– ¿Hablas en serio? No puedo creerlo. ¿Y qué me dices de mi? ¿Crees que merecía lo que me hacía Bobby Joe? ¿De verdad piensas eso?
– Tu ex marido era un gallito de medio pelo y un borracho, y solo Dios sabe lo que le dirías para provocarlo. Mucha gente pelea, Mad; algunos se dan unos cuantos empujones, otros salen heridos, pero eso no justifica una cruzada, y desde luego no se trata de una emergencia nacional. Créeme, si se lo preguntas en privado, estoy segura de que Phyllis te confesará que está en la comisión por los mismos motivos por los que yo deseaba que participases tú. Porque queda bien.
Maddy se sintió asqueada.
– No puedo creer lo que oigo -dijo en un murmullo-. La madre de Phyllis fue maltratada por su marido durante todos los años que estuvieron casados, y ella creció en medio de esa violencia. Igual que yo y que muchas personas, Jack. En algunos casos, las palizas no son suficientes: hay hombres que necesitan matar a sus mujeres para demostrar lo poderosos que son y lo poco que valen ellas. ¿Cómo te suena eso? ¿Te parece una pelea normal? ¿Cuándo fue la última vez que empujaste a una mujer por las escaleras, o que la golpeaste con una silla, o que la marcaste con una plancha caliente, o que le arrojaste lejía a los ojos, o que la quemaste con colillas de cigarrillo? ¿Tienes idea de cuánto sufren esas mujeres?
– Exageras, Mad. Esos casos son la excepción y no la regla. Es verdad que hay muchos locos en el mundo, pero esos tipos también matan hombres. Nadie ha dicho que el mundo no esté lleno de chalados.
– La diferencia es que muchas de esas mujeres viven con sus agresores, o con sus futuros asesinos, durante diez, veinte o cincuenta años y permiten que sigan maltratándolas, e incluso que las maten.
– Entonces las enfermas son ellas, ¿no? Podrían poner fin a su calvario largándose, pero no lo hacen. Joder, a lo mejor les gusta.
Maddy nunca se había sentido tan frustrada como ahora, escuchando a su marido, pero él no era solo la voz de la ignorancia, sino la voz de la mayoría de las personas del mundo. Se preguntó si podría llegar a él. Se sentía impotente.
– En casi todos los casos están demasiado asustadas para escapar. La mayoría de los hombres amenaza a su mujer con matarla si ella los abandona. Las estadísticas son devastadoras, y las mujeres lo intuyen. Sienten demasiado miedo para marcharse de casa, para huir. Tienen hijos, no saben adónde ir, muchas están desempleadas y la mayoría no tiene dinero. Su vida es un callejón sin salida, y a su lado hay un hombre diciéndoles que si se largan, las matarán a ellas y a los niños. ¿Qué harías tú en una situación semejante? ¿Llamar a tu abogado?
– No. Me marcharía de la ciudad. Igual que hiciste tú.
Maddy probó otra estrategia.
– Ese tipo de maltrato es un hábito. Se convierte en algo normal. Creces presenciándolo, viéndolo todo el tiempo; te dicen que eres basura y que mereces el sufrimiento, y tú te lo crees. Estás aislada, sola y asustada, no tienes adónde ir e incluso es probable que desees morir porque no ves otra salida. -Sus ojos se humedecieron-. ¿Por qué crees que permitía que Bobby Joe me hiciera daño? ¿Porque me gustaba? Pensaba que no tenía alternativa y estaba convencida de que merecía sus agresiones. Mis padres me decían que era mala, Bobby Joe me decía que todo era culpa mía. No conocí nada más hasta que apareciste tú, Jack. -Él nunca le había puesto una mano encima, y para ella ese era el principal requisito para ser un buen marido.
– Tenlo en cuenta la próxima vez que me juegues una mala pasada, Mad. Yo jamás te he pegado y sería incapaz de hacerlo. Eres una mujer afortunada, señora Hunter. -Le sonrió y se puso de pie. Ya estaban en el aeropuerto, y había perdido interés en ese tema que para ella tenía una importancia crucial.
– Tal vez, por eso tengo la sensación de que debo ayudar a otras, a las que no tienen tanta suerte como yo -respondió, preguntándose por qué se sentía tan afectada por las palabras de Jack.
Pero era obvio que él se había aburrido del tema, y ninguno de los dos volvió a mencionarlo en el trayecto entre el aeropuerto y Georgetown.
Pasaron una noche tranquila: ella cocinó pasta, ambos leyeron, y cuando por fin se metieron en la cama, hicieron el amor. Maddy no sabía por qué, pero no consiguió entregarse por completo. Se sentía distante, extraña y deprimida. Después, tendida en la cama, recordó lo que había dicho Jack sobre las mujeres maltratadas. Lo único que sabía era que sus palabras, o acaso su tono, le habían dolido. Cuando se durmió, soñó con Bobby Joe y despertó en mitad de la noche, gritando. Casi podía verlo delante de ella, con los ojos llenos de odio y los puños en alto. En el sueño, Jack había estado presente, cabeceando y mirándola, y ella había sentido que todo era culpa suya mientras Bobby Joe volvía a golpearla.
Capítulo6
Al día siguiente hubo un gran trajín en la oficina. Había muchas cosas que leer sobre los enfrentamientos en Irak y las bajas estadounidenses. Durante el fin de semana habían matado a otros cinco marines y derribado un avión, causando la muerte a sus dos jóvenes pilotos. Por mucho que Jack se esforzase por ayudar al presidente a presentar los hechos desde una óptica positiva, no había forma de cambiar la deprimente realidad de que morirían personas de ambos bandos.
Esa noche Maddy trabajó hasta las ocho, cuando terminó el segundo informativo. Luego irían a una cena de gala en casa del embajador de Brasil, y había llevado un vestido de noche para cambiarse en el despacho. Sin embargo, mientras se estaba vistiendo, su marido la llamó por el intercomunicador.
– Estaré lista en cinco minutos.
– Tendrás que ir sola. Acaban de convocarme a una reunión.
Esta vez Maddy sabía cuál era el motivo. Sin duda, el presidente estaba preocupado por la reacción del publico ante las muertes en Irak desde que habían comenzado las hostilidades.
– Supongo que la reunión es en la Casa Blanca.
– Algo así.
– ¿Irás más tarde? -Estaba acostumbrada a asistir a fiestas sola, pero prefería ir con Jack.
– Lo dudo. Tenemos que resolver muchas cosas. Te veré en casa. Si termino temprano iré a la cena, pero ya he llamado para disculparme. Lo siento, Maddy.
– Está bien. Las cosas en Irak no pintan bien, ¿no?
– Todo se arreglará. Tendremos que aceptar lo que ocurre. -Si hacía bien su trabajo, acabaría convenciendo de ello al público, pero Maddy no se dejaba engañar. Y Greg tampoco, a juzgar por lo que habían hablado en el estudio. Sin embargo, no habían hecho ningún comentario personal sobre las noticias durante el informativo. Sus opiniones ya no formaban parte del programa-. Hasta luego.
Maddy terminó de vestirse. Llevaba un vestido rosa claro que le sentaba de maravilla a su piel perlada y su cabello oscuro. Los pendientes de topacio rosado relumbraron mientras se ponía una estola del mismo tono y salía del despacho. Jack le había dejado el coche, pues iría a la Casa Blanca con un vehículo y un chófer de la empresa.
La embajada estaba en Massachusetts Avenue, y en su interior había aproximadamente un centenar de personas. Hablaban en español, portugués y francés, con un precioso fondo musical de samba. El embajador brasileño y su esposa daban fiestas llenas de encanto y estilo, y en Washington todo el mundo los quería. Maddy echó un vistazo alrededor y se alegró de ver a Bill Alexander.
– Hola, Maddy -dijo él con una sonrisa afectuosa, acercándose-. ¿Cómo estás?
– Bien. ¿Qué tal el fin de semana? -Con lo que sabían el uno del otro, Maddy ya se sentía amiga suya.
– Tranquilo. Fui a Vermont a ver a mis hijos. Mi hijo tiene una casa allí. La reunión del otro día fue interesante, ¿no? Es sorprendente comprobar cuántas personas se han visto afectadas de un modo u otro por la violencia doméstica o por agresiones de otra índole. Lo curioso es que todos parecemos pensar que los demás llevan una vida normal, y no es verdad, ¿no? -Sus ojos eran de un intenso azul, un poco más oscuros que los de ella, su melena de pelo blanco estaba perfectamente peinada y se le veía especialmente apuesto con esmoquin. Medía un metro noventa y ocho, y a su lado Maddy parecía una muñeca.