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Yo sabía que tenía razón y que, de ser necesario, Bobbie se quedaría hasta que las mujeres de la limpieza llegaran por la mañana.

– Si no quiere verla, puede salir por la puerta lateral -le dije-. Le daré la llave de mi habitación en la pensión.

– No; quiero verla. Quiero que sepa que no la he abandonado.

– No voy a dejar que entre otra. Con una ya sobra -declaró Tansy.

Tardé un momento en darme cuenta de que se refería a las sufragistas.

– Creo que podríamos dejarla entrar, Tansy. Le debe una explicación a Rose.

Y a mí también, pensé. Todavía me molestaba la superior capacidad detectivesca de Bobbie y me preguntaba cómo se había enterado tan pronto de la existencia de Worth.

Finalmente, aunque Tansy se negó a abrir personalmente la puerta, apenas se opuso cuando propuse hacerlo yo.

– ¡Allá usted!

Sentí una ligera e indigna satisfacción cuando, al abrir la puerta, Bobbie se quedó de una pieza. No obstante, recuperó pronto la dignidad.

– Te he estado buscando por todas partes, Rose. Nos vamos en el tren de las 6.52 de la mañana, ya tengo los billetes. -Diríase que estaba encargándose de arreglos rutinarios para unas vacaciones.

– No irá con usted -replicó Tansy.

Bobbie no le hizo caso y habló con Rose.

– Estaba preocupada por ti. Debí adivinar que Nell Bray te había secuestrado, ése es su estilo.

Al dejar entrar a Bobbie pretendía conservar la calma y mostrarme razonable, pero, como de costumbre, un minuto en su compañía lo cambió todo.

– ¡Yo no secuestré a Rose! Acabo de encontrarla.

Bobbie apenas se contuvo de llamarme mentirosa; me miró con incredulidad y se dejó caer en un sofá. Pese al fracaso de su plan, parecía satisfecha. Por más que detestara aumentar su satisfacción, yo quería saber cómo había adivinado lo de Topaz y Bobsworth.

– Creo que te debo disculpas, Bobbie. En un punto al menos me superaste.

Me miró sorprendida, pero recibió la disculpa con una sonrisa.

– Me alegro de que lo veas así, Nell.

– Sí. No sé cómo captaste de inmediato el significado del colgante de ópalo.

– ¡Oh!, no fue muy difícil. De hecho, hacerlo resultaba obvio.

– ¿Que resultaba obvio? -Me sentí intrigada. Como me ocurre a menudo con Bobbie, tenía la impresión de que las cosas se me escapaban de las manos.

– Volver a robarlo. Lo necesitábamos, ¿verdad, Rose?

Rose no dijo nada. Se encontraba sentada en el borde de una silla, observándonos alternativamente, como un espectador de un partido de tenis.

– ¿Volver a robarlo? ¿Qué quieres decir?

– Quizá pareciera una falta de respeto hacerlo tan pronto después de su muerte, pero ya no le servía de nada y yo no tenía los bolsillos precisamente llenos de colgantes. Lo necesitábamos para intentarlo de nuevo con otra.

– ¿De qué habla? -me preguntó Tansy.

Me dispuse a reconocer que no tenía la menor idea, pero me contuve. Bobbie hablaba como si yo lo supiera todo y no pensaba revelarle que no era así. Sin embargo, necesitaba tiempo para pensar. Me parecía estar deslizándome por el fango, más rápido de lo deseable y sin poder detenerme.

En un momento de lucidez, contesté:

– Está diciendo que el colgante era suyo, que ella se lo envió a Topaz.

– Era de mi abuela, me lo legó. Había oído decir que los hombres envían collares y cosas así cuando quieren pasar la noche con mujeres como Topaz, así que tenía que enviarle algo; de lo contrario no lo invitaría.

Tansy parecía estar escuchando un idioma extranjero, pero mi momento de lucidez se había ampliado y convertido en certeza. Recordé las palabras de Bobbie cuando le estropeé su plan con Marie: «Probablemente fuiste tú la que interfirió la primera vez.» Ahora tenían sentido. No la miré, pero se lo expliqué a Tansy como si en todo momento lo hubiese sabido.

– Bobbie tuvo la alocada idea de poner a uno de nuestros adversarios políticos en una situación comprometida. Como en algunos aspectos es una joven sin experiencia… -Bobbie soltó un resuello de protesta-, decidió hacerlo arreglándole una cita con una prostituta. -Esta vez fue Tansy la que protestó-. Investigó un poco en la ciudad y envió a Topaz el colgante de ópalo, dando a entender que se lo había enviado ese hombre. Esperaba que ella lo invitara y que él no pudiese resistirse.

– ¡De todas las maldades…!

Indiqué a Tansy que callara.

– En todo caso, el plan falló. Nunca sabremos si Topaz lo habría invitado, pero sí sabemos que tenía otros planes para esa noche. Planes que supusieron su muerte.

Tuve que abandonar la atractiva idea de que Bobsworth había robado el colgante y lo había enviado a Topaz. Su nota rogando una cita debió llegar en el mismo correo.

Me alegró ver que Bobbie parecía menos satisfecha consigo misma. Rose se mordía el labio, mirando por la ventana al cielo que se oscurecía por momentos.

– Por supuesto, Bobbie no conocía los otros planes de Topaz para esa noche. De hecho, pasó dos horas paseándose frente a la puerta lateral, esperando que el hombre al que intentaba poner una trampa entrara o saliera. No perdió la esperanza hasta después de la medianoche.

Rose miró a Bobbie.

– Cuando Bobbie se enteró de que Topaz había muerto, decidió coger el colgante para usarlo de nuevo, esta vez con Marie de la Tourelle como anzuelo. Cómo logró robarlo, no lo sé…

– Si quieres saberlo, te diré que os vi salir, a ti y a Tansy y soborné a la doncella para que me dejara entrar. Tuve que salir por el balcón cuando os oí regresar. Fue cuando me viste escalar, Nell.

– ¡Robar a una muerta! -exclamó Tansy.

– No lo estaba robando. Era mío.

– He de reconocer que todavía me intriga algo -dije.

– ¿Qué puede intrigarte a ti, Nell?

– Todavía no entiendo por qué visitaste al médico.

Bobbie rió.

– ¡Ah, eso! ¿Te lo preguntó, Rose?

Rose no contestó.

– Fue parte de mi investigación. Necesitaba saber cómo se hacían las cosas aquí y todos decían que el médico era un chismoso. ¿Te fijaste en todas esas tarjetas en la chimenea? Vi una que me serviría, así que la cogí. Puedes imaginar cuál, ¿verdad, Nell?

– La de David Chester. Quería ver al médico por la enfermedad de su hija.

Bobbie asintió con la cabeza.

– Así que enviaste a Topaz su tarjeta con el colgante. ¿Usaste la tarjeta con Marie también?

– No. No la encontré, no estaba con el colgante y volvisteis cuando todavía la buscaba. Supongo que está en algún lugar de esta habitación.

Rose dijo algo tan quedamente que no la oí. Lo repitió.

– Está aquí. La encontré esta mañana.

Tansy explotó otra vez.

– ¡Te dije que no tocaras sus papeles!

– No pude evitarlo. Un montón se cayó de la mesa y los recogí. Sabía que crearía problemas si alguien la veía, así que la cogí.

Metió una mano en el bolsillo de la falda y me entregó una tarjeta de visita, ya arrugada y sin brillo. Ni siquiera la miré, pues me sentía demasiado preocupada por Rose. Parecía a punto de llorar y temí que se derrumbara y hablara de Bobsworth en presencia de Bobbie y Tansy.

– Así que eso es todo. Más vale que te vayas, Bobbie. Tendrás que hacer tus maletas.

Para mi sorpresa, se levantó.

– Supongo que sí. ¿Vamos, Rose?

Rose se levantó, dio un paso hacia ella, miró a su hermana y se detuvo.

– Vamos, Rose, no es el fin del mundo. Tenemos mucho que hacer en Inglaterra.

– No se irá -declaró Tansy-. Ya está harta.

Rose la fulminó con la mirada, dio otro paso y se detuvo nuevamente.

– Vete ya, Bobbie. Rose irá más tarde, si lo desea.

Bobbie no podía oponerse a eso. Permaneció en el umbral de la puerta, observándome, sonrió de pronto y alzó la mano.

– Adiós, Nell Bray. Nos veremos en el campo de batalla.