Выбрать главу

5

Una noche se atrevió a hacerle una pregunta a propósito de ellos dos. Hacía tiempo que quería planteársela, pero unas veces se le había escapado la ocasión y otras había temido la posible respuesta. Ocurrió que Adele, comentando una película, dijo: -La gente se casa por tantos motivos… Él aprovechó la ocasión al vuelo. -¿Y cuál fue el tuyo para casarte conmigo? -Utilizó un tono de guasa, pero estaba tenso y notó un sudor frío. Ella lo pensó un momento. -Tú fuiste un gran señor. Y sigues siéndolo -añadió, acariciándole suavemente la mejilla, como para cambiar de tema. Aquella respuesta no aclaraba nada. Él no aceptó la invitación a cambiar de tema. -Explícate mejor. -¿De veras quieres saberlo? -Si te lo estoy preguntando… -Pues muy bien. Sólo tres días después de la muerte de Angelo… imagínate, se me echaron encima como moscas sobre la miel. Todos afligidos por mi dolor, compasivos, apenados… Me estrechaban la mano para darme el pésame mientras con la otra intentaban tocarme el trasero. -¿Quiénes? -Todos. Hasta el empresario de las pompas fúnebres cuando vino a presentarme la cuenta. -¿Lo dices en serio? -No bromeo y no me estoy inventando nada. El entierro costaba un dineral y él me propuso un descuento del cincuenta por ciento si aceptaba su invitación a cenar. -¡No puedo creerlo! -Eres muy libre de no creerlo. La viudita que acaba de perder al marido después de ocho meses de matrimonio, ¡el apetito que debe de tener! ¡Pobrecita! ¡Debe de pasarse las noches jadeando! ¡Bastará alargar la mano para que se deje coger! Además, es una acción caritativa. ¡Cerdos asquerosos! ¡Tu presidente también, que conste! Él se quedó estupefacto. -¿Bernocchi? -Bernocchi, tan comprensivo, tan paternal… «Querida, ¿por qué no va a descansar a una casita aislada que tengo en Capo d'Orlando? Nadie se enteraría, nadie la molestaría. Podría reunirme con usted el fin de semana para hacerle un poco de compañía…» ¡Menudo gusano repulsivo! El seguía escéptico. -¿No es posible que te equivocaras? ¿Que te estuviera proponiendo sinceramente…? -¡Anda ya! Si hasta me contó que estaba ejerciendo presión sobre ti para que me concedieras una triple liquidación que no me correspondía. Y cuando tú me la diste, ¡se presentó corriendo en mi casa para cobrar el agradecimiento! Pago al contado… -¿Y tú? -Le dije en la cara que como hombre no me gustaba y que podía quedarse con el dinero. -¿Era demasiado viejo y te impresionaba? -¿Por qué tendrían que impresionarme los viejos? No; era él, que no me gustaba. Tú lo conocías mejor que yo. En primer lugar, le apestaba el aliento. Y le sudaban las manos. Además, hablaba y se movía como un hombre de iglesia. Irme a la cama con él me habría parecido como acostarme con un cardenal. No, no me gustaba nada. -¿Y si te hubiera gustado? -Si me hubiera gustado… pues no lo sé. ¡Qué preguntas tan tontas haces! En cualquier caso, aquellos días yo estaba muy trastornada, confusa. Y desanimada. Puedes creerme: no hubo ni uno que no lo intentara. -Creía que a las mujeres os gustan las atenciones masculinas. -Pero ¡aquello no eran atenciones! Y a mí me ofendían profundamente. Todos tenían una finalidad concreta, sólo pensaban en eso… No; he dicho mal, no todos. Hubo una excepción. Tú. -Tú me habías impactado, y mucho. -Eso lo comprendí enseguida. Pero supiste consolarme sin pedir nada a cambio. Sin embargo, yo te gustaba, vaya si te gustaba, te lo leía en los ojos. ¿Y sólo por eso le había dado el sí en cuanto le propuso matrimonio? ¿Porque había sabido consolarla? ¿O porque ella había comprendido que también podría ofrecerle muchas comodidades? En cualquier! caso, estaba situado un peldaño por debajo de Angelo. Éste por lo menos había conseguido hacerse querer. Una frase que Adele no había utilizado para referirse a él. En los primeros tiempos, se había hecho la ilusión de que la pasión con que ella se le entregaba era una manera de expresar el amor que sentía por él. Que no sabía decirlo con palabras sino con el cuerpo. Poco a poco se dio cuenta de que el cuerpo de Adele reaccionaba con independencia de cualquier sentimiento; era una máquina perfecta que se ponía en marcha en cuanto se pulsaba la tecla adecuada, y ya no dejaba de funcionar. Y jamás en el transcurso de aquellas noches -reparó en ello mucho después-, ni siquiera en el momento en que se entregaba por entero, no a él sino a sí misma -eso también lo comprendió mucho después-, había brotado de su boca la palabra «amor». Eso sí: «tesoro», «cielo» y «vida», todos los que quisiera.

Llamaron ligeramente a la puerta con los nudillos. -Sí. -Está al teléfono el señor Ardizzone. ¿Qué le digo? -preguntó Giovanni. -Voy enseguida -contestó levantándose. El viejo Ardizzone, tras ser condenado por asociación con la mafia, se había retirado oficialmente de los negocios, que habían pasado a su hijo Mario. Pero era bien sabido que detrás de todas las iniciativas de Mario estaba siempre su padre. ¿Qué podían querer de él? - Commendatore, soy Mario Ardizzone. ¿Cómo está? -Bien. -Perdone que lo moleste, pero necesito hablar con usted. -Dígame. -¿Podría ir a verlo dentro de una hora? O sea, que no era una cosa que se pudiera tratar por teléfono. La verdad es que no había ninguna razón para aplazarlo. -Faltaría más. ¿Sabe mi dirección? -Lo sé todo, no se preocupe. Cualquier cosa que tuviera que decirle lo ayudaría a pasar por lo menos una hora.

Apenas había colgado cuando el teléfono volvió a sonar. Era Adele. -Perdona, pero esta mañana he olvidado decírtelo. Estaba muy atareada. Quería avisarte de que ahora mismo van a llevar a casa un televisor con su correspondiente mesita. -¿Has cambiado el viejo? -El viejo funciona muy bien; todavía no es hora de cambiarlo. Este nuevo lo he comprado para ti. Diles que te lo coloquen en el dormitorio o en el estudio, donde prefieras. -Pero ¡si no lo necesito! -Puede serte útil. -¡Si ya está el de abajo! -Mira, el otro día decidimos que las reuniones de la asociación se celebrarán siempre en casa. Por eso el salón estará ocupado a menudo por la noche. Con el televisor nuevo podrás ver tranquilamente tus programas. Adiós, cariño. Pero ¡qué detalle por su parte! De esa manera, su lugar en el sofá podría ocuparlo Daniele.

Llamaron a la puerta. - Dottore, aquí hay uno con un televisor que dice la señora que hay que poner… -Sí, aquí en el estudio, junto a la ventana. Pero que se dé prisa, que espero una visita. Fue al dormitorio, y cuando regresó al estudio tres cuartos de hora después, el instalador acababa de terminar. Era un aparato bastante grande, con todos los canales y satélites. Mientras el hombre le explicaba el funcionamiento del mando a distancia, Giovanni entró para anunciar la llegada de Mario Ardizzone.