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El monte Moria, esa tierra se ha convertido en fuente de discordia entre mis dos hijos, de cuyos nombres dejo constancia:

Isaac e Ismael.

Monte Moria. El Monte del Templo, el lugar más sagrado del judaísmo. La tradición sostenía que ese lugar, donde el ángel había salvado a Isaac, era el centro del mundo, la piedra angular sobre la que se había construido el universo. Los judíos de la antigüedad habían levantado allí su templo y, cuando fue destruido por los babilonios, volvieron a levantarlo. En esos momentos, todo lo que quedaba de él era el Muro Occidental, pero el lugar seguía siendo el centro espiritual de la fe judía.

Sin embargo, el monte Moria también era un lugar sagrado para los musulmanes, que remontaban su ascendencia a Ismael. Para ellos era Haram al-Sharif, el Noble Santuario, el lugar donde Mahoma había ascendido a los cielos en su caballo alado. Después de La Meca y de Medina, Haram era el lugar más sagrado del islam.

… esa tierra se ha convertido en fuente de discordia entre mis dos hijos, de cuyos nombres dejo constancia: Isaac e Ismael. Así pues, ante los jueces declaro que el monte sea legado como sigue…

En ese punto los caracteres resultaban más borrosos, como si la inscripción fuera menos profunda. Guttman abrió un cajón de la mesa y sacó una lupa. Algunas formas eran nuevas y requerían que las comprobara con otros textos y buscara las repeticiones que quizá sugirieran un uso específicamente local. Transcurridas más de dos horas, lo había logrado.

Guttman se aferró entonces al escritorio. Necesitaba notar la solidez de la madera, su materialidad. La enormidad de aquellas palabras saltaba a la vista. Olvidadas quedaban la fama y la gloria de un descubrimiento sin precedentes: lo que tenía delante iba a cambiarlo todo. La gente había luchado durante milenios por el control de aquel lugar sagrado creyendo ser los hijos de Abraham. A lo largo de distintas épocas, judíos, musulmanes y cristianos lo habían reclamado como propio en la creencia de ser sus legítimos herederos. Y en ese momento, él, Shimon Guttman, estaba en posesión del documento que zanjaría la cuestión para siempre. Todos los que se consideraban descendientes de Isaac e Ismael, judíos y musulmanes, se veían obligados a atenerse a aquel mensaje, a las palabras del gran padre. Aquello lo cambiaría.

Buscó frenéticamente el teléfono y entonces se dio cuenta de que no sabía de memoria el número de teléfono que debía marcar. Conectó el ordenador y lo buscó a toda prisa en intemet Buscó la página de contactos y marcó.

– Soy el profesor Shimon Guttman -dijo con voz ahogada-. Tengo que hablar con el primer ministro.

Capitulo 31

Ramallah, Cisjordania, jueves, 8.30 h

Jalil al-Shafi sabía que en realidad aquella solo era una reunión a medias. Lo acompañaban el jefe de la guardia presidencial y los responsables de otros tres cuerpos de seguridad, pero los líderes del ala militar de Hamas no estaban, ni tampoco los responsables de la policía de Gaza. Aquella mañana había bromeado con su esposa diciéndole que si eso era un gobierno de unión nacional, no le gustaría ver uno de desunión nacional.

Mientras estaba en la cárcel había pasado años planeando y diseñando una estrategia para cuando llegara ese momento. Había previsto cualquier movimiento de los israelíes y preparado distintas respuestas. Y para cada una de ellas había pensado las posibles reacciones de los israelíes, calculando por adelantado cuál sería la mejor estrategia para los palestinos. Estaba convencido de que si le abriesen la cabeza y mirasen dentro, encontrarían dentro un esquema más complicado que un circuito electrónico del transbordador espacial.

Sin embargo, no había tenido suficientemente en cuenta la persistencia de las disensiones entre los palestinos. Había dado por hecho que cuando llegara el momento de sentarse a negociar de verdad habría un único líder palestino. Había creído que su liberación se había hecho realidad gracias a que los palestinos habían formado un solo frente. Pero lo que habían hecho era apañar una especie de coalición, y eso no era lo mismo.

Había cometido otro error durante su larga estancia en la cárcel de Ketziot, confinado en una celda que no medía más de un metro ochenta por metro veinte durante veintitrés horas al día. Había imaginado que en las últimas fases de las negociaciones habría estallidos de violencia por ambos bandos. Siempre habría partidarios de la línea dura dispuestos a sabotear cualquier avance cometiendo las atrocidades que consideraran necesarias. Había ocurrido en los procesos de paz del mundo entero. Y al-Shafi lo sabía porque los había estudiado al detalle.

Pero no estaba preparado para ataques que nadie reivindicaba y que nadie sabía explicar. Se volvió hacia Faisal Amiri, el jefe de la organización palestina que más se parecía a una, agencia de inteligencia.

– ¿Cómo es posible que ese ataque se organizara desde Jenín? Eso está lejos, ¿no?

– Está lejos, señor, pero si un comando consiguiera saltar el muro…

– Pero en ese caso lo sabríamos, ¿no es así?

– Tal vez lo sepan otros -dijo Toubi, un veterano de las antiguas luchas dentro de la OLP que odiaba a Hamas con toda su alma.

– El problema es que no parece propio de ellos -repuso Amiri-. Una incursión rápida, entrar y salir. No es su estilo.

– Sin mártires -añadió Toubi-. Estoy de acuerdo en que no encaja. Si quisieran hacer saltar por los aires las negociaciones habrían volado un autobús con uno de ellos dentro en pleno centro de Jerusalén.

– ¿Elementos incontrolados? -preguntó al-Shafi.

– Eso no estaría mal, ¿verdad?, que nuestros amigos de Hamas estuvieran perdiendo su legendaria disciplina-comentó Toubi, demasiado sonriente para el gusto de Jalil.

– No lo creo-contestó Anpri-. Hasta el momento se han mantenido notablemente unidos. El buró político de Damasco ha decidido que estas negociaciones tienen que salir adelante, que debemos llegar a un acuerdo y después obligar a los israelíes a cumplirlo. Esa es la decisión estratégica que han tomado.

– ¿Y sin Damasco no hay nada que los elementos descontrolados puedan hacer?

– Así es, señor al-Shafi. Sencillamente carecen del entrenamiento, el equipo y el dinero necesarios. No tienen nada.

_. ¿Y la Yihad?

– Nos hemos hecho muchas preguntas sobre la Yihad islámica, pero tenemos una fuente muy fiable ahí dentro y dice que están tan sorprendidos por esto como nosotros.

– ¿Y qué me dicen del objetivo?

– Eso es lo más extraño de todo. Si lo que buscaban era cobrarse vidas, habrían ido directamente contra el kibutz y sus zonas residenciales. Sin embargo, fueron al museo, donde solo mataron a una persona.

Toubi asintió.

– Ni siquiera tenían por qué haber ido allí. Una vez hubieran saltado el muro, podrían haber dado el golpe en Magen Shaul. ¿Por qué recorrieron todo el camino hasta Bet Alpha? -Yo sé por qué -repuso al-Shafi, que se había levantado de la mesa y se acercaba a un tablero de ajedrez que tenía en un rincón del despacho.

Era un recuerdo de sus días en la cárcel. Jugaba partidas enteras mentalmente, moviendo tanto negras como blancas; algunas duraban días enteros. Aquello lo había ayudado a no perder la cabeza durante los períodos de encierro en solitario. Últimamente siempre tenía una partida en marcha.

– En Bet Alpha hay un yacimiento arqueológico ·-prosiguió-. Se trata de los restos de una sinagoga que tiene mil quinientos años de antigüedad. A los sionistas les encanta porque según ellos demuestra que llevan tanto tiempo aquí como nosotros; Su destrucción significa una prueba menos.

– No lo dirá en serio.

– ¿Y por qué no? ¿De qué otra cosa cree que hablan todo el día en Govemment House los del grupo negociador israelí? -Seguía con la mirada clavada en el alfil blanco que sostenía sobre la torre negra-. Todo se reduce a esto.