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– Bien, supongamos que las dos frases que están escritas a dos tintas tienen, por sí mismas, un significado especial.

– Eso ya lo hemos estudiado varias veces durante esta semana -desaprobó hoscamente la Roca.

– «Tú que has superado la soberbia y la envidia, supera ahora la ira con paciencia.» No cabe duda de que este primer enunciado es una llamada de atención. El aspirante a staurofílax llega hasta la cripta del Santo Sepulcro y, cuando se encuentra frente a los relicarios, descubre la tabla con esa frase que le avisa de que lo que viene a continuación es parte de la prueba que debe superar.

– Lo que no entiendo -murmuré- es cómo los staurofílakes que llegan a Jerusalén pueden averiguar la existencia de esa bóveda secreta y cómo consiguen entrar en ella.

– ¿Cuánto tiempo hace que empezamos con las pruebas? -preguntó de pronto la Roca, deteniendo su paseo y apoyándose en el respaldo de su sillón.

– Hace exactamente dos semanas -le respondí-. El domingo, 14 de mayo. Ese día yo estaba en Palermo en el funeral de mi padre y de mi hermano cuando Farag y usted me llamaron por teléfono. Hoy es 28 de mayo, y domingo, de modo que han pasado dos semanas justas.

– Dos semanas, ¿eh? Bueno, pues suponga que, en lugar de desplazarnos de una ciudad a otra en helicóptero o avión, en lugar de disponer de ordenadores y de Internet, de contar con la inestimable ayuda de sus amplios conocimientos y de los conocimientos de otros que, en sus respectivas ciudades, nos están ayudando, suponga, digo, que uno sólo de nosotros hubiera tenido que hacer todos los desplazamientos a pie o a caballo y averiguar lo de Santa Lucía o lo de Pitágoras. ¿Cuánto cree que hubiera tardado?

– No es lo mismo, Kaspar -protestó el profesor-. Piense que lo que para nosotros son conocimientos históricos desfasados, para alguien de los siglos XII a XVIII eran los contenidos normales de sus estudios. La educación estaba encaminada a conseguir la plenitud, a lograr que una persona fuera, a la vez, pintor, escultor, poeta, arquitecto, astrónomo, músico, matemático, atleta, juglar… ¡Todo al mismo tiempo! Ciencia y arte no estaban separados como lo están ahora. Recuerde a Hildegarda de Bingen, a León Batista Alberti, a Trótula Ruggiero o a Leonardo da Vinci. Cualquier aspirante medieval o renacentista a staurofílax, como Dante Alighieri, estudiaba desde pequeño todas estas cosas que nosotros tenemos que rescatar del baúl de los recuerdos. Dante también era médico, ¿lo sabía?

– Bueno, pero Abi-Ruj Iyasus -objeté-, por mencionar el único caso actual que conocemos, no recibió esa educación clásica de la que hablas. En realidad, no creo que recibiera ningún tipo de educación.

– ¿Y cómo estás tan segura?

– Bueno, no lo estoy, pero, siendo de Etiopía, un país en el que la gente se muere de hambre y en el que más de la mitad de la población vive en campos de refugiados…

– No te equivoques, Ottavia -me contradijo Farag-. Etiopía es uno de los paises con una historia, una tradición y una cultura que ya las quisieran para sí Europa y América. Antes de atravesar esta catastrófica situación que vive ahora, Etiopía, o Abisinia, fue rica, fuerte, poderosa y, sobre todo, culta, muy culta. Lo que pasa es que las imágenes que nos ofrece hoy día la televisión nos hacen pensar en un país miserable que se pierde en algún lugar remoto de África, pero piensa que la reina de Saba era etíope y que la casa real de ese país se consideraba descendiente del rey Salomón.

– ¡Por favor, profesor! -atajó la Roca, de malos modos-. ¡No nos desviemos del asunto! Yo les hice una simple pregunta y ustedes no me han contestado. ¿Cuánto tiempo tardaría en realizar estas pruebas uno sólo de nosotros sin contar con ayuda?

– Meses probablemente -respondí-. Años incluso.

– ¡Pues a eso me refiero! Los aspirantes a staurofílakes no tienen prisa. Van de una ciudad a otra, de una prueba a otra disponiendo de todo el tiempo del mundo. Estudian, preguntan, utilizan el cerebro… Si llegan a Jerusalén, lo lógico es que vivan varios meses en esta ciudad hasta…

– Hasta perder la paciencia, que es de lo que se trata -apuntó Farag, con una sonrisa.

– ¡Exacto! Pero nosotros no tenemos ese tiempo. En dos semanas hemos completado el Antepurgatorio y los dos primeros círculos.

– Y, con un poco de suerte, Kaspar, si esta noche seguimos trabajando, en unos pocos días habremos resuelto la primera parte del tercer círculo.

Las palabras de Farag sonaron como una llamada de atención, así que yo sujeté de nuevo con fuerza el rotulador y él continuó:

– Estaba diciendo, antes de esta agradable charla, que cuando el aspirante a staurofílax llega hasta la cripta de la Vera Cruz, se encuentra con esa tabla que luce el Crismón constantineano y un par de frases en rojo que llaman su atención, indicándole, la primera de ellas, que se halla, por fin, en la prueba del pecado de la ira y que debe ser paciente para resolverla, muy paciente, ya que la paciencia es la virtud teologal opuesta al pecado capital de la ira. Y la última frase, la que dice «Que tu paciencia se vea colmada por esta oración», le advierte que debe buscar la solución en la propia plegaria, pues ella colmará su búsqueda. De modo que, eliminando las dos frases en rojo, nos queda el cuerpo en negro, y creo que es ahí donde debemos buscar «La séptima y la novena».

– Entonces ¿la séptima y la novena palabras? -pregunté, volviéndome hacia la fotografía.

– Vamos a intentarlo, a falta de otra idea mejor -y Farag miró a la Roca, que no hizo el menor movimiento.

– La séptima palabra es «otan», cuando -dije, encerrándola con un trazo ovalado-, y la novena «elios», sol.

– Hótan hó hélios… -pronunció Boswell con satisfacción-. Cuando el sol… ¡Creo que hemos acertado, Basileia! Al menos, tiene sentido.

– No cante victoria tan pronto -le reprendió Glauser-Róist-. Puede haber sonado la flauta por casualidad. Además, esas palabras no coinciden con las de la traducción.

– Ninguna traducción puede coincidir nunca, Kaspar. Pero esas palabras sí concuerdan con la traslación literal, que, en esta primera frase sería «Igual que la planta prospera impetuosa cuando quiere el sol».

– Bueno, suponiendo que sean la séptima y la novena palabra de cada frase -anuncié, para impedir que volvieran a enzarzarse en una discusión-, las siguientes son «katedu» y «ek», ponerse y desde.

– ¡Ahí tiene la prueba, Kaspar! Hótan hó hélios katédi ek… O, lo que es lo mismo, Cuando el sol se ponga desde… Es la expresión griega para decir al anochecer. ¿Qué les parece?

Yo seguí contando palabras y rodeándolas por círculos hasta que el mensaje completo quedó extraído y destacado del texto de la plegaria:

– «Cuando el sol se ponga -leí textualmente al finalizar- desde el de los cien y noventa dos atenienses tumba hasta el recaudador. Corre y llega antes de amanecer. Como suplicante golpea los siete golpes a la puerta.»

– ¡Tiene sentido! -gritó Farag.

– ¿Ah, sí? -se burló la Roca-. Pues, venga, acláremelo, porque yo no lo veo.

Farag, de un salto, se puso a mi lado.

– Al anochecer, desde la tumba de los ciento noventa y dos atenienses hasta el recaudador. Corre y llega antes de amanecer…

– ¿Por qué pones los puntos y seguidos como en la plegaria? -aduje-. Si los quitas, la frase funciona mejor.

– Es cierto. Veamos. Al anochecer, humm… Al anochecer, corre desde la tumba de los ciento noventa y dos atenienses hasta el recaudador y llega antes del amanecer. Como suplicante, llama con siete golpes a la puerta. En griego, llamar a la puerta y golpear la puerta es lo mismo.

– Creo que está muy bien. La traducción es correctísima -dije.

– ¿Está segura, doctora? Porque yo no entiendo eso de correr desde los ciento noventa y dos atenienses hasta el recaudador. Si no le molesta que lo diga, claro.

– Creo que deberíamos bajar a cenar y continuar más tarde -propuso Farag-. Estamos agotados y nos vendrá bien descansar, reponer fuerzas y pasar la escoba por el cerebro hablando de otras cosas. ¿Qué les parece?