– Señor Estevan, necesito un hombre -le dije.
– Admiro su franqueza, señorita Bray, pero no creo ser el indicado.
– Es usted perfectamente adecuado. De hecho, casi cualquier hombre presentable me servirá.
Pareció ligeramente alarmado e intenté tranquilizarlo.
– No será por mucho tiempo, quizá no más de dos horas, y no hace falta que se cambie, sólo necesita un sobretodo.
– Señorita Bray, ¿sería tan amable de explicarme qué desea exactamente?
– Bobbie Fieldfare y Marie de la Tourelle están a punto de hacer algo terriblemente estúpido. Y quiero estar allí para demostrarles cuán ridícula es la situación.
Soltó el aliento y se dejó caer en el sofá, perdiendo algo de su aplomo.
– Señorita Bray, entiendo su preocupación. Si cree que la señorita Fieldfare y Marie son una mala influencia la una para la otra, hasta estaría de acuerdo. Pero en asuntos de esta índole, sin duda todos tenemos derecho de condenarnos a nuestro modo, ¿no?
Sabía que presumía de no excitarse nunca por nada, pero ahora exageraba.
– Me temo que no puedo ver un intento de asesinato con tan olímpica indiferencia.
Se incorporó.
– ¿Asesinato?
– Por su modo de hablar, creí que lo sabía.
– ¡Claro que no! No sé de qué está hablando.
– Entonces, ¿a qué cree que me refería?
Vaciló y sonrió.
– Me temo que supuse que tenía intención de pillarlas en un devaneo… digamos sáfico.
– ¡Por Dios, no! Le aseguro que tengo cosas más importantes de que preocuparme.
Jules se echó a reír y no pude evitar imitarlo. Creo que nuestras risas eran bastante histéricas; reverberaban en el suelo encerado, en las figuras paganas pintadas en las paredes, en el maniquí de cabeza de porcelana. De pronto me asusté. Me pregunté si había elegido al aliado adecuado, pero, como le había dicho a Jules, precisaba un hombre y no tenía dónde escoger. Cuando nos calmamos le conté únicamente lo que deseaba que supiera. Bobbie y Marie, le expliqué, estaban tramando asesinar a alguien por razones políticas. Preferí no darle el nombre de la víctima. La idea consistía en interrumpir el complot de tal modo que tuviese a Bobbie lo bastante atrapada para poder enviarla directamente a Inglaterra. Al principio Jules no me creyó.
– Ni siquiera Marie sería tan idiota.
– Estoy segura de que Bobbie ha estado manipulando su tan desarrollado sentido teatral. Además, no sería Marie la que apretara el gatillo.
– Una pistola, ¿eh?
– Me temo que sí, pero no hay problema. El hombre al que esperan no irá. La invitación ha sido interceptada, sólo que Bobbie y Marie no lo saben.
– ¿Contra quién va a disparar Bobbie?
– Bueno, en teoría contra usted, pero…
– Ya veo… ¿Dispararán sólo en teoría?
– No llegarán a tanto.
– Me gustaría compartir su confianza.
– Únicamente lo necesito como guía. Verá, Marie habrá dicho a sus criados que espera a un hombre a las ocho de la noche, pero dudo que les haya dado su nombre. Si usted llega a las ocho, los criados supondrán que es el hombre que Marie espera y le dejarán entrar. Bobbie estará escondida en algún lugar de la habitación. Yo lo sigo, pillo a Bobbie con las manos en la masa y la meto en el próximo tren a Inglaterra.
– Hay un pequeño fallo en todo esto: ¿qué ocurrirá si la señorita Fieldfare dispara en cuanto yo entre en la habitación?
– No es eso lo que planean. La idea es que Marie lleve a la víctima a una posición que le dé suficiente tiempo a Bobbie para apuntar y yo habré entrado mucho antes.
– ¿Puede darme una buena razón, señorita Bray, para que haga esto?
Pensé en recordarle que Marie era amiga suya, pero supuse que eso le resultaría insuficiente.
– Al menos será una experiencia nueva, señor Estevan.
– Aquí nace un mártir de la experiencia…
Se tumbó boca arriba, se levantó, salió y al poco reapareció con guantes blancos y capa de ópera; en la mano llevaba su sombrero de copa.
– Vamos allá.
– Me está esperando un coche de punto.
Los coches de punto en Biarritz cobran dos francos la hora, por lo que ya había gastado tres chelines del dinero de la Unión, pero era la menor de mis preocupaciones. Casi había esperado que Jules se negara, mas había aceptado y me vi comprometida. Ojalá entendiera a Bobbie Fieldfare. Silencioso en el asiento frente a mí en tanto el coche subía con dificultad la cuesta, Jules debió de pensar lo mismo. De pronto dijo:
– Un voto ha de ser muy importante para la señorita Fieldfare.
– Lo es para todas nosotras.
– Para mí, no. Cuando se sabe que la mayoría de la población se equivoca invariablemente, ¿cómo aceptar un sistema político que presupone que esa mayoría siempre tiene razón?
– ¿Qué sistema prefiere?
– Prefiero evitar los sistemas. Lo que quiero decir es que Bobbie Fieldfare es, y usted lo ha reconocido, una jovencita muy resuelta que mataría si creyera que eso ayuda a conseguir su preciado voto. ¿Lo ha hecho ya?
El interior del coche estaba casi en penumbras, pero Jules debió de percibir la tensión de mis músculos.
– ¿Qué quiere decir?
– Acabo de entender la razón de una de sus preguntas. Quería saber si Bobbie sabía lo del legado de Topaz cuando ésta vivía todavía. -No contesté-. Y la respuesta fue que sí, que probablemente lo sabía. -Esperó-. Y bien, señorita Bray, ¿envenenó a la pobre Topaz?
– Incluso si lo sabía, no prueba nada contra ella.
– Ésa no es una respuesta y me doy cuenta de que hay cosas que no me ha dicho.
Era verdad: la visita de Bobbie al médico, quejándose de insomnio; Bobbie vestida de hombre y paseándose delante de la puerta de Topaz.
– Además, está ese extraño asunto del colgante de ópalo -añadió Jules. Al parecer me leía la mente. Se reclinó contra el asiento, pero no se relajó-. Comprendo por qué tiene tantas ganas de sacarla del país.
El coche aminoró la marcha al subir la empinada cuesta. Miré por la ventanilla y vi que tomábamos una de las curvas cerradas cercanas a la Ville des Liles. Ya atardecía y la puesta del sol no era sino una larga mancha dorada encima de un mar violeta.
– El hecho de que me haya reclutado, ¿significa que ya no sospecha de mí?
No vi razón para mentirle.
– No, no del todo, pero algo que averigüé hoy hace que sea un sospechoso menos verosímil.
– ¿Qué averiguó?
– Un hombre nos ha estado espiando, a Bobbie y a mí. Y creo que antes de eso espió a Topaz. Era un inglés y creo que le habían pagado con dinero inglés.
– ¿Era?
– Está muerto.
Silencio.
– ¿Y por qué me hace eso menos verosímil como asesino?
– Francia es su país. Si necesitara a un hombre para espiar elegiría probablemente a un francés y le pagaría en moneda francesa.
– No necesariamente. Si necesitara un espía realmente eficaz la elegiría a usted y le pagaría con mi voto indeseado.
Esto me halagó.
Tomamos la última curva y a la luz del atardecer vi el alto muro de la Ville des Liles. Serían las ocho menos cuarto. Sabía que lo difícil sería averiguar adónde llevaría a Jules el criado que le franqueara la entrada. Le sugerí que preguntara dónde se hallaba Marie y fingiera haber dejado algo en el coche, que saliera y me lo dijera. Yo creía que estaría en el salón donde había interpretado su papel, o en su dormitorio. Jules no estaba de acuerdo.
– No, estarán en el templo de Venus. Mucho más conveniente para una cita, o un asesinato.
– ¿Templo?
– El templo de Marie es un pabellón en el jardín. Si tengo razón, veremos las luces en cuanto traspongamos la reja.
El coche entró por la verja y avanzó por el sendero de grava. A diferencia de la noche de la fiesta, la casa y el jardín se hallaban silenciosos y, al parecer, vacíos, aunque había luces en algunas habitaciones de la planta baja. Al detenerse el coche, Jules me tocó el brazo.