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De nuevo me fijé que la rabia de Tansy parecía desvanecerse cuando hablaba de Topaz, que se sentía feliz hablando de ella.

– Bueno, quería que fuera con ella a ese viñedo, como ama de llaves. Le dije que no me necesitaría y que yo echaría de menos Inglaterra si estaba lejos todo el tiempo, pero que iría a visitarla. Ella dijo que me echaría en falta y que nos quedaríamos en Biarritz un mes más, para empaquetar todo y dar a Rose unas vacaciones. Luego me pagaría el pasaje de vuelta a Londres y cien libras además de mi salario. Siempre fue generosa.

– Eso es cierto -confirmó Jules-. A Topaz le gustaba el dinero pero era muy generosa.

– Bueno, le di las gracias. Ojalá lo hubiésemos dejado en eso, pero ella tuvo que preguntarme qué pensaba hacer, dijo que ella iba a conseguir lo que quería y deseaba que me pasara lo mismo. «¿Qué harías, Tansy, si pudieras tener todo lo que quieres?», me preguntó. Cerré los ojos y lo vi aparecer, como en una fotografía. Debió de ser por el vino: una casita junto al río, un huertito, unos patos, para que Rose y yo pudiésemos arreglárnoslas sin tener que servir en una casa o trabajar en una fábrica.

»Ella creía que si Rose tenía un lugar cómodo en el que vivir no se preocuparía con lo del voto de las mujeres. En todo caso, no sé porqué, pero la idea de los patos divirtió mucho a Topaz.

»"¿Ya has criado patos, Tansy?", me preguntó. "No, es sólo algo que se me antojó", le contesté. Entonces me lo dijo, y ojalá no lo hubiera hecho: "Te diré qué, Tansy. Te dejaré quinientas libras en mi testamento. Así, si muero antes que tú tendrás tus patos, aunque ya seas vieja." "En ese caso, espero llegar a ser tan vieja como Matusalén", le respondí.

»Luego me dijo que iría a ver a su abogado en el consulado británico después de la comida y hablaría con él de cómo transferir el dinero para comprarse el viñedo. Aprovecharía para hacer su testamento, y yo tenía que ir con ella. Claro que para entonces deseaba no haber abierto el pico, pero fuimos en su carruaje, yo sentada a su lado con mi mejor traje azul marino. Todos los caballeros se inclinaban y la saludaban con la mano en el paseo. Recogimos al señor Jules de camino y él puede contarle el resto, porque no puedo pensar en ello sin enfadarme.

– Cómo se redactó el testamento -opinó Jules-, eso es lo que quiere saber, ¿verdad, señorita Bray?

Sonreía, pero me di cuenta de que no era yo la única persona en esa sala que buscaba respuestas.

3

Jules se inclinó; todavía sonreía y no apartó de mí su mirada.

– Topaz, según me enteré, había decidido que yo fuera testigo. Al principio Tansy y yo tuvimos que esperar sentados mientras ella llevaba a cabo los arreglos para la transferencia del dinero desde Inglaterra, cosa que hizo con toda formalidad. Cuando eso estuvo listo, dijo: «Quiero hacer un testamento.»

»El abogado era un tipo bajo y calvo. Resultaba obvio que estaba cautivado por Topaz, como la mayoría de la gente. Le dijo que si le explicaba lo que deseaba, tomaría notas y le enviaría un borrador. Pero Topaz nunca esperaba, para nada. Explicó que quería hacerlo allí mismo y en ese momento; además no era complicado. Así pues, el abogado tuvo que ceder, como hacía la mayoría de la gente, y Topaz dictó. Recuerdo cada palabra textualmente: "A mi fiel doncella y amiga, Tansy Mills, lego quinientas libras para que compre una casita y unos patos. Eso es todo."

»Por supuesto, era la primera vez que yo oía hablar de los patos y no pude evitar reír. El abogado me clavó la mirada. "Pero sus propiedades suman más que quinientas libras", comentó. "¿Y qué si es así?", respondió ella. "¿Qué pasará con el resto? Normalmente iría al pariente más cercano, ¿es eso lo que desea?", insistió él. Topaz se puso furiosa y dijo: "No, de ninguna manera. El único pariente que tengo es un hermano y no pienso dejarle nada, ni a él ni a su familia. Ni un penique."

Tansy interrumpió a Jules.

– Me había hablado de este hermano. La ignoró durante años, luego trató de que le prestara un montón de dinero cuando a ella empezaba a irle bien y, como ella se negó, le dijo que ardería en el infierno por su vida pecadora.

Jules continuó con su relato:

– El abogado sugirió que legara su dinero a una buena causa, aunque para entonces Topaz ya se había burlado y creo que se estaba aburriendo. Dijo que los huérfanos y los caballos viejos no eran muy divertidos. Pero de pronto se le ocurrió una idea. «Lo dejaré a las sufragistas», exclamó.

Jules hizo una pausa. No comenté nada. Ya empezaba a darme cuenta de que a Jules Estevan le divertía hacer experimentos con la gente.

– Le dije: «No sabía que creyeras en ellas.» Ella contestó: «Y no creo, pero piensa en cuánto irritará a mi hermano.» Insistió en que pusiéramos bien el nombre de la organización y para estar seguros tuvimos que buscarlo en un viejo número del Times en la oficina del abogado. Él redactó el testamento y Topaz lo firmó, un hombre del consulado y yo fuimos testigos. Y así, señorita Bray, es como Topaz Brown legó su fortuna a la Unión Social y Política de Mujeres.

Guardé silencio. Me preguntaba qué diría Emmeline al enterarse, y pensé que al salir a la luz en los tribunales esto no ayudaría a nuestra causa. Podría alegarse que la frivolidad no constituía prueba de una mente trastornada, pero no resultaba muy atractivo como argumento.

– Sabía que no saldría nada bueno burlándose de los testamentos -afirmó Tansy-. Se lo dije entonces, pero no quiso escucharme.

Creo que Jules Estevan se sintió decepcionado al no conseguir de mí una reacción clara, e inquirió:

– ¿Es muy importante este dinero para su movimiento, señorita Bray?

– Es vital. Por primera vez el electorado nos presta atención. El año pasado nuestra intervención influyó en el resultado de las elecciones parciales, en Peckham, en el centro de Devon y en el noroeste de Manchester. Las próximas elecciones generales serán las más importantes para nosotras desde que existimos como organización, y necesitamos dinero para apoyar a los candidatos dispuestos a votar a favor de nuestra causa en el Parlamento.

– ¿Y aceptaría el dinero de Topaz, después de lo que ha oído?

– Aceptaría dinero del mismísimo diablo, si eso pudiera ayudarnos.

Tansy refunfuñó, pero no la entendí. Aparté mi copa de vino medio vacía, era tan bueno que tenía ganas de beber más, pero hacía calor en la habitación, la cabeza me daba vueltas y todavía quedaba mucho por hacer.

– ¿Qué hora era cuando salieron del bufete del abogado? -pregunté a Jules.

Él miró a Tansy con expresión interrogante.

– Más de las cuatro -contestó ella-. Lo sé porque al llegar al hotel era la hora del té.

– ¿De qué humor se encontraba Topaz en el camino?

– No dejó de reírse por lo de los patos y las sufragistas, ¡y de su hermano!

– ¿Risa histérica?

– No; normal. Era como un niño con un juguete nuevo muy divertido.

– ¿Tomó el té con ella?

– No; tenía otro compromiso, por lo que me dejó frente a los otros hoteles, y ésa fue la última vez que la vi.

– ¿Qué fue lo último que le dijo?

– Me saludó con la mano mientras el carruaje emprendía camino y me dijo que me vería al día siguiente a la hora de costumbre.

– ¿Con normalidad?

– Con total normalidad.

– ¿No tuvo usted ninguna premonición?

– Ninguna.

Me volví hacia Tansy.

– ¿Recibió invitados para el té?

– No. Durante el té solía planear la parte seria del día. Nos asegurábamos de que esta habitación y el dormitorio estuviesen dispuestos y las flores, arregladas. En el mejor lugar poníamos el ramo enviado por quienquiera que fuera a visitarla por la noche. Si iba a salir a cenar o a una recepción, ése era el momento en que decidía qué se pondría y con qué joyas. Si recibía a alguien aquí, entonces llamábamos a la cocina y ordenábamos la cena, y escogíamos el vino de su reserva especial. Quizá escribía una o dos notas en respuesta a invitaciones. Luego, si le convenía, me decía quién sería el invitado. Supuse que esa noche sería lord Beverley, pero ella no me dijo nada.