Выбрать главу

– ¿Tenían mucha relación? -preguntó ella.

Era una buena pregunta y yo realmente no conocía la respuesta. Mantuve la mirada baja al hablar.

– Tuvimos casos uno contra el otro cuando él estaba en la fiscalía y yo era abogado de oficio. Los dos lo dejamos por el ejercicio privado más o menos al mismo tiempo y los dos trabajábamos solos. A lo largo de los años, colaboramos en algunos casos, un par de juicios por drogas, y en cierto modo nos cubríamos el uno al otro cuando hacía falta. Me cedió algún caso ocasionalmente cuando era algo de lo que no quería ocuparse.

Había tenido una relación profesional con Jerry Vincent. De cuando en cuando brindábamos en el Four Green Fields o nos veíamos en el Dodger Stadium. Ahora bien, decir que manteníamos una relación estrecha habría sido una exageración por mi parte. Sabía poca cosa de él fuera del mundo de la ley. Había oído hablar de un divorcio tiempo atrás como un cotilleo, pero nunca le había preguntado al respecto. Eso era información personal y no necesitaba conocerla.

– Parece olvidarlo, señor Haller, pero yo estaba en la fiscalía cuando el señor Vincent era un joven prometedor. Pero perdió un gran caso y su estrella se apagó. Fue entonces cuando pasó al ejercicio privado.

Miré a la juez, pero no dije nada.

– Y creo recordar que usted era el abogado defensor en ese caso -añadió ella.

Asentí con la cabeza.

– Barnett Woodson. Conseguí una absolución por doble homicidio. Salió del tribunal y se disculpó sarcásticamente ante los medios por irse de rositas. Se lo restregó por la cara a la fiscalía, y se puede decir que eso acabó con la carrera de Jerry como fiscal.

– Entonces, ¿por qué iba a trabajar con usted o pasarle casos?

– Porque, señoría, al poner fin a su carrera de fiscal, empecé su carrera de abogado defensor.

Lo dejé ahí, pero no era bastante para ella.

– ¿Y?

– Y al cabo de un par de años estaba ganando cinco veces más de lo que ganaba en la fiscalía. Me llamó un día y me dio las gracias por mostrarle la luz.

La juez asintió de manera cómplice.

– Todo se reducía al dinero. Quería dinero.

Me encogí de hombros como si me sintiera incómodo respondiendo por un hombre muerto, y no contesté.

– ¿Qué le pasó a su cliente? -preguntó la juez-. ¿Qué fue del hombre que quedó impune del homicidio?

– Le habría ido mejor con una condena. Woodson resultó muerto en un tiroteo desde un coche unos dos meses después de la absolución.

La juez asintió otra vez, esta vez como diciendo: fin de la historia, justicia servida. Traté de volver a concentrarme en Jerry Vincent.

– No puedo creer esto de Jerry. ¿Sabe qué ocurrió?

– No está claro. Aparentemente lo encontraron anoche en su coche, en el garaje de su oficina. Lo mataron a tiros. Me han dicho que la policía todavía está en la escena del crimen y no ha habido detenciones. Todo esto viene de un periodista del Times que me llamó al despacho para preguntar qué pasaría ahora con los clientes del señor Vincent, sobre todo Walter Elliot.

Asentí. Durante los últimos doce meses había vivido en una burbuja, pero no era tan impermeable como para no haberme enterado del caso de homicidio del que se acusaba al magnate del cine. Era sólo uno en una cadena de grandes casos que Vincent había logrado a lo largo de los años. A pesar del fiasco de Woodson, su curriculum como fiscal de perfil alto lo había colocado desde el principio como abogado defensor de altas esferas. No tenía que ir a buscar clientes: acudían a él. Y normalmente éstos podían pagar o tenían algo que decir, lo cual significaba que poseían al menos uno de estos tres atributos: podían pagar muchos dólares por su representación legal, eran demostrablemente inocentes de los cargos que se les imputaban o eran claramente culpables pero tenían a la opinión pública de su lado. Eran clientes a los que podía respaldar y defender con franqueza sin importar lo que hubieran hecho. Clientes que no le hacían sentirse sucio al final del día.

Y Walter Elliot cumplía con al menos uno de esos atributos. Era el presidente y propietario de Archway Pictures y un hombre muy poderoso en Hollywood. Estaba acusado de asesinar a su mujer y al amante de ésta en un rapto de ira después de descubrirlos juntos en una casa de playa de Malibú. El caso ofrecía toda clase de conexiones con el sexo y los famosos y estaba atrayendo una amplia atención de los medios. Había sido una máquina publicitaria para Vincent y ahora estaba disponible.

La juez me sacó de mi ensueño.

– ¿Está familiarizado con el RPC 2/300? -me preguntó. Me delaté involuntariamente al entrecerrar los ojos con la pregunta.

– Eh… no exactamente.

– Deje que le refresque la memoria. Es la sección del reglamento del Colegio de Abogados de California que regula la conducta profesional referida en la transferencia o venta de un bufete. Nosotros, por supuesto, estamos hablando de transferencia en este caso. El señor Vincent aparentemente le nombraba su segundo en su contrato de representación estándar. Esto le permitía cubrirlo cuando lo necesitaba y le incluía a usted, si era necesario, en la relación abogado-cliente. Adicionalmente, he descubierto que presentó una moción hace diez años que permitía la transferencia de las causas de su bufete en el caso de incapacidad o muerte. La moción nunca se alteró ni actualizó, pero está claro cuáles eran sus intenciones.

Me limité a mirarla. Conocía la cláusula en el contrato estándar de Vincent. Yo tenía la misma en el mío, nombrándolo a él. Pero de lo que me di cuenta era de que la juez me estaba diciendo que ahora yo tenía los casos de Jerry. Todos ellos, Walter Elliot incluido.

Esto, por supuesto, no significaba que fuera a quedarme todos los casos. Cada cliente tendría libertad para cambiar de abogado una vez informado del fallecimiento de Vincent. Pero significaba que tendría la primera opción con ellos.

Reflexioné. No había tenido un cliente en un año y el plan era empezar poco a poco, no con un montón de causas como las que aparentemente acababa de heredar.

– Sin embargo -dijo la juez-, antes de que se entusiasme en exceso respecto a esta cuestión, debo decirle que sería negligente con mi papel de presidenta del Tribunal si no hiciera todo lo que está en mi mano para garantizar que los clientes del señor Vincent se transfieren a un abogado sustituto de buena posición y competencia.

De pronto lo comprendí. Me había llamado para explicarme por qué no iba a asignarme los clientes de Vincent. Iba a actuar contra los deseos del difunto abogado y nombrar a otro, probablemente alguno de los generosos contribuyentes a su última campaña de reelección. La última vez que lo miré yo había contribuido exactamente con cero dólares a sus arcas a lo largo de los años.

Pero entonces la juez me sorprendió.

– He consultado con algunos de los jueces -dijo-, y soy consciente de que no ha estado ejerciendo la abogacía durante casi un año. No he encontrado ninguna explicación para esto. Antes de dictar la orden que le nombre abogado sustituto en esta materia, necesito estar convencida de que no estoy entregando los clientes del señor Vincent al hombre equivocado.

Hice un gesto de conformidad con la esperanza de ganar un poco de tiempo antes de verme obligado a responder.

– Señoría, tiene razón. He estado fuera de circulación durante un tiempo. Pero acabo de empezar a dar pasos para volver.

– ¿Por qué se tomó un descanso?

Me lo preguntó sin rodeos, sosteniéndome la mirada y buscando cualquier signo que indicara evasión de la verdad en mi respuesta. Hablé con sumo cuidado.

– Señoría, tuve un caso hace un par de años. El nombre del cliente era Louis Roulet. Era…

– Recuerdo el caso, señor Haller. Y recuerdo que le dispararon. Pero, como ha dicho, eso fue hace un par de años. Creía recordar que había estado ejerciendo durante un tiempo después de eso. Recuerdo la noticia de su vuelta al trabajo.