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Bosch llegó al despacho de Carmen Hinojos temprano para su sesión de la tarde. Esperó hasta exactamente las tres y media y llamó a la puerta. Hinojos le sonrió mientras entraba en el despacho y Bosch se fijó en que el sol de media tarde se colaba por la ventana y derramaba su luz sobre el escritorio de la psiquiatra. Se dirigió a la silla que ocupaba habitualmente, pero en el último instante se detuvo y se sentó en la silla situada a la izquierda de la mesa. Hinojos se fijó en la maniobra y puso cara de enfado como si Bosch fuera un colegial.

– Si cree que me importa en qué silla se sienta, se equivoca.

– ¿Ah, sí? Bueno.

Se levantó y se sentó en la otra silla. Le gustaba estar cerca de la ventana.

– Puede que no llegue a tiempo a la sesión del lunes -dijo después de acomodarse.

Hinojos torció el gesto otra vez, en esta ocasión con más seriedad.

– ¿Por qué no?

– Me voy fuera. Trataré de volver a tiempo.

– ¿Fuera? ¿Qué ha ocurrido con su investigación?

– Forma parte de ella. Voy a Florida para buscar a uno de los investigadores originales. Uno está muerto, y el otro en Florida. Así que tengo que localizarlo.

– ¿No podría simplemente llamar?

– No quiero llamar. No quiero darle la oportunidad de que se deshaga de mí.

Hinojosa asintió con la cabeza.

– Cuando se va.

– Esta noche. Voy en vuelo nocturno a Tampa.

– Harry, fíjese en usted. Casi parece un zombi. Podría dormir un poco y coger un avión por la mañana.

– No, he de estar allí antes de que llegue el correo.

– ¿Qué quiere decir?

– Nada. Es una larga historia. De todos modos quería pedirle algo. Necesito su ayuda.

Hinojos estudió la propuesta durante varios segundos, aparentemente sopesando hasta dónde quería avanzar en la cueva sin conocer su profundidad.

– ¿Qué quiere?

– ¿Alguna vez ha trabajado para el departamento?

La psiquiatra entrecerró los ojos, sin darse cuenta de adónde conduciría la petición de Bosch.

– Alguna cosa. De vez en cuando me traen algo, o me piden que elabore el perfil de un sospechoso. Pero por lo general el departamento usa personal externo, psiquiatras forenses que tienen experiencia en esto.

– Pero ¿ha estado en escenas de crímenes?

– En realidad, no. Sólo he trabajado a partir de fotos que me traían.

– Perfecto.

Bosch se colocó el maletín en el regazo y lo abrió. Sacó el sobre de la escena del crimen y las fotos de la autopsia y las colocó suavemente en el escritorio de Hinojos.

– Éstas son de mi caso. No quiero mirarlas. No puedo mirarlas. Pero necesito que alguien lo haga y me diga lo que hay. Probablemente no hay nada, pero me gustaría tener otra opinión. La investigación del caso que hicieron estos dos tipos fue…, bueno, prácticamente no hubo investigación.

– Oh, Harry. -Hinojos sacudió la cabeza-. No estoy segura de que sea sensato. ¿Por qué yo?

– Porque usted sabe lo que estoy haciendo. Y porque confío en usted. N o creo que pueda fiarme de nadie más.

– ¿Se fiaría de mí si yo no estuviera éticamente obligada a no revelar a otros el contenido de lo que hablamos aquí?

Bosch examinó el rostro de la psiquiatra.

– No lo sé -dijo finalmente.

– Ya me lo parecía.

Hinojos deslizó el sobre a un lado de la mesa.

– Dejemos esto aparte por ahora y continuemos con la sesión. Tengo que pensarlo.

– De acuerdo, puede guardarlas. Pero dígamelo, ¿vale? Sólo quiero saber su impresión acerca de ellas. Como psiquiatra y como mujer.

– Ya veremos.

– ¿De qué quiere que hablemos?

– ¿Qué está pasando con la investigación?

– ¿Es una pregunta profesional, doctora Hinojos? ¿O sólo tiene curiosidad por el caso?

– No, tengo curiosidad por usted. Y estoy preocupada. Todavía no estoy convencida de que lo que está haciendo sea seguro, ni psicológica ni físicamente. Está tonteando con las vidas de gente poderosa. Y yo estoy pillada en medio. Sé lo que se propone, pero apenas puedo hacer nada para detenerle. Me temo que me ha engañado.

– ¿Engañado?

– Me ha arrastrado a esto. Apuesto a que quería enseñarme estas fotos desde el momento en que me dijo lo que estaba haciendo.

– Tiene razón. Pero no es ningún engaño. Creía que éste era un lugar en el que podía hablar de todo. ¿No es eso lo que dijo?

– De acuerdo, no me engañó, sólo me engatusó. Debería haberlo visto venir. Sigamos adelante. Quiero que hablemos del aspecto emocional de lo que está haciendo. Quiero entender por qué encontrar a este asesino es tan importante después de tantos años.

– Debería ser obvio.

– Hágamelo más obvio.

– No puedo. No puedo expresarlo con palabras. Lo único que sé es que toda mi vida cambió después de la desaparición de mi madre. No sé cómo habrían sido las cosas si no la hubieran matado, pero… todo cambió.

– ¿Entiende lo que está diciendo y lo que eso significa? Está contemplando su vida en dos partes. La primera parte es con ella, y parece que la ha imbuido con una felicidad que estoy segura de que no siempre estaba presente. La segunda parte es su vida después de ese momento, y reconoce que no ha cubierto las expectativas o que de algún modo no es satisfactoria. Creo que ha sido infeliz durante mucho tiempo, posiblemente durante todo ese tiempo. Esta relación reciente podría haber sido un rayo de luz, pero usted seguía siendo, y creó que lo ha sido siempre, un hombre infeliz.

La psiquiatra descansó un momento, pero Bosch no habló. Sabía que Hinojos no había terminado.

– Tal vez los traumas de los últimos años (tanto los suyos personales como los de la comunidad) han provocado que hiciera balance de su vida. Y me temo que cree, de manera inconsciente o no, que si retrocede y le da cierta forma de justicia a lo que le ocurrió a su madre, enderezará su vida. Y ése es el problema. Pase lo que pase con esta investigación suya, no va a cambiar las cosas. No se pueden cambiar.

– ¿Me está diciendo que no puedo culpar a lo que ocurrió entonces de lo que soy ahora?

– No, escúcheme, Harry. Lo único que le estoy diciendo es que usted es la suma de muchas partes, no la suma de una. Es como el dominó. Hay que unir muchas piezas diferentes para llegar, al final, al lugar en el que está ahora. No salta de la primera ficha a la última.

– ¿Entonces debería rendirme? ¿Dejado estar?

– No estoy diciendo eso. Pero me cuesta ver el beneficio emocional o terapéutico que obtendrá con esto. De hecho, creo que existe la posibilidad de que se haga más daño que bien. ¿Tiene algún sentido?

Bosch se levantó y se acercó a la ventana. Miró a la calle, pero no vio nada. Sintió el calor del sol. Cuando se decidió a hablar lo hizo sin mirar a Hinojos.

– No sé lo que tiene sentido. Lo único que sé es que a todos los niveles creo que tiene sentido que yo haga esto. De hecho, me siento… No sé cuál es la palabra, quizá avergonzado. Me siento avergonzado de no haberlo hecho mucho antes. Han pasado muchos años y yo simplemente lo he dejado estar. Siento que de algún modo la he decepcionado…, que me he decepcionado a mí mismo.

– Eso es compren…

– ¿Recuerda lo que le dije el primer día? Todos cuentan o no cuenta nadie. Bueno, durante mucho tiempo ella no ha contado. Ni para este departamento, ni para esta sociedad, ni siquiera para mí. Hasta que esta semana abrí ese expediente y comprendí que su muerte simplemente había sido apartada. La enterraron igual que la enterré yo. Alguien la aparcó porque no contaba. Lo hicieron porque pudieron. Y entonces, cuando pienso en cuánto tiempo lo he dejado pasar…, me da ganas de…, no lo sé, simplemente ocultar la cara o algo.

Se detuvo, incapaz de expresar con palabras lo que quería decir. Miró a la calle y se fijó en que no había patos en la ventana de la carnicería china.