angustia.

– ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde está Bobbie?

– Dentro, bastante ocupada. ¿Por qué no regresa conmigo? Ya la verá mañana.

– No; quiero verla esta noche.

– ¿Quiere que le lleve un recado?

Por la amistad entre Marie y Bobbie y el asunto del colgante estaba resuelta a mantener a Rose tan alejada de ellas como fuera posible.

– No. -Era un rechazo duro, casi grosero.

– Rose, sea lo que sea que están haciendo, no le recomiendo que lo hagan aquí. El hombre disfrazado que vio entre los matorrales… tengo razones para creer que es de la policía secreta.

Se sobresaltó.

– ¿Dónde está?

– Hace unos minutos estaba apostado junto a la puerta principal. No podrá entrar para ver a Bobbie sin pasar frente a él y ella no puede salir.

Se hallaba a unos centímetros de mí, y percibí su tensión y su recelo.

– Debe de haber una puerta trasera.

– Con sirvientes por todos lados. -Intenté empujarla suavemente hacia la terraza-. Jules nos llevará a la ciudad y ambas veremos a Bobbie por la mañana.

– ¡He dicho que no!

Se apartó bruscamente y corrió en la oscuridad hacia un lado de la casa. Me dispuse a seguirla cuando oí un ruido sordo y ramitas rompiéndose; después, pasos más pesados corriendo en la misma dirección que Rose. La tonta había conseguido que el sátiro astroso la siguiera. Me temo que mi reacción fue puramente instintiva. Cuando un policía persigue a una colega, cualquiera sean su disfraz y sus razones, lo natural es hacer todo lo posible por obstaculizarlo.

– ¡Aquí! -grité y eché a andar tan ruidosamente como pude en dirección al acantilado. Mis pasos produjeron un satisfactorio estrépito en un sendero de grava y me di cuenta de inmediato de que el sátiro se había detenido. Imaginé a aquella bestia peluda confundida, sin saber a quién perseguir. Grité de nuevo para alentarlo y volví a oír sus pisadas, esta vez crujiendo en mi dirección. Tenía que hacer que la persecución durara lo suficiente para que Rose llegara allá donde fuera, así que serpenteé entre los lechos de flores. Resbalé en unos fragantes arbustos de lavanda, me levanté y seguí corriendo. Quizá no fui demasiado astuta en mis serpenteos, porque mi perseguidor atajó por un camino más lento pero más directo, por encima de los lechos de flores. Cuando oí sus jadeos y sus pesados pasos, supe que lo había dejado aproximarse demasiado.

Para salvarse cuando los sátiros las persiguen, las ninfas se resguardan dentro de un árbol. Yo hice algo casi tan efectivo: trepé a un magnolio en plena floración blanca, justo antes de que el sátiro llegara. Un banco rústico alrededor del árbol me dio apoyo para subir a las ramas, y allí permanecí, sentada, oculta entre las flores, en tanto la frustrada bestia me buscaba entre los lechos de flores. Jadeaba mucho y resollaba. Creo que no lo entusiasmaba lo que estaba haciendo. Pasado un rato, se alejó arrastrando los pies y yo, cómoda en mi rama, decidí quedarme allí un tiempo prudencial; luego regresaría de algún modo a la ciudad y le enseñaría el colgante de ópalo a Tansy. Para mayor seguridad, al subir al magnolio me lo había puesto. Me lo dejé puesto y pasé el tiempo redactando mentalmente la carta que nunca me atrevería a enviar a la señora Pankhurst:

Querida Emmeline:

Con respecto a tus instrucciones de evitar cualquier escándalo, he de decirte que un sátiro acaba de perseguirme por un jardín, propiedad de una próspera cortesana que parece sentirse muy atraída por una de las jóvenes entusiastas de nuestra causa. Hasta ahora no he logrado nada en cuanto a asegurar la entrega sin obstáculos del legado de Topaz Brown, pero he adquirido un colgante con un gran ópalo, ropa interior con lazos y encaje, y un kilo de pescado precocinado, del que ya me he deshecho. Esta tarde fui al circo. Es medianoche y estoy sentada en lo alto de un magnolio. Espero que cuando recibas la presente te sientas como yo ahora.

Sinceramente,

Nell Bray.

14

Llevaba casi media hora subida al árbol y empezaba a hacer demasiado frío, cuando oí pasos en el sendero de grava. No eran lo bastante pesados para ser del sátiro, así que pensé que quizá Rose me estaba buscando. De pronto vi el brillo de una luz y oí una voz que reconocí.

– ¿No se preguntarán dónde estás?

No oí la respuesta. Era la voz de otra mujer, no la de Rose. La luz se acercó y vi que era una de las antorchas usadas para iluminar la terraza, casi a punto de apagarse. Su luz bastó para ver la cara de Bobbie y a la mujer que caminaba a su lado: Marie, envuelta en una capa de marta negra que brillaba a la luz y cuyo cuello alto le enmarcaba el blanco rostro. Bobbie también iba envuelta en una capa negra, aunque no de piel; al menos se había deshecho del fez. Bajaron sin prisas por el sendero.

– Mira, un magnolio. Hay un banco. ¿Nos sentamos?

Se acomodaron directamente debajo de mí y Bobbie enterró la punta de la antorcha en el suelo. De haberla alzado hacia las ramas difícilmente habrían dejado de verme y me habría costado justificar mi presencia allí. Por suerte, algo más las tenía absortas.