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– De acuerdo, vamos a empezar, Bosch. Díganos dónde ha estado en las últimas setenta y dos horas.

– ¿No quiere registrarme antes? ¿Y tú, Jerry?

Bosch se levantó, abriendo la americana para que vieran que estaba desarmado. Pensaba que si los provocaba de esta manera harían justo lo contrario y no lo registrarían. Llevar encima la placa de Pounds era una prueba que probablemente lo condenaría si lo descubrían.

– ¡Siéntese, Bosch! -espetó Brockman-. No vamos a registrarle. Estamos tratando de concederle el beneficio de la duda, pero lo está poniendo muy difícil.

Bosch volvió a sentarse, aliviado por el momento.

– Veamos, díganos dónde estuvo, no tenemos todo el día.

Bosch pensó en ello. Le sorprendía la horquilla horaria que le pedían. Setenta y dos horas. Se preguntó qué le había ocurrido a Pounds y por qué no habían estrechado la hora de la muerte a un periodo más breve.

– Hace setenta y dos horas. Bueno, hace setenta y dos horas era viernes por la tarde y yo estaba en Chinatown, en el edificio Cincuenta y uno cincuenta. Lo que me recuerda que tendría que estar allí dentro de diez minutos, así que si me disculpan… -Se levantó.

– Siéntese, Bosch. Ya nos hemos ocupado de eso. ¡Siéntese!

Bosch se sentó y no dijo nada. No obstante, se sintió decepcionado de perderse la sesión con Carmen Hinojos.

– Vamos, Bosch, díganoslo. ¿Qué ocurrió después de eso?

– No recuerdo todos los detalles. Pero cené esa noche en el Red Wind, y también paré en el Epicentre a tomar unas copas. Después fui al aeropuerto a eso de las diez. Tomé un vuelo nocturno a Florida, a Tampa, pasé el fin de semana allí y volví aproximadamente una hora y media antes de que ustedes entraran ilegalmente en mi casa.

– No fue ilegal. Teníamos una orden.

– A mí no me mostraron ninguna orden.

– No importa, ¿qué quiere decir que estuvo en Florida?

– Supongo que significa que estuve en Florida. ¿Qué cree que significa?

– ¿Puede probarlo?

Bosch buscó en el bolsillo, sacó una carpetita de la línea aérea con el recibo y la deslizó por la mesa.

– Para empezar éste es el recibo. Creo que dentro hay otro del coche de alquiler.

Brockman abrió rápidamente la carpetita del pasaje y empezó a leer.

– ¿Qué estuvo haciendo allí? -preguntó sin levantar la cabeza.

– La doctora Hinojos, la psiquiatra del departamento, dijo que creía que debería irme. Y pensé, ¿por qué no a Florida? Nunca he estado allí y toda mi vida me ha gustado el zumo de naranja. Pensé, ¡qué diablos!, me voy a Florida.

Brockman estaba crispado de nuevo. Bosch se dio cuenta de que no se esperaba nada semejante. La mayoría de los polis nunca se dan cuenta de lo importante que es para la investigación la entrevista inicial con un sospechoso o un testigo.

Influía en todas las otras entrevistas e incluso en los testimonios en juicios que seguían. Tenías que estar preparado. Como los abogados, tenías que conocer la mayoría de las respuestas antes de formular las preguntas. El Departamento de Asuntos Internos confiaba tanto en su presencia como factor intimidatorio que la mayoría de los detectives asignados a la división no tenían que prepararse de verdad para las entrevistas. Y cuando se topaban con un callejón sin salida como ése no sabían qué hacer.

– De acuerdo, Bosch, eh, ¿qué hizo en Florida?

– ¿Ha oído esa canción que cantaba Marvin Gaye antes de que lo mataran? Se llama…

– ¿De qué está hablando?

– …terapia sexual. Dice que es buena para el alma.

– La he oído -dijo Toliver.

Tanto Bosch como Brockman lo miraron.

– Perdón -dijo Toliver.

– Le repito, Bosch -dijo Brockman-. ¿De que está hablando?

– Estoy hablando de que pasé la mayor parte del tiempo con una mujer que conocí allí. Y el tiempo que no pasé con ella estuve en un barco, con un guía de pesca en el golfo de México. De lo que estoy hablando, capullo, es de que estuve acompañado casi cada minuto. Y las veces que no lo estuve no alcanzaban para volar de vuelta aquí y matar a Pounds. Ni siquiera sé cuándo lo mataron, pero ahora mismo ya le digo que no tiene caso, Brockman, porque no hay caso. Está buscando en la dirección equivocada.

Bosch había elegido sus palabras cuidadosamente. No estaba seguro de qué conocían de su investigación privada, si es que sabían algo, y no iba a darles nada si podía evitarlo. Tenían el expediente del caso y la caja de pruebas, pero pensó que podría explicar todo eso de otra manera. También tenían su libreta porque la había metido en el bolso de viaje en el aeropuerto. En ella, junto con los nombres, números y direcciones de Jasmine y McKittrick, estaba la dirección del domicilio de Eno en Las Vegas y otras notas sobre el caso. Aunque quizá no lograran entender qué significaban. Si tenía suerte.

Brockman sacó una libreta y un bolígrafo del bolsillo interior de su americana.

– Bueno, Bosch, dígame el nombre de la mujer y del guía de pesca. También necesito sus números. Todo.

– No lo creo.

Los ojos de Brockman se abrieron como platos.

– No me importa lo que crea. Dígame los nombres. Bosch no dijo nada, se limitó a mirar la mesa que tenía ante sí.

– Bosch, nos ha contado dónde ha estado, ahora tenemos que comprobado.

– Yo sé dónde estuve, es lo único que necesito.

– Si no ha hecho nada, deje que lo comprobemos, lo descartemos y pasemos a otras cosas y otras posibilidades.

– Tiene la compañía aérea y el alquiler de coche. Empiece por ahí. No voy a meter en esto a gente que no lo necesita. Son buena gente y, a diferencia de usted, me aprecian. No voy a dejar que usted lo estropee, entrando como un elefante en una cristalería y pisoteando las relaciones.

– No tiene alternativa, Bosch.

– Ya lo creo que sí. Ahora mismo. Si quiere acusarme, hágalo. Si llegamos a ese punto, recurriré a esa gente y su caso se irá a la mierda, Brockman. ¿Cree que tiene problemas de relaciones públicas en el departamento por mandar a Bill Connors al armario? Acabará este caso con más problemas de relaciones públicas que Nixon. No le voy a decir los nombres. Si quiere escribir algo en su libreta, escriba que le he dicho: «A la mierda.» Con eso bastará.

El rostro de Brockman se llenó de manchas rosas y blancas. Se quedó un momento en silencio antes de hablar.

– ¿Sabe lo que creo? Todavía creo que lo hizo. Creo que contrató a alguien para que lo hiciera y se fue de fiesta a Florida para estar lejos. Un guía de pesca. Si eso no suena a montaje que me digan qué. ¿Y la mujer? ¿Quién era? ¿Una puta que recogió en un bar? ¿Qué era, una coartada de cincuenta dólares? ¿O llegó a los cien?

En un movimiento explosivo, Bosch empujó la mesa contra Brockman, cogiéndolo completamente por sorpresa. La mesa resbaló por debajo de sus brazos y le impactó en el pecho. La silla del detective de asuntos internos chocó con la pared de atrás. Bosch mantuvo la presión, apretó a Brockman contra la pared y empujó su propia silla hacia atrás hasta que ésta se apoyó en la otra pared. Levantó la pierna izquierda y puso el pie en la mesa para mantener la presión. Vio que las manchas de color en el rostro de Brockman se hacían más intensas a medida que le faltaba el aire. Los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas, pero no tenía ningún punto para hacer palanca y no podía apartar la mesa por sí solo.

Toliver fue lento de reflejos. Aturdido, pareció mirar a Brockman demasiado tiempo, como si esperara órdenes antes de levantarse de un salto y contener a Bosch. Bosch logró repeler su primer intento, empujando al hombre más joven a una palmera que estaba en un tiesto, en una esquina de la sala. Al hacerlo, Bosch vio en su visión periférica que una figura entraba en la sala por la otra puerta. Al momento su silla fue volcada abruptamente y se encontró en el suelo con un peso pesado encima de él. Al volver ligeramente la cabeza vio que era Irving.