Cuando me marché, el día empezaba a clarear. Fui andando a mi pensión. La casera ya se había levantado y parecía dispuesta a censurarme por regresar a esas horas con mi mejor vestido todavía puesto. Dormí un par de horas, me reanimé en la bañera de asiento, tomé croissants y una cafetera llena de humeante café, y pensé en lo que debía hacer a continuación. Decidí darme otro día. Si esa noche la situación de Bobbie parecía tan negra como hasta ahora, no tenía derecho a esperar más.
A las nueve ya me encontraba de vuelta en el salón de Jules Estevan. Me alegré de hallarlo despierto tan temprano y se lo dije.
– No me acosté; el sueño no es sino otra adicción.
Se le veía pálido, pero bueno… siempre se le veía así. Vestía la misma bata negra. Desde mi última visita, la cabeza de porcelana del maniquí de sastrería había adquirido una corona de laureles.
– ¿Regresó sana y salva anoche, señorita Bray? La esperé un rato y decidí que habría hecho otros arreglos.
– Señor Estevan, ¿por qué me llevó a la fiesta de Marie?
– ¿Tanto le desagradó? Consideré que podría divertirse.
– Eso no es lo que buscaba. Usted quería que viera algo, ¿verdad? ¿A Bobbie y Marie juntas o a Marie con el colgante de Topaz?
– Le aseguro que el colgante me sorprendió tanto como a usted. ¿Se lo ha enseñado a Tansy?
– Sí, y lo ha identificado. Así que, si no se trataba del colgante, quería asegurarse de que viera a Bobbie con Marie. ¿Sabe lo que están planeando esas dos?
Se reclinó en el sofá blanco y exhaló humo de un largo cigarrillo negro.
– ¿Lo sabe usted, señorita Bray?
– Me temo que sí. Sabía lo que Bobbie pretendía hacer y luego oí a Marie y Bobbie hablar en el jardín anoche.
– Qué imprudentes. ¿Qué piensa de su plan?
– Me opongo completamente. El hombre me disgusta, pero intentar algo sería políticamente desastroso para nosotras. Se lo he dicho a Bobbie. Pero ¿puedo pararla sin que la detengan?
– ¿Ha pensado en advertir al hombre?
– Estoy tratando de hacer algo al respecto, indirectamente, aunque no estoy segura de lograrlo a tiempo. Algo más directo haría que sospecharan de Bobbie. ¿Sabe que nos sigue la policía secreta?
– Su amigo de anoche, supongo.
Tenía una expresión meditabunda y me pregunté si se habría dado cuenta de que temía algo peor acerca de Bobbie. Supuse que sí, pero esperaba que no hiciera nada al respecto, por indolencia, ya que no por discreción.
– Lo que no entiendo es cómo Marie puede ser tan tontamente suicida. En cuanto a Bobbie, bueno… proviene de una familia alocada y cree realmente en su causa, por muy mal encaminada que esté. Pero ¿cómo pudo una mujer como Marie dejarse enredar en algo así?
– Supongo que todo sirve para su leyenda.
– ¿Leyenda?
– Le agradan los gestos grandiosos, lo ha visto usted con sus propios ojos.
Sin darme cuenta, mientras hablaba yo me paseaba nerviosamente por el suelo encerado. Me fijé en ello al ver su expresión inquisitiva.
– ¿Es eso una especie de ceremonia, señorita Bray?
– ¿Ceremonia?
– ¿Diez pasos en una dirección y diez en la otra?
– ¡Oh! Me temo que es un hábito recién adquirido.
– ¿En la cárcel?
Asentí con la cabeza.
– ¿Ha estado pensando en prisiones estos días? ¿En prisiones y tribunales?
Me obligué a sentarme en el reclinatorio frente a él.
– ¿Por qué lo pregunta?
– Es evidente que ha ocurrido algo. Al principio pensó que Topaz se había suicidado, luego empezó a preguntarse si la habrían asesinado y creo que ahora está segura de ello.
Esperé y lo observé. Cuando no mordí el anzuelo, añadió:
– La cuestión es si cree saber quién lo hizo. ¿Qué me dice?
– ¿Lo sé o creo saberlo?
Me daba la impresión de que él, como yo, se iba acercando, que estaba atando cabos en cuanto a las actividades de Bobbie. Pero no deseaba dejarle la iniciativa, así que intenté llevarlo por otro derrotero.
– Topaz había invitado a alguien esa noche, eso lo sé. Lo había invitado para las ocho. Una hora antes, salió sola a comprar la ropa interior, el vino y el pescado.
– De lo que deduce que la nota que encontramos era la invitación. He pensado en ello pero, lo siento, tengo dos objeciones.
– ¿Cuáles?
– Primero, ¿qué hacía la nota debajo de la almohada? La persona invitada, quienquiera que fuese, no habría necesitado llevarla consigo.
– Pensé en eso. Quizá consideró que era el pagaré que había de devolverle.
– Pero ¿la deuda de quién era? ¿Ella le debía algo a alguien por su profesión o alguien le debía algo a ella por la suya?
– Al principio creí que era ella la que estaba en deuda pero ahora lo dudo.
– Yo también. Pero tengo una objeción más seria. ¿Tiene la nota?
Todavía la llevaba en el bolso y se la entregué.
La leyó: «Demasiado tarde. Ocho de la noche. Devolución de pagaré por una carrera.» Es ingenioso por su parte pensar que se trata de una invitación. Pero ¿por qué lo de «demasiado tarde»? ¿Acaso se incluye algo así en una invitación?
No había olvidado esas dos primeras palabras, pero las había apartado de mi mente. Sin ellas, la teoría funcionaba perfectamente.
– No, pero ¿cómo explicarlo?
Jules se encogió de hombros.
– Con nuestra primera teoría, la del suicidio.
– Pero ¿y la ropa interior y el pescado?
– Los suicidas hacen cosas extrañas.
Me devolvió la nota.
– No creo que Topaz se suicidara -afirmé. Empezaba a parecer tan obstinada como Tansy.
– En ese caso volvemos a la misma pregunta. ¿Quién la mató, señorita Bray?
Contesté que no lo sabía y me excusé diciéndole que ya le había quitado demasiado tiempo. Al acompañarme a la puerta se mostró tan cortés como siempre, pero desde los acontecimientos de la noche anterior yo tenía la impresión de que una amenaza se cernía sobre mí y sentía que Jules formaba parte de ella. Él sabía tanto como yo, quizá más.
Quería creer en el misterioso visitante de las ocho de la noche, probablemente un varón; tanto que había olvidado un hecho y no le agradecía que me lo recordara. «Demasiado tarde.» Pero no demasiado para analizarlo. Suponiendo que las palabras no se refirieran a un suicidio y tomándolas al pie de la letra, ¿qué era demasiado tarde? Al pasear por la playa se me ocurrió que sería sencillamente la repuesta a otra nota. Si el desconocido había tratado de fijar una hora para verla y Topaz había propuesto otra, tendría sentido. Pero en ese caso debía haber otra nota, una de un visitante desconocido que le pedía verla más tarde. Y, si existía, podría encontrarse entre los desorganizados montones de papeles de la suite de Topaz. Al pensar en eso, lo que me había contado Tansy de la persona que trató de entrar tomaba otro cariz. Habría regresado en ese mismo momento para buscarla, aun a riesgo de hacer enfadar a Tansy, pero primero tenía que acudir a una cita. Una cita de rutina, me dije. Aunque, lo que ocurrió allá me hizo olvidar la hipotética nota. Demasiado tarde.
15
Varios días antes, cuando acababa de llegar y todavía estaba centrada en el asunto que me había llevado a Biarritz, había concertado una cita para hablar otra vez con el abogado de Topaz. Aunque ahora dudaba que alguna vez pudiésemos reclamar el legado, acudí a la cita y traté de hablar como si nada hubiese cambiado. Le pregunté si tenía una respuesta al telegrama que yo había enviado a nuestras oficinas en Londres.
– Sí, señorita Bray. Esta mañana hemos recibido una carta del abogado de la organización y ya he redactado otra en la que le informo que probablemente pase un tiempo antes de que se arregle lo de las propiedades de la señorita Brown. Oficiosamente puedo decirle, señorita Bray, que la familia va a impugnar el testamento.