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– Nos ha dicho que el señor Woodson confesó haber matado a dos hombres negros; sin embargo, se le juzga por haber matado a dos hombres blancos. ¿No cree que da la impresión de que no confesó en absoluto?

– No, él confesó. Me dijo que mató a esos dos.

Miré al juez.

– Señoría, la defensa solicita que la carpeta que está delante del señor Torrance sea admitida como prueba documental número uno de la defensa.

Vincent protestó por falta de fundamento, pero Companio-ni desestimó la objeción.

– Se admitirá y dejaremos que el jurado decida si el señor Torrance ha visto o no las fotografías y el contenido de la carpeta.

Estaba embalado y decidí ir a por todas.

– Gracias -dije-. Señoría, ahora también sería un buen momento para que el fiscal recordara a su testigo las penas por perjurio.

Era un movimiento teatral hecho a beneficio del jurado. Suponía que tendría que continuar con Torrance y sacarle las vísceras con la daga de su propia mentira. Pero Vincent se levantó y le pidió al juez un receso para hablar con el letrado de la parte contraria.

Supe que acababa de salvar la vida de Barnett Woodson.

– La defensa no tiene objeción -le dije al juez.

3

Después de que se vaciara la tribuna del jurado, regresé a la mesa de la defensa cuando el alguacil estaba entrando para esposar a mi cliente y volver a llevarlo al calabozo.

– Ese tipo es un mentiroso de mierda -me susurró Wood-son-. Yo no maté a dos negros. Eran blancos.

Tenía la esperanza de que el alguacil no lo hubiera oído.

– ¿Por qué no cierras la puta boca? -le respondí en otro susurro-. Y la próxima vez que veas a ese mentiroso de mierda en el calabozo, deberías darle la mano. Por sus mentiras, el fiscal está a punto de renunciar a la pena de muerte y presentar un trato. Iré a contártelo en cuanto lo tenga.

Woodson negó con la cabeza teatralmente.

– Sí, bueno, puede que ahora no quiera ningún trato. Han puesto a un maldito mentiroso en el estrado, tío. Todo este caso se va por el retrete. Podemos ganar esta mierda, Haller. No aceptes el trato.

Miré a Woodson un segundo. Acababa de salvarle la vida, pero quería más. Se sentía con derecho, porque la fiscalía no había jugado limpio. No importaba la responsabilidad por los dos chicos a los que acababa de reconocer haber matado.

– No te pongas ansioso, Barnett -le dije-. Volveré con noticias en cuanto las tenga.

El alguacil se lo llevó por la puerta de acero que conducía a las celdas anexas a la sala del tribunal. Lo observé salir. No tenía falsas ideas respecto a Barnett Woodson; nunca se lo había preguntado directamente, pero sabía que había matado a aquellos dos chicos del Westside. Eso no me preocupaba. Mi trabajo consistía en sopesar las pruebas presentadas contra él con mis mejores aptitudes, así era como funcionaba el sistema. Lo había hecho y me habían dado la daga. Ahora la usaría para mejorar su situación significativamente, pero el sueño de Woodson de quedar impune del caso de los dos cadáveres que se habían puesto negros en el agua no estaba en la baraja. Quizás él no lo había comprendido, pero su mal pagado y mal apreciado abogado de oficio ciertamente sí lo había hecho.

Después de que la sala se vaciase, Vincent y yo nos quedamos mirándonos mutuamente, cada uno desde su respectiva mesa.

– ¿Y?-dije.

Vincent negó con la cabeza.

– En primer lugar -dijo-, quiero dejar claro que obviamente no sabía que Torrance estaba mintiendo. -Claro.

– ¿Por qué iba a sabotear mi propio caso así?

No hice caso del mea culpa.

– Mira, Jerry, no te molestes. Te dije en la instrucción previa que ese tipo había pillado la carpeta de revelación que mi cliente tenía en su celda. Es de sentido común. Mi cliente no iba a decir nada al tuyo, un perfecto desconocido, y todo el mundo lo sabía excepto tú.

Vincent negó enfáticamente con la cabeza.

– Yo no lo sabía, Haller. El se presentó, fue cuestionado por uno de nuestros mejores investigadores, y no había indicación de mentira, no importa lo improbable que pareciera que tu cliente hablara con él.

Me reí de un modo no amistoso para rechazar su afirmación.

– No que hablara con él, Jerry: que confesara. Hay una pequeña diferencia. Así que será mejor que hables con ese preciado investigador tuyo, porque no se merece la paga del condado.

– Mira, me dijo que el tipo no sabía leer, así que no había forma de que lo supiera por la carpeta de revelación. No mencionó las fotos.

– Exactamente, y por eso deberías buscarte un nuevo investigador. Y te diré una cosa, Jerry: normalmente soy bastante razonable con esta clase de cosas, e intento llevarme bien con la oficina del fiscal del distrito, pero te advertí justamente de este tipo. Así que, después del receso, voy a destriparlo aquí mismo en el estrado y lo único que vas a poder hacer es quedarte sentado mirando. -Me mostré completamente indignado, y buena parte de la indignación era real-. Cuando haya terminado con Torrance, no será el único que va a quedar en evidencia. Ese jurado va a saber que o bien sabías que ese tipo era un mentiroso o que fuiste tan tonto como para no darte cuenta. En cualquier caso no vas a quedar muy bien.

Vincent bajó la mirada a la mesa del fiscal y con calma enderezó las carpetas del caso apiladas delante de él. Habló con voz calmada.

– No quiero que sigas con el contrainterrogatorio -dijo.

– Bien. Entonces, déjate de negaciones y mentiras y dame una resolución que pueda…

– Retiraré la petición de pena capital. Entre veinticinco y perpetua sin condicional.

Negué con la cabeza sin vacilar.

– Eso no va a servir. Lo último que ha dicho Woodson antes de que se lo llevaran era que estaba dispuesto a jugárselo a los dados. Para ser exacto, dijo: «Podemos ganar esta mierda». Y creo que podría tener razón.

– ¿Qué quieres, Haller?

– Diría quince máximo. Creo que podría venderle eso.

Vincent negó con la cabeza enfáticamente.

– Ni hablar. Me volverán a enviar a casos de camellos de calle si les doy eso por dos asesinatos a sangre fría. Mi mejor oferta son veinticinco con condicional. Punto. Bajo las actuales directrices podría salir en dieciséis o diecisiete años. No está mal por lo que hizo, matar a dos chicos así.

Lo miré, tratando de interpretar su expresión, buscando una señal que lo delatara. Concluí que no iba a mejorar la oferta. Y tenía razón, no era un mal trato para lo que Barnett Woodson había hecho.

– No lo sé -dije-. Creo que va a decir que echemos los dados.

Vincent negó con la cabeza y me miró.

– Entonces tendrás que vendérselo, Haller. Porque no puedo bajar más y si continúas con el contrainterrogatorio mi carrera en la fiscalía probablemente habrá terminado.

Esta vez vacilé antes de responder.

– Espera un momento, ¿qué estás diciendo, Jerry? ¿Qué he de sacarte las castañas del fuego? ¿Te he pillado con los pantalones en los tobillos y es a mi cliente al que le han de dar por el culo?

– Estoy diciendo que es una oferta justa para un hombre que es culpable como Caín. Más que justa. Ve a hablar con él y usa tu magia, Mick. Convéncelo. Los dos sabemos que no estarás mucho tiempo en el turno de oficio. Podrías necesitar un favor mío algún día cuando no tengas sueldo fijo y estés en el lado salvaje.

Me limité a mirarlo, registrando el quid pro quo de la oferta. Si yo lo ayudaba, en algún momento él me ayudaría a mí, y Barnett Woodson cumpliría un par de años extra en la trena.

– Tendrá suerte de sobrevivir cinco años ahí dentro, mucho menos veinte -dijo Vincent-. ¿Qué diferencia hay para él? Pero tú y yo vamos a llegar lejos, Mickey. Podemos ayudarnos aquí.

Asentí lentamente. Vincent sólo era unos años mayor que yo, pero estaba tratando de actuar como una especie de anciano sabio.

– Jerry, la cuestión es que, si hago lo que sugieres, nunca podré mirar a otro cliente a los ojos.