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– Nada. Estoy esperando a Irving.

– ¿A qué se refiere?

– Ha mantenido mi… culpabilidad fuera de la prensa. Ahora le toca mover ficha. O va a echarme encima a la División de Asuntos Internos (si puede acusarme de hacerme pasar por Pounds) o va a dejarlo estar. Apuesto a que va a dejarlo pasar.

– ¿Por qué?

– Lo que está claro del departamento es que no es partidario de la autoflagelación. ¿Me explico? Este caso es muy público, y si me hacen algo saben que siempre existe el peligro de que se filtre, y eso supondría otro ojo a la funerala para el departamento. Irving se ve a sí mismo como el protector de la imagen del departamento. Antepondrá eso a acabar conmigo. Además, ahora tendrá poder sobre mí. O sea, cree que lo tiene.

– Parece que conoce bien a Irving y al departamento.

– ¿Por qué?

– El sub director Irving me ha llamado esta mañana y me ha pedido que le envíe a su oficina una resolución positiva de retorno al trabajo lo antes posible.

– ¿Eso ha dicho? ¿Quiere un informe de retorno al trabajo?

– Sí, ésas han sido sus palabras. ¿Cree que está preparado?

Bosch pensó unos segundos, pero no respondió la pregunta.

– ¿Lo había hecho antes? ¿Decirle cómo evaluar a alguien?

– No. Es la primera vez y estoy muy preocupada por eso. Acceder a sus deseos sin más socavaría mi posición. Es un dilema porque no quiero atraparle a usted en medio.

– ¿Y si no le hubiera dicho qué dirección tomar? ¿Cuál habría sido su evaluación? ¿Positiva o negativa?

Hinojos jugueteó con un lápiz en el escritorio durante unos segundos mientras consideraba la cuestión.

– Es una decisión complicada, Harry, pero creo que necesita más tiempo.

– Entonces no lo haga. No se rinda ante él.

– Menudo cambio. Hace una semana de lo único que podía hablar era de volver al trabajo.

– Eso fue hace una semana. -Había una tristeza palpable en la voz de Bosch.

– Deje de fustigarse con eso -dijo Hinojos-. El pasado es como una porra y sólo puede golpearse con ella en la cabeza unas cuantas veces antes de que se produzca un daño grave y permanente. Creo que está en el límite. Por si le sirve, creo que es usted un hombre bueno y honesto y en última instancia amable. No se haga esto a usted mismo. No arruine lo que tiene, lo que es, con esa clase de pensamientos.

Bosch asintió como si no entendiera, pero ya había desestimado las palabras de la psiquiatra en cuanto las había escuchado.

– Los últimos dos días he estado pensando mucho.

– ¿En qué?

– En todo.

– ¿Alguna decisión?

– Casi. Creo que voy a entregar la placa, voy a dejar el departamento.

Hinojos se inclinó hacia adelante y cruzó los brazos sobre la mesa. Una expresión de seriedad le arrugó el entrecejo.

– Harry, ¿de qué está hablando? Eso no es propio de usted. Su trabajo y su vida son lo mismo. Creo que es bueno tomar cierta distancia, pero no una separación total. Yo… -Se detuvo cuando pareció concebir una idea-. ¿Es ésta su idea de condena, de pagar por lo que ha ocurrido?

– No lo sé… Yo sólo… Por lo que he hecho, algo debo pagar. Eso es todo. Irving no va a hacer nada. Yo sí lo haré.

– Harry, cometió un error. Un error grave, sí. Pero ¿por eso está renunciando a su carrera, a la única cosa que incluso usted admite que hace bien? ¿Va a tirarlo todo por la borda?

Bosch asintió con la cabeza.

– ¿Ha pedido ya los papeles?

– Todavía no.

– No lo haga.

– ¿Por qué no? No puedo seguir con esto. Es como si es tuviera caminando esposado a una cadena de fantasmas.

Bosch negó con la cabeza. Estaban teniendo el mismo debate que él había tenido en su mente en los últimos dos días, desde la noche en la casa de Meredith Roman.

– Dese algo de tiempo -dijo Hinojos-. Lo único que le estoy pidiendo es que lo piense. Ahora está de baja remunerada. Aprovéchela. Use el tiempo. Le diré a Irving que todavía no voy a darle ninguna resolución. Mientras tanto, dese tiempo y piense bien en ello. Vaya a algún sitio, túmbese en la playa. Pero piense en ello antes de presentar los papeles.

Bosch levantó las manos en ademán de rendición.

– Por favor, Harry. Quiero oírselo decir.

– Muy bien. Lo pensaré un poco más.

– Gracias.

Hinojos dejó que el silencio ratificara el acuerdo.

– ¿Recuerda lo que dijo cuando vio el coyote en la calle la semana pasada? -preguntó ella tranquilamente-. ¿De que era el último coyote?

– Lo recuerdo.

– Creo que sé cómo se sintió. No me gustaría pensar que yo también he visto al coyote por última vez.

Desde el aeropuerto, Bosch cogió la autovía hasta la salida de Armenia y luego continuó dirección sur hacia Swann. Descubrió que ni siquiera necesitaba el plano del coche de alquiler. Dobló hacia el este por Swann hasta el Hyde Park y después enfiló South Boulevard hasta la casa de ella. Veía la bahía que relucía al sol al final de la calle.

Arriba de la escalera el portal estaba abierto, pero la puerta mosquitera cerrada. Bosch llamó.

– Adelante. Está abierto.

Era ella. Bosch empujó la mosquitera y llegó a la sala. Jasmine no estaba allí, pero la primera cosa en la que se fijó Bosch fue un lienzo en la pared donde antes sólo había un clavo. Era el retrato de un hombre en sombras, sentado solo ante una mesa. La figura tenía el codo apoyado en la mesa y la mano levantada contra su mejilla, oscureciendo el rostro y haciendo de los profundos ojos el punto focal de la pintura. Bosch la miró un momento hasta que ella llamó otra vez.

– ¿Hola? Estoy aquí.

Bosch vio que la puerta del estudio estaba ligeramente entreabierta. Se acercó y la empujó para abrirla. Ella estaba allí, de pie ante el caballete, con óleos de tonos oscuros en la paleta que tenía en la mano. Tenía una única mancha de ocre en la mejilla derecha. Sonrió de inmediato.

– Harry.

– Hola, Jasmine.

Bosch se le acercó y rodeó el caballete. El retrato estaba apenas empezado, pero ella había comenzado por los ojos. Los mismos ojos que en el retrato que colgaba de la pared en la otra habitación. Los mismos ojos que Bosch veía cuando se miraba en el espejo.

Jasmine se acercó a él de manera vacilante. No había atisbo de vergüenza o incomodidad en su rostro.

– Pensaba que si te pintaba volverías.

Dejó el pincel en una vieja lata de café atornillada al caballete y se acercó todavía más. Lo abrazó y se besaron en silencio. Al principio fue un reencuentro delicado, después Harry le puso la mano en la espalda y la atrajo a su pecho como si ella fuera una venda capaz de contener su hemorragia. Al cabo de poco, Jasmine se apartó, levantó las manos y sostuvo entre ellas la cara de Bosch.

– Déjame ver si he hecho bien los ojos.

Estiró el brazo y le quitó a Bosch las gafas de sol. Sonrió. Bosch sabía que el color morado de las ojeras casi había desaparecido, pero los globos oculares seguían estando ribeteados de rojo y llenos de capilares hinchados.

– Joder, has viajado de noche.

– Es una larga historia. Te la contaré después.

– Dios, vuelve a ponerte las gafas.

Jasmine volvió a ponerle las gafas y rió.

– No tiene gracia. Duele.

– No es por eso. Te he manchado la cara de pintura.

– Bueno, entonces no estoy solo.

Bosch trazó la cuchillada de óleo en el rostro de Jasmine. Se abrazaron de nuevo. Bosch sabía que podrían hablar más tarde. Por el momento sólo la abrazó y la olió y miró por encima del hombro de ella al azul brillante de la bahía. Pensó en algo que le había dicho el anciano postrado en la cama. «Cuando encuentres la que crees que encaja, agárrate a ella para siempre.» Bosch no sabía si ella era la elegida, pero por el momento se agarró a ella con todo lo que le quedaba.

***