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– No hay nada que destaque. Me temo que usted era la mejor pista. Brockman todavía lo cree. Quiere trabajar sobre la hipótesis de que contrató a un sicario de algún tipo y después voló a Florida para establecer una coartada.

– Sí, ésa es buena.

– Creo que carece de credibilidad. Le he dicho que lo deje. Por el momento. Y le digo a usted que deje lo que está haciendo. Esa mujer de Florida suena como la clase de persona con la que podría pasar un tiempo. Quiero que se meta en un avión y vaya con ella. Quédese un par de semanas. Cuando vuelva, hablaremos de su regreso a la mesa de homicidios de Hollywood.

Bosch no estaba seguro de si había una amenaza en lo que Irving acababa de decir. Si no era una amenaza, era un soborno.

– ¿Qué cree que estoy haciendo, jefe?

– Yo no creo, yo sé lo que está haciendo. Es fácil. Sacó el expediente del caso de su madre. Por qué lo ha hecho en este momento en particular no lo sé. Pero está llevando una investigación por libre y eso es un problema para nosotros. Tiene que pararla, Harry, o le pararé yo. Le desconectaré. Permanentemente.

– ¿A quién está protegiendo?

Bosch vio que la ira se abría paso en el rostro de Irving mientras su piel pasaba del rosa a un rojo intenso. Sus ojos parecieron hacerse más pequeños y oscuros con la furia.

– No insinúe nunca una cosa así. He dedicado mi vida a este departa…

– Es a usted mismo, ¿verdad? La conocía. La encontró. Teme que lo arrastre a esto si averiguo algunas cosas. Apuesto a que ya sabía todo lo que McKittrick le contó por teléfono.

– Eso es ridículo. Yo…

– ¿Lo es? No lo creo. Ya he hablado con una testigo que lo recuerda a usted de esos días en la ronda del bulevar.

– ¿Qué testigo?

– Ella dijo que le conocía. Sabía que mi madre también le conocía.

– La única persona a la que estoy protegiendo es usted, Bosch. ¿No se da cuenta? Le estoy ordenando que detenga esta investigación.

– No puede. Ya no trabajo para usted. Estoy de baja, ¿recuerda? Baja involuntaria. Eso me convierte en un ciudadano, y puedo hacer lo que me venga en gana mientras sea legal.

– Puedo acusarle de posesión de documentos robados: el expediente del caso.

– No lo robé. Además, ¿qué ocurre si mentí? ¿Qué es eso? ¿Una falta? En la oficina del fiscal se le reirán en la cara.

– Pero perdería su trabajo. Eso sucedería.

– Llega un poco tarde con eso, jefe. Hace una semana habría sido una amenaza válida. Tendría que haberla considerado. Pero ya no me importa. Ahora paso de esas amenazas y este caso es lo único que me importa. Haré lo que tenga que hacer.

Irving se quedó en silencio y Bosch supuso que el subdirector se estaba dando cuenta de que él se había alejado de su alcance.

El poder de Irving sobre Bosch siempre se había basado en el trabajo y el futuro. Pero Bosch se había liberado por fin. Harry empezó de nuevo con voz baja y calmada.

– Si estuviera en mi lugar, jefe, ¿podría simplemente darle la espalda? ¿Qué importa lo que pueda hacer para el departamento si no puedo hacer esto por ella… y por mí? -Se levantó y se guardó la libreta en el bolsillo de la chaqueta-. Me voy. ¿Dónde está el resto de mis cosas?

– No.

Bosch vaciló. Irving lo miró y Bosch vio que la rabia había remitido.

– No hice nada mal -dijo Irving en voz baja.

– Seguro que sí -dijo Bosch con voz igual de calmada. Se inclinó sobre la mesa hasta que estuvo a menos de un metro de distancia-. Todos lo hicimos, jefe. Lo dejamos estar. Ése fue nuestro crimen. Pero ya no más. Al menos no conmigo. Si quiere ayudar, ya sabe cómo encontrarme.

Bosch se dirigió a la puerta.

– ¿Qué quiere?

Bosch volvió a mirado.

– Hábleme de Pounds. Necesito saber qué ocurrió. Es la única forma de saber si está conectado.

– Entonces siéntese.

Bosch se sentó en la silla que estaba al lado de la puerta. Ambos se tomaron un tiempo para serenarse antes de que Irving hablara por fin.

– Empezamos a buscarlo el sábado por la noche. Encontramos su coche el domingo a mediodía en Griffith Park. En uno de los túneles que cerraron después del terremoto. Era como si supieran que íbamos a buscar desde el aire y pusieron el coche en un túnel.

– ¿Por qué empezaron a buscar antes de saber que estaba muerto?

– Por la mujer. Llamó el sábado por la mañana. Dijo que lo habían telefoneado a casa el viernes por la noche, no sabía quién. Pero quienquiera que fuese se las arregló para convencerle de que saliera de casa y se reuniera con él. Pounds no le dijo a su esposa de qué se trataba. Dijo que volvería al cabo de una hora o dos. Salió y nunca regresó. Por la mañana ella nos llamó.

– Supongo que el número de Pounds no está en la guía.

– Exacto. Eso aumentaba la posibilidad de que fuera alguien del departamento.

Bosch pensó en ello.

– No necesariamente. Sólo tenía que ser alguien con contactos con gente del ayuntamiento. Gente que podía conseguir ese número con una llamada. Debería hacer correr la voz. Garantizar la impunidad a cualquiera que diga que proporcionó el número. Decir que no se le castigará si dice el nombre de la persona a quien se lo dio. Es a él a quien busca. Existen posibilidades de que quien dio el número no supiera lo que iba a ocurrir.

Irving asintió.

– Es una idea. En el departamento hay cientos de personas que podían conseguir ese número. Podría ser la única forma de proceder.

– Cuénteme más de Pounds.

– Fuimos directamente a trabajar en el túnel. El domingo los medios ya sabían que lo estábamos buscando, así que el túnel representó una ventaja para nosotros. No había helicópteros sobrevolando, molestando. Instalamos luces en el túnel.

– ¿Estaba en el coche?

Bosch estaba actuando como si no supiera nada. Sabía que si esperaba que Hinojos respetara sus confidencias, él debía respetar las que le hacía ella..

– Sí, estaba en el maletero. Y, Dios mío, era horrible. Le… Le habían arrancado la ropa. Le habían golpeado. Y… y había pruebas de tortura…

Bosch aguardó, pero Irving se había detenido.

– ¿Qué? ¿Qué le hicieron?

– Le quemaron. Los genitales, las tetillas, los dedos… ¡Dios mío!

Irving se pasó la mano por la cabeza pelada y cerró los ojos mientras lo hacía. Bosch vio que el jefe no podía borrar las imágenes de su mente. Él también tenía problemas para hacerlo. La culpa era como un objeto palpable en su pecho.

– Era como si quisieran algo de él -dijo Irving-. Pero él no podía darlo. No lo tenía y… y ellos insistieron.

De repente, Bosch sintió el ligero temblor de un terremoto y estiró el brazo hasta la mesa para equilibrarse. Miró a Irving en busca de confirmación y se dio cuenta de que no había ningún seísmo. Era él quien estaba temblando de nuevo.

– Espere un momento.

La sala se inclinó ligeramente antes de enderezarse de nuevo.

– ¿Qué pasa?

– Espere un momento.

Sin decir otra palabra, Bosch se levantó y salió por la puerta. Recorrió rápidamente el pasillo hasta el cuarto de baño de caballeros que estaba al lado de la fuente. Había alguien delante de uno de los lavabos afeitándose, pero Bosch no se tomó el tiempo de mirado. Empujó la puerta de una de las cabinas y vomitó en el inodoro, estuvo a punto de no llegar a tiempo.

Tiró de la cadena, pero sintió una nueva arcada y luego otra, hasta que se vació, hasta que no quedó en su interior otra cosa que la imagen de Pounds desnudo, muerto, torturado.

– ¿Está bien, amigo? -dijo una voz desde el exterior de la cabina.

– Déjeme solo.

– Lo siento, sólo preguntaba.

Bosch se quedó unos minutos más en la cabina, apoyado contra la pared. Finalmente, se limpió la boca con papel higiénico y tiró de la cadena. Salió de la cabina con paso indeciso y se acercó al lavabo. El otro hombre seguía allí. Ahora se estaba poniendo una corbata.