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Y entonces lo vio: el cursor se movía solo, no parecía que nadie estuviera interviniendo. Las manos del técnico estaban quietas.

– ¿Qué es esto?

– Está viendo el ordenador de Shimon Guttman, el mismo con el que están trabajando su hijo Uri y la mujer. -¿Son imágenes de vigilancia?

El hombre sonrió de un modo que a Tal no le gustó, como si acabara de escuchar la pregunta de un niño retrasado.

– No, no es una cámara oculta. Es simplemente el programa Silent Night. -Esperó unos segundos, como hacen todos los especialistas para dejar que la idea cale, y prosiguió-: Se trata de un pequeño programa que se auto instala en el ordenador de otra persona y que nos da acceso al tipo de privilegios del sistema que necesitamos. -Vio que Tal seguía sin comprender-. Nos proporciona un acceso total a su ordenador. Si quisiéramos podríamos manejarlo a distancia desde aquí.

– ¿Qué? ¿Quiere decir que si tecleara aquí, aparecería en la pantalla que ellos están mirando?

– Sí, pero ¡ni se le ocurra! -Cubrió el teclado con las manos como habría hecho un empollón durante un examen para evitar que otros lo copien-. Si vieran que el cursor empieza a moverse se darían cuenta de que nos hemos infiltrado en su sistema. O eso o creerían que se trata del fantasma de Guttman, que pretende asustarlos.

– o sea, que simplemente observamos.

– Exacto. Todo lo que teclean lo veo. En estos momentos, por ejemplo, están intentando entrar en su cuenta de correo gmail.

– Tenemos una llamada telefónica -dijo la mujer de los auriculares-. Costello acaba de marcar el número de Jalil al-Shafi de Ramallah.

Tal se acercó y esperó a que le pasara el otro par de auriculares, pero la mujer estaba demasiado concentrada, escuchando cada palabra, para ayudar a su jefe. Cuando los conectó, la llamada había finalizado; en cambio, oyó a Maggie Costello preguntar al hijo de Guttman: «¿Qué significa "nas tayíb"?».

Un instante después, el técnico del ordenador se animó y Tal volvió a su lado. Se sentía un poco ridículo, como un niño en un salón de juegos, viendo a sus hermanos mayores jugando con videojuegos y yendo de una máquina a otra para intentar no perderse nada.

El tipo del ordenador miraba la pantalla con los ojos muy abiertos.

– Vaya, esto es interesante.

– ¿Qué están haciendo?

– Mire esta ventana. Están introduciendo el nombre que acabamos de escuchar. Saeb Nastayib… Ahora están probando, diferentes contraseñas.

Una serie de asteriscos aparecieron en la casilla de la clave.

El técnico clicó en una ventana pequeña y los asteriscos se convirtieron, uno a uno, en letras.

– Están probando con «Vladimirl» -dijo-. Va a ser que no.

– ¿Cómo es posible que lo vea? La contraseña no se ve ni siquiera en la pantalla en la que ellos trabajan…

– Por eso Silent Night es una maravilla. Graba cada tecla que ellos aprietan. Y aunque su pantalla no muestra qué teclas aprietan, nosotros sí las vemos. Vaya «Vladimir48». Tampoco. -De acuerdo, avíseme cuando tenga algo que nos sirva. Amir Tal no tuvo que esperar mucho. Diez minutos después, el equipo aparcado ante la casa de Guttman informó que Costello y el hijo del difunto habían salido de la casa, camino al parecer de la casa del periodista Baruch Kishon. Entretanto, los análisis del ordenador apuntaban la existencia de una correspondencia entre Shimon Guttman y Ahmed Nur en la que el primero había utilizado un nombre árabe combinado con la contraseña «Vladimir67» de inspiración claramente sionista. Habían organizado un encuentro en Ginebra.

– Muy bien, amigos -dijo Tal, disfrutando de la sensación de estar al mando-. Quiero toda la información que puedan conseguir sobre Nur, quién era, por qué murió y de qué demonios hablaba con Guttman. ¿Qué planeaban? ¿Estamos ante una alianza de los extremos, ante dos tipos contrarios al proceso de paz que se confabularon para hacer fracasar las negociaciones? Hablen con el Mossad de Ginebra. Averigüen si se reunieron antes. Encuentren sus agendas de viaje del año pasado. Y si ahí no hay nada, retrocedan otro año. Quiero todo lo que puedan conseguir, y también de Jalil al-Shafi, Qué le ha dicho a Costello, por qué ella lo ha llamado y qué relación tenía con Ahmed Nur. ¡Necesitamos respuestas ya! ¿Está a favor de las negociaciones o pretende sabotearlas desde dentro? ¡Quiero saberlo todo!

»Huelga decir lo más importante. Hemos de seguir a Guttman y a Costello. y, pase lo que pase, tenemos que llegar hasta Baruch antes que ellos. ¡Adelante!

Capitulo 24

Carretera Afula-Bet Shean, norte de Israel, miércoles, 20.15 h

Sus órdenes estaban muy claras: entrar, localizar y posiblemente destruir y salir. Por encima de todo, no dejarse atrapar. El director de Operaciones lo había dicho con todas las letras: aquella no iba a ser una misión suicida.

Iban cuatro en el coche. No se conocían, y utilizaban únicamente los nombres que les habían dado: Ziad, Daoud, Marwan y Salim. Ziad estaba al mando.

Miró el reloj y le preocupó otra vez que aquella operación empezara mal. Era demasiado pronto. Hubiera sido mucho mejor actuar en plena noche, pero el jefe había dicho que aquello era urgente; no había tiempo que perder.

– Bien. Apaga las luces. -La carretera secundaria se convirtió enseguida en un camino de tierra adecuado para un tractor, no tanto para el Subaru de alquiler-. Bien. Para el motor.

Habían llegado a un campo de algodón lo bastante crecido para ocultar el automóvil. Justo como les habían dicho. Los chicos del equipo de reconocimiento habían hecho un buen trabajo.

Los cuatro hombres empezaron a vestirse de negro. Ziad entregó a cada uno un pasamontañas para que se taparan la cara y se aseguró de que ninguno de ellos llevara nada que pudiera identificarlo. Todos llevaban una pequeña linterna en el bolsillo, un mechero, un cuchillo y una metralleta Micro-Uzi. Ziad y Marwan cargaban además con bolsas de agua de ciclista atadas a la espalda. Solo que en lugar de agua contenían gasolina.

Todos conocían el plan: caminarían durante unos veinte minutos a través de los campos que pertenecían al kibutz hasta que divisaran su objetivo. Una vez hubieran comprobado que no había nadie por los alrededores, saldrían rápidamente.

Ziad vio las luces del perímetro. Las plantas de algodón no tardarían en dar paso al asfalto del aparcamiento para visitantes y las carreteras de servicio. También estarían iluminadas. Aquella sería la zona más peligrosa.

Como estaba previsto, no tardó en ver el cartel en inglés y hebreo que daba la bienvenida a los visitantes al KIBUTZ HEPHZIBA, SEDE DE LA LEGENDARIA SINAGOGA BET ALPHA. En silencio, dio orden de que se agacharan. De uno en uno, los cuatro hombres corrieron agazapados hacia la zona que el mapa de Ziad describía como la entrada del edificio. Tal como esperaban, la puerta estaba cerrada. Ziad hizo un gesto afirmativo a Marwan, que sacó una ganzúa y forzó la cerradura. Entraron sigilosamente mientras Ziad se aseguraba de que nadie los hubiera visto a la luz del aparcamiento.

El interior estaba completamente a oscuras. Los hombres esperaron meterse hasta el fondo para encender sus linternas; no querían correr el riesgo de que la luz se filtrara por las ventanas del centro para visitantes. Ziad fue el primero en utilizar la suya; iluminó el objeto de mayor interés de aquel lugar: el tesoro que desde 1930 atraía a visitantes de todas partes.

Era un mosaico de estilo romano, intacto, de unos diez metros de largo por cinco de ancho. Incluso con aquella luz, Ziad distinguió con claridad los colores formados por las incontables y diminutas teselas: amarillos, verdes, ocres, marrones, un poco de rojo intenso; una textura más áspera, como la del ladrillo, junto con los intensos negros y blancos, además de una infinita variedad de grises. Tal como le habían explicado, el suelo estaba dividido en tres paneles claramente diferenciados. El más alejado parecía representar el boceto de una sinagoga que incluía un par de los tradicionales candelabros judíos, la menará; en el centro había una primitiva representación del sacrificio de Isaac por parte de su padre Abraham.