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– ¿Por qué no?

– Porque su cliente está muerto. Alguien (probablemente nuestro amigo de allí que quiere hacer un trato) eliminó a Elliot y su novia esta noche cuando fueron a cenar a casa. Su verja electrónica no se abría y cuando salió para empujarla, alguien se acercó y le metió una bala en la nuca. Luego mató a la mujer del coche.

Retrocedí medio paso, asombrado. Conocía la verja de la que estaba hablando Bosch. Había estado en la mansión de Elliot en Beverly Hills la otra noche. Y en cuanto a la novia, también pensaba que sabía quién era. Me había imaginado a Nina Albrecht para esa posición desde que Elliot me dijo que había tenido ayuda el día de los crímenes de Malibú. Bosch no dejó que mi expresión de desconcierto le impidiera continuar.

– Me dio el chivatazo una amiga de la oficina del forense y supuse que alguien podría estar haciendo limpieza esta noche. Supuse que tenía que volver a llamar al equipo y ver qué pasaba en su casa. Tiene suerte de que lo hiciera.

Miré directamente a Bosch al responder.

– Sí -dije-, he tenido suerte.

53

Ya no había juicio, pero fui al tribunal el martes por la mañana para asistir al final oficial del caso. Ocupé mi lugar junto al asiento vacío que Walter Elliot había ocupado durante las últimas dos semanas. A los fotógrafos de prensa a los que se les había permitido el acceso a la sala parecía gustarles la silla vacía. Sacaron muchas fotos de ella.

Jeffrey Golantz estaba sentado al otro lado del pasillo. Era el fiscal más afortunado de la tierra. Se había ido del tribunal un día pensando que se enfrentaba a una derrota que perjudicaría su carrera y había vuelto al día siguiente con su historial inmaculado intacto. Su trayectoria ascendente en la fiscalía del distrito y en la política municipal estaba a salvo por el momento. No tenía nada que decirme cuando nos sentamos y esperamos al juez.

Pero había mucha charla en la galería del público. Era un hervidero de noticias de los asesinatos de Walter Elliot y Nina Albrecht. Nadie mencionó el intento de acabar con mi vida ni los sucesos del mirador de Fryman Canyon. Por el momento, todo era secreto. Una vez que McSweeney le dijo a Bosch y Armstead que quería un trato, los investigadores me pidieron que guardara silencio para poder proceder lenta y cuidadosamente con su testigo cooperador. Yo mismo estaba contento de colaborar. Hasta cierto punto.

El juez Stanton ocupó el estrado puntualmente a las nueve. Tenía los ojos hinchados y aspecto de haber dormido poco. Me pregunté si sabía tantos detalles como yo de lo que había ocurrido la noche anterior.

Hicieron pasar al jurado y estudié los rostros. Si alguien sabía lo que había ocurrido, no lo estaba mostrando. Me fijé en que varios de ellos se fijaban en la silla vacía que tenía a mi lado al ocupar la suya.

– Damas y caballeros, buenos días -inició el juez-. En este momento voy a eximirles de su servicio en este juicio. Como estoy seguro que pueden ver, el señor Elliot no está en su silla en la mesa de la defensa. El motivo es que el acusado en este juicio fue víctima de un homicidio anoche.

La mitad de las bocas de los jurados se abrieron al unísono; el resto mostró sorpresa en su mirada. Un murmullo bajo de voces excitadas recorrió la sala y luego empezó un aplauso lento y deliberado de detrás de la mesa de la acusación. Me volví y vi a la madre de Mitzi Elliot aplaudiendo la noticia del fallecimiento de Walter.

El juez golpeó con fuerza con la maza justo en el momento en que Golantz corría hacia ella, agarrándole las manos suavemente e impidiendo que continuara. Vi lágrimas resbalando por las mejillas de la mujer.

– No habrá demostraciones desde la galería -dijo impetuosamente el juez-. No me importa quién es usted ni que relación podía tener con el caso, todos los aquí presentes mostrarán respeto al tribunal o serán expulsados.

Golantz regresó a su asiento, pero las lágrimas continuaron resbalando por las mejillas de la madre de una de las víctimas.

– Sé que para todos ustedes es una noticia desconcertante -le dijo Stanton a los miembros del jurado-. Les garantizo que las autoridades están investigando esta cuestión a conciencia y con fortuna pronto pondrán al individuo o individuos responsables ante la justicia. Estoy seguro de que se pondrán al corriente del caso cuando lean el periódico o vean las noticias, lo cual ahora pueden hacer libremente. En cuanto a hoy, quiero darles las gracias por su servicio. Sé que todos han estado muy atentos a la presentación del caso de la fiscalía y de la defensa y espero que el tiempo que han pasado aquí sea una experiencia positiva. Ahora son libres de volver a la sala de deliberación a recoger sus cosas y regresar a casa. Están dispensados.

Nos levantamos por última vez para el jurado y observé que los doce se dirigían por la puerta hacia la sala de deliberación. Después de que se fueran, el juez nos agradeció a Golantz y a mí nuestra conducta profesional durante el juicio, dio las gracias a su equipo y rápidamente levantó la sesión. No me había molestado en sacar ninguna carpeta de mi bolsa, así que me quedé inmóvil durante un buen rato después de que el juez abandonara la sala. Mi ensueño no se rompió hasta que Golantz se me acercó con la mano extendida. Sin pensarlo, se la estreché.

– Sin rencores por nada, Mickey. Es usted un fantástico abogado.

«Era», pensé.

– Sí -respondí-. Sin rencores.

– ¿Va a quedarse aquí para hablar con los jurados y ver hacia qué lado iban a inclinarse? -preguntó.

Negué con la cabeza.

– No, no me interesa.

– A mí tampoco. Cuídese.

Me dio una palmada en el hombro y cruzó al otro lado de la cancela. Estaba seguro de que habría un enjambre de medios esperando en el vestíbulo y él les diría que de algún modo extraño se había hecho justicia. Quien a hierro mata, a hierro muere. O palabras similares.

Le dejé los medios a él. Le concedí una buena ventaja antes de salir. Los periodistas ya lo estaban rodeando y yo pude pegarme a la pared y escapar sin ser visto. Salvo de Jack McEvoy del Times. Me localizó y empezó a seguirme. Me pilló cuando llegué a la entrada de la escalera.

– Eh, Mick.

Yo lo miré, pero no dejé de andar. Sabía por experiencia que no tenía que hacerlo. Si un miembro de los medios te paraba, el resto de la prensa se echaba encima. No quería que me devoraran. Empujé la puerta de la escalera y empecé a bajar.

– Sin comentarios.

Me siguió, paso a paso.

– No voy a escribir del juicio. Estoy cubriendo los asesinatos. Pensaba que quizá podríamos llegar al mismo acuerdo. Ya sabe, cambiar informa…

– No hay trato, Jack. Y sin comentarios. Le veo después.

Estiré la mano y lo detuve en el primer rellano. Lo dejé allí, bajé otros dos tramos y luego salí al pasillo. Caminé hasta la sala de la juez Holder y entré.

Michaela Gilí estaba en su puesto y le pregunté si podía ver a la juez unos minutos.

– Pero no lo tengo en la agenda -dijo.

– Ya lo sé, Michaela, pero creo que la juez querrá verme. ¿Está dentro? ¿Puede decirle que sólo le pido diez minutos? Dígale que es sobre los casos de Vincent.

La secretaria levantó el teléfono, pulsó un botón y expuso mi solicitud a la presidenta del tribunal. Enseguida colgó y me dijo que podía pasar inmediatamente al despacho de la juez.

– Gracias.

La juez estaba detrás de su escritorio con las gafas de leer puestas y un bolígrafo en la mano, como si la hubiera interrumpido a medio firmar una orden.

– Bueno, señor Haller -dijo-. Ciertamente ha sido un día atareado. Siéntese.

Me senté en la conocida silla delante de ella.

– Gracias por recibirme, señoría.

– ¿Qué puedo hacer por usted?

La juez me planteó la pregunta sin mirarme. Empezó a garabatear firmas en una serie de documentos.

– Sólo quería que supiera que voy a renunciar a ser abogado en el resto de los casos de Vincent.