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– Espere un momento -dije-. ¿Qué es…?

– ¡Suelte el puto teléfono!

Solté el teléfono y levanté las manos.

– Vale, vale, ¿qué es esto? ¿Está con Bosch?

El hombre se movió rápidamente hacia mí y me empujó hacia atrás. Yo caí al suelo y acto seguido sentí que me agarraban por el cuello de la chaqueta.

– ¡Arriba!

– ¿Qué es…?

– ¡Arriba! ¡Ahora!

Empezó a estirarme.

– Vale, vale. Me estoy levantando.

En cuanto estuve en pie, el hombre me empujó hacia delante y crucé por delante de las luces de mi coche.

– ¿ Adónde vamos? ¿ Qué está…?

Me empujó otra vez.

– ¿Quién es usted? ¿Por qué…?

– Hace demasiadas preguntas, abogado.

Me agarró por la parte de atrás del cuello de la chaqueta y me empujó hacia el precipicio. Sabía que era una caída en picado desde el borde. Iba a terminar en la piscina climatizada de alguien, después de un salto de trampolín de cien metros.

Traté de clavar los talones y frenar mi impulso, pero eso resultó en que me empujaran aún más fuerte. Iba embalado y el hombre del pasamontañas me iba a lanzar por el borde hacia el negro abismo.

– ¡No puede…!

De repente sonó un disparo. No desde detrás de mí, sino desde la derecha y a cierta distancia. Casi simultáneamente hubo un sonido metálico a mi espalda y el hombre del pasamontañas gritó y cayó en los arbustos a la izquierda.

Al instante oí voces y gritos.

– ¡Suelte el arma! ¡Suelte el arma!

– ¡Al suelo! ¡Al suelo boca abajo!

Yo me tiré al suelo boca abajo al borde del precipicio y puse las manos encima de la cabeza para protegerme. Oí más gritos y el sonido de gente que corría. Oí motores atronando y vehículos aplastando grava. Cuando abrí los ojos, vi luces azules destellando en patrones repetidos en el suelo y los arbustos. Luces azules significaba policías. Significaba que estaba a salvo.

– Abogado -dijo una voz desde encima de mí-. Ya puede levantarse.

Giré el cuello para mirar. Era Bosch, con su cara en sombra silueteada por las estrellas desde arriba. -Esta vez le ha ido de un pelo -dijo.

52

El hombre con el pasamontañas negro gruñó de dolor cuando le esposaban las manos a la espalda.

– ¡La mano! ¡Joder, capullos, tengo la mano rota!

Me puse en pie y vi a varios hombres con impermeables negros moviéndose como hormigas en una colina. Algunas de las chaquetas de plástico llevaban las siglas del Departamento de Policía de Los Ángeles, pero en la mayoría ponía FBI. Enseguida apareció en el cielo un helicóptero e iluminó todo el aparcamiento con un foco.

Bosch se acercó a los agentes del FBI acurrucados junto al hombre del pasamontañas.

– ¿Le han dado? -preguntó.

– No hay herida -dijo un agente-. La bala debe de haber dado en la pistola, pero igual duele como su puta madre.

– ¿Dónde está la pistola?

– Aún la estamos buscando -dijo el agente.

– Podría haber caído por el despeñadero -apuntó otro agente.

– Si no la encontramos esta noche, la encontraremos por la mañana -concluyó un tercero.

Levantaron al hombre. Dos de los agentes del FBI se quedaron de pie uno a cada lado, agarrándolo por los codos.

– Veamos a quién tenemos -dijo Bosch.

Le quitaron el pasamontañas sin ceremonias y le apuntaron directamente a la cara con una linterna. Bosch se volvió y me miró.

– El jurado número siete -dije.

– ¿De qué está hablando?

– El jurado número siete del juicio. No apareció hoy y el departamento del sheriff lo estaba buscando.

Bosch se volvió hacia el hombre que yo sabía que se llamaba David McSweeney.

– Que no se mueva de aquí.

Bosch dio media vuelta y me hizo una seña para que lo siguiera. Se alejó del círculo de actividad y fue hacia el descampado de aparcamiento, cerca de mi coche. Se detuvo y se volvió hacia mí, pero yo pregunté antes.

– ¿Qué ha pasado?

– Lo que acaba de pasar es que le hemos salvado la vida. Iba a tirarlo al vacío.

– Eso ya lo sé, pero ¿qué ha ocurrido? ¿De dónde ha salido usted y todos los demás? Dijo que dejaba que la gente se fuera por la noche después de que me metía en casa. ¿De dónde han salido todos estos polis? ¿Y qué está haciendo aquí el FBI?

– Las cosas eran distintas esta noche. Han pasado cosas.

– ¿Qué cosas han pasado? ¿Qué ha cambiado?

– Podemos hablar de eso después, ahora hablemos de lo que tenemos aquí.

– No sé qué tenemos aquí.

– Hábleme del jurado número siete. ¿Por qué no se ha presentado hoy?

– Bueno, probablemente debería preguntárselo a él. Lo único que puedo decirle es que esta mañana el juez nos ha llamado a su despacho y nos ha contado que tenía una carta anónima que decía que el jurado número siete era falso y que había mentido porque tenía antecedentes. El juez pensaba interrogarlo, pero no apareció. Enviaron a agentes del sheriff a su casa y su trabajo y volvieron con un tipo que no era el jurado número siete.

Bosch levantó la mano como un policía de tráfico.

– Espere, espere. No tiene sentido. Sé que acaba de pasar un buen susto, pero…

Se detuvo cuando uno de los hombres con chaqueta del Departamento de Policía de Los Ángeles se acercó para dirigirse a él.

– ¿Quiere que pidamos una ambulancia? Dice que cree que tiene la mano rota.

– No, que no se mueva de ahí. Lo verá un médico después de que presentamos cargos.

– ¿Está seguro?

– Que se joda.

El hombre asintió y volvió al lugar donde estaba reteniendo a McSweeney.

– Sí, que se joda -dije.

– ¿Por qué quería matarle? -preguntó Bosch.

Levanté las manos abiertas.

– No lo sé. Quizá por el artículo del Times. ¿No era ése el plan, sacarlo a relucir?

– Creo que me está ocultando algo, Haller.

– Mire, le he dicho todo lo que he podido todo el tiempo. Es usted el que me oculta cosas y juega conmigo. ¿Qué está haciendo aquí el FBI?

– Han estado aquí desde el principio.

– Perfecto, y se olvidó de contármelo.

– Le dije lo que necesitaba saber.

– Bueno, ahora necesito saberlo todo o mi cooperación con usted termina aquí. Y eso incluye ser cualquier clase de testigo contra el hombre de allí.

Esperé un momento y él no dijo nada. Me volví para caminar hacia mi coche y Bosch me puso la mano en el brazo. Sonrió con frustración y negó con la cabeza.

– Vamos, hombre, cálmese. No vaya lanzando amenazas huecas.

– ¿ Cree que es una amenaza hueca? ¿ Por qué no vemos lo hueca que es cuando empiece a eternizar la citación de un jurado de acusación federal que sé que surgirá de esto? Puedo alegar confidencialidad con el cliente hasta el Tribunal Supremo (apuesto a que sólo tardará un par de años) y sus nuevos amigos del FBI van a lamentar que usted no jugara limpio conmigo cuando tuvo la ocasión.

Bosch pensó un momento y me tiró del brazo.

– Muy bien, tipo duro, venga aquí.

Caminamos hasta un lugar de la zona de aparcamiento, aún más lejos del hormiguero de fuerzas del orden. Bosch empezó a hablar.

– El FBI contactó conmigo unos días después del asesinato de Vincent y me dijo que había sido una persona de interés para ellos. Es todo; una persona de interés. Era uno de los abogados cuyos nombres surgieron en su investigación de los tribunales estatales. Nada específico, sólo basado en rumores, cosas que supuestamente había dicho a los clientes que podía hacer, conexiones que aseguraba tener, esa clase de cosas. Habían elaborado una lista de abogados que podrían ser corruptos y Vincent estaba en ella. Lo invitaron como testigo cooperador, pero no aceptó. Estaban incrementando la presión sobre él cuando lo mataron.