Oí mi propia voz prometer que no dormiría en la cama de Topaz y luego a Tansy moverse en la sala. Creo que estaba preparándose una cama en el diván. Se acostó y apagó la luz. Se hizo el silencio. Yo permanecí quieta, consciente de los ruidos de un hotel que se prepara para la noche, de la subida y bajada de los ascensores con un chirrido metálico que nunca había notado de día, del borboteo de la tubería y de un reloj dando la medianoche. Debí adormilarme, porque los susurros angustiados de Tansy al otro lado de la puerta me despertaron bruscamente. Lo primero que pensé fue que quería asegurarse de que no profanase la cama de Topaz y con cierta impaciencia le contesté que no se preocupara, que todo iba bien.
– No, no va bien. Voy a entrar.
La luz de la sala estaba apagada todavía. Cerró la puerta a sus espaldas y llegó hasta el círculo formado por la luz. Iba sin zapatos y con el vestido negro todavía puesto.
– Alguien está subiendo -susurró con temor.
– ¿Qué quiere decir?
– En el ascensor de Topaz. Escuche.
Cuando presté atención, oí el chirrido del ascensor privado, pero todavía no entendía qué significaba eso.
– Quienquiera que sea, tiene la llave. Sin ella nadie puede abrir la puerta lateral.
El temor de su voz me contagió y me quedé helada. Sólo una persona tendría la llave de Topaz: su último visitante.
El ascensor se detuvo en el descansillo. A continuación no se oyó nada y el silencio se prolongó durante quince o veinte latidos del corazón, hasta que de pronto oí abrirse la puerta del ascensor.
– Tansy, el hombre ingrato, según le dijo Topaz… usted debe de…
Me hizo señas de que callara. Se oyó un chirrido metálico en la puerta del salón que daba al descansillo. Me levanté e instintivamente Tansy y yo nos acercamos la una a la otra.
– ¿Está cerrada con llave? -susurré formando las palabras con los labios.
Ella asintió, pero acto seguido se oyó un chasquido y la puerta se abrió. Hasta los hoteles de lujo pueden ser manicortos en cuanto a las cerraduras, y la de la suite de Topaz no había opuesto mucha resistencia. Ya sólo quedaban el salón y un par de puertas abiertas entre nosotras y quienquiera que hubiese entrado. Un delgado rayo de luz de una linterna pasó por una rendija de la puerta, desapareció y volvió a aparecer desde otro ángulo. Tansy se encontraba tan cerca de mí que sentí los latidos de su corazón. La rodeé con un brazo protectoramente. Las sigilosas pisadas se aproximaron a nuestra puerta y volvieron a alejarse. El corazón de Tansy palpitó con fuerza. Con los labios formó la palabra «Rose». Yo asentí con la cabeza. No podíamos permitir que despertara a Rose. Llevé a Tansy a una silla, la hice sentar y luego me dirigí a la puerta de doble batiente que separaba el dormitorio de Topaz del salón. Esperé un segundo. Sentí la suavidad de los pomos de porcelana, como meses antes había sentido la rugosidad del ladrillo antes de arrojarlo. Aspiré hondo y abrí las puertas.
– Más vale que entre -dije.
22
Creo que la luz dorada que llegaba del dormitorio lo deslumbró un momento, porque se quedó inmóvil con expresión vacía, y luego hizo un aparatoso intento por recuperar el equilibrio. Me aparté y volví a invitarlo a entrar. Me sorprendió la firmeza de mi propia voz. Entró y fijó la mirada en mí. No vio a Tansy en la silla. Cerré las puertas y me apoyé contra ellas. Dije a Tansy:
– Éste es el nombre cuya identidad no quería revelarme, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza, mirándolo horrorizada. Cuando él la vio tuve la impresión de que iba a volverse y a echar a correr. Miró a Tansy y luego la cama dorada con las almohadas recién sacudidas.
– ¿Es una trampa? -dijo con cierto tono de amenaza, tal como yo la recordaba del tribunal.
– Si lo es, se ha esforzado por caer en ella -repuse.
Los abogados aprenden a controlar su expresión y me dirigió la misma mirada firme que me había dirigido en el banquillo de los acusados.
– He venido a recuperar algo de mi propiedad que ha sido robado.
La tarjeta y la nota se hallaban en el suelo junto a los pies de Tansy. Las había dejado caer al dormirme. Crucé la habitación, las recogí y le entregué la tarjeta.
– ¿Es esto?
De nuevo aquella mirada.
– ¿Puedo preguntar cómo la consiguió?
– ¿Confirma usted que es de su propiedad?
– Queda por ver si la tarjeta de visita que uno deja en el consultorio de un médico sigue siendo propiedad de uno, sobre todo si después la roban. Supongo que fue cosa suya, señorita Bray.
– Claro que no. ¿Reconoce su propia letra?
– Todo salvo las tres últimas palabras, que son una burda falsificación, una falsificación hecha con intenciones delictivas.
Me situé en el centro del dormitorio, tratando de imponerle mi presencia, como si de un tribunal se tratase. Me fijé en que ya no volvía a mirar la cama.
– ¿Qué intención delictiva exactamente?
– Estoy seguro de que le resulta más obvio a usted que a mí, señorita Bray.
– Lo dudo, pero déjeme intentarlo.
Los dos podíamos jugar a los tribunales. Me subí a la tarima que elevaba la cama de Topaz y, desde el pie de la cama, me volví hacia él. Tansy permaneció en la silla. No había apartado la mirada de Chester desde que éste entrara.
– Ha confirmado usted que ésta es su tarjeta, robada del consultorio de su médico. La dejó para pedir hora a las once, por supuesto de la mañana.
Él asintió con la cabeza. Su expresión no era tan firme, ahora que tenía que mirarme al otro lado de la cama.
– Ya hemos visto que fue robada y también hemos visto que fue enmendada posteriormente.
– Por medio de una falsificación.
– Efectivamente. Bien, puedo decirle que la robó uno de sus adversarios políticos (y créame, eso supone una muy amplia gama de sospechosos), el cual falsificó las palabras «de la noche» a fin de que pareciera que solicitaba una cita esa noche, y la envió junto con un colgante de ópalo a la señorita Topaz Brown.
El señor Chester hizo una mueca.
– ¿Acepta, señorita Bray, que yo no sabía nada de esto y que, en palabras sumamente comedidas, habría protestado de haberlo sabido?
– Lo acepto.
– Entonces ¿acepta también que fue un malicioso intento de perjudicar mi reputación, dando a entender que existía una relación entre yo y una prostituta?
Tansy se removió y le lancé una mirada de advertencia.
– Más que malicioso yo lo describiría como estúpido. Aparte de eso, acepto lo que dice.
Tansy refunfuñó.
– Muy bien. Entonces no puede sorprenderle que deseara recuperar mi tarjeta.
– No, claro que no me sorprende. -Mi tono razonable lo asombraba.
Metió la tarjeta en el bolsillo del esmoquin.
– Dadas las circunstancias, puesto que a nadie beneficia revelar una acción tan miserable, de momento no presentaré una acusación contra usted y sus engañadas correligionarias. Huelga decir que si esto saliera a la luz, lucharía por defender mi reputación.
Me miró nuevamente por unos segundos, se volvió y echó a andar hacia la puerta. Esperé hasta que cogió el pomo y pregunté:
– ¿También hemos de callar lo que ocurrió después?
Se volvió.
– ¿Qué quiere decir?
Le enseñé la nota de Topaz, pero no me moví. Él se quedó junto a la puerta.
– ¿Qué es eso?
– Una invitación de la señorita Brown.
– No veo en qué puede incumbirme.
Debería haber abierto la puerta y salido, mas no movió un solo músculo.
– Fija una cita para las ocho de la noche. La nota empieza con «Demasiado tarde». ¿Qué supone usted que quiere decir?
– No puede esperar que lo adivine.
– Creo que es muy sencillo: las once de la noche es demasiado tarde y prefiere las ocho. Es la respuesta al mensaje en su tarjeta, señor Chester.