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—¿Ven ustedes? —dijo Poirot—. La señora Tanios iba a conseguir su objetivo. Por eso era contraria a que se hiciera ningún intento para invalidar el testamento. Tenía sus propios planes y lo último que hubiese hecho sería ponerse frente a la señorita Lawson. Pretendió, desde luego, estar de acuerdo con los deseos de su esposo, pero demostró claramente cuáles eran sus sentimientos en realidad. Tenía entonces dos objetivos. Lograr la separación de su esposo tanto de ella como de los niños, y luego obtener su parte de dinero. Después hubiera conseguido lo que quería... una vida opulenta y feliz en Inglaterra, junto a sus hijos.

»A medida que pasaba el tiempo no pudo ocultar el aborrecimiento que le causaba su marido. Realmente no trató de ocultarlo. Su esposo, pobre hombre, estaba preocupado y angustiado. Las acciones de ella debieron parecerle por completo incomprensibles. Pero al fin y al cabo, eran bastante lógicas. Desempeñaba el papel de mujer aterrorizada. Si yo sospechaba... y ella estaba segura de que era así... deseaba que creyera que era su marido quien cometió el asesinato. Y el segundo crimen, el cual estaba convencido de que lo llevaba planeado en su pensamiento. Podía ocurrir de un momento a otro. Yo estaba enterado de que ella tenía en su poder una dosis mortal de soporífero. Temí que quisiera disponer la cosas de manera que la muerte de su marido pareciera un suicidio, incluso con una confesión escrita de su culpabilidad.

»¡Y todavía no tenía ninguna prueba contra ella! Pero cuando ya desesperaba de ello conseguí algo, por fin. La señorita Lawson me dijo que había visto a Theresa Arundell arrodillada en la escalera la noche del lunes de Pascua. Pronto descubrí que la señorita Lawson no pudo ver claramente a Theresa ni siquiera para poder reconocer sus facciones. Sin embargo, se aferraba a su afirmación. Por fin, después de presionarla mencionó un broche con las iniciales de T. A. A mis requerimientos, la señorita Theresa Arundell me enseñó el broche en cuestión. Al mismo tiempo, negó absolutamente haber estado en la escalera la noche citada. Al principio supuse que alguien se había apropiado del broche, pero cuando lo miré en el espejo me di cuenta en seguida de la verdad. La señorita Lawson, al despertar, había visto una figura confusa y las iniciales T. A. reluciendo al reflejo de la débil luz. Por eso llegó a la conclusión de que era Theresa. Pero si en el espejo vio las iniciales T. A., en realidad debían ser A. T. puesto que, como es natural, el espejo invertía las imágenes. ¡Desde luego! La madre de la señora Tanios se llamó Arabella. Bella es sólo una contracción. Así, pues, A. T. significaba Arabella Tanios. No había nada de particular en que poseyera un broche de tales características. Había sido un modelo exclusivo en las últimas Navidades; pero cuando llegó la primavera lo podía adquirir cualquiera. Ya observé que la señora Tanios copiaba los sombreros y la ropa de su prima Theresa hasta donde le era posible con los medios limitados de que disponía.

»De cualquier modo, en mi mente la cosa estaba probada. Pero, ¿qué debía hacer? ¿Obtener una orden del Ministerio de Gobernación y exhumar el cadáver? Esto, sin duda, podía hacerse. Podía probar que la señorita Arundell había sido envenenada con fósforo, pero existía una pequeña duda respecto a esto. El cuerpo llevaba dos meses enterrado y tengo entendido que han habido casos de envenenamiento por fósforo en que no se han encontrado lesiones y las apariencias post mortem han sido muy indecisas. Y aun así, ¿podría relacionar a la señora Tanios con la compra o posesión del fósforo? Era muy improbable puesto que con seguridad, lo obtuvo en el extranjero. En esta situación la señora Tanios tomó una decisión definitiva. Abandonó a su marido, acogiéndose a la protección de la señorita Lawson. Además, acusó al doctor Tanios del asesinato.

»A menos que yo actuara, estaba convencido de que él seria su próxima víctima. Tomé las medidas necesarias para aislarlos uno de otro, con el pretexto de que era para la seguridad de ella. La señora Tanios no podía oponerse. Realmente, la seguridad de su marido era lo que me preocupaba. Y luego..., luego...

Hizo una ligera pausa. Empalideció.

—Pero esto era sólo una medida pasajera. Debía asegurarme de que el asesino no repetiría su crimen. Debía procurar que se salvara el inocente. Así es que hice una relación de los hechos y se la di bajo sobre a la señora Tanios.

Hubo un prolongado silencio.

El doctor Tanios exclamó:

—¡Oh, Dios mío! ¡Por eso se mató!

Poirot dijo dulcemente:

—¿No era la mejor solución? Ella creyó que sí. Comprenda usted que debía pensar en los niños.

El médico se cubrió la cara con las manos.

Poirot se adelantó y le palmeó en el hombro.

—Debía ser así. Créame, era necesario. Podían haber ocurrido más muertes. Primero la de usted... luego, según y cómo, la de la señorita Lawson. Y así hubiera proseguido.

Mi amigo se calló.

Tanios, con voz quebrada, dijo:

—Una noche, ella quiso... que yo tomara un soporífero... había algo raro en su cara... tiré la droga. Fue entonces cuando empecé a creer que su cerebro no funcionaba bien.

—Créalo así —replicó Poirot—. En ello había algo de verdad. Pero no en el significado legal de la palabra. Ella sabía lo que representaba su acción...

Tanios comentó lentamente:

—Fue siempre... demasiado buena y cariñosa conmigo.

¡Extraño epitafio para un asesino convicto!

Capítulo XXX

La última palabra

Queda muy poco que decir. Theresa se casó con su doctor poco después. Conozco muy bien ahora a los dos y he aprendido a comprender a Donaldson; su clara percepción de las cosas; su profunda y oculta fuerza y su humanidad. Debo decir que sus modales son tan secos y precisos como siempre. Theresa, a menudo, se burla de él ante sus mismas narices. Creo que la muchacha es completamente feliz y se apasiona con la carrera de su marido. Él se está labrando por sí mismo un brillante nombre y ya es una autoridad en lo referente a las funciones de las glándulas canaliformes.

La señorita Lawson tuvo un agudo ataque de conciencia y hubo que impedirle que renunciara hasta al último penique de la herencia, como ella quería. El señor Purvis redactó un convenio agradable para todas las partes. Mediante el mismo, la fortuna de la señorita Arundell fue dividida entre la señorita Lawson, los dos Arundell y los hijos de Tanios.

Charles liquidó su parte en poco más de un año y ahora creo que está en la Columbia Británica.

Y para terminar, contaré dos incidentes.

—Es usted un muchacho muy discreto, ¿verdad? —dijo la señora Peabody a mi amigo, deteniéndonos un día cuando salíamos de Littlegreen House—. ¡Ha procurado mantener todo en secreto! Nada de exhumación. Lo ha llevado a cabo decentemente.

—Parece que no hay duda de que la señorita Arundell falleció a causa de una atrofia amarilla del hígado —contestó Poirot con suavidad.

—Eso está muy bien —contestó la anciana—. He oído decir que Bella Tanios tomó una doble dosis de soporífero.

—Si; fue algo muy triste.

—Pertenecía al género de mujeres desdichadas... siempre deseaba algo que no podía conseguir. A veces, la gente se vuelve algo rara cuando ocurre esto. Tuve una cocinera que era igual. Una muchacha sencilla. Pero no hay que fiarse. Empezó a escribir anónimos. ¡Vaya caprichos raros que coge la gente! Aunque me atrevería a decir que todo ello se hace con la mejor intención.

—Eso es lo que uno espera, mademoiselle.

—Bien —dijo a la señorita Peabody, disponiéndose a reanudar su paseo—. Tengo que decirle esto. Ha mantenido usted muy bien el secreto. Demasiado bien —y se alejó lentamente.