– Maddy, no es posible cancelar todos los vuelos del aeropuerto Kennedy durante tres días. ¿Sabes lo que eso supondría? Con esa lógica, habría habido que impedir también la entrada de aviones, por si la explosión los afectaba. Habría sido una hecatombe para el país y para nuestra economía.
– No puedo creer lo que oigo -dijo ella, súbitamente furiosa-. ¿Tú y vaya a saber quién más decidisteis no advertir a nadie de las amenazas y comportaros como si no ocurriese nada porque hacer lo contrario habría afectado a la economía? ¿Y por temor a alterar los horarios de los vuelos? Dime que esto no ha ocurrido de la manera que sospecho. Dime que no han muerto cuatrocientas doce personas para ahorrar problemas a la industria de la aviación. ¿Es eso lo que sugieres? ¿Que fue una decisión comercial? ¿Quién demonios la tomó?
– Nuestro presidente, tonta. ¿Qué crees? ¿Qué yo tomo decisiones de esa envergadura? Era un asunto importante, pero la amenaza había sido vaga. No podían hacer nada al respecto, aparte de revisar escrupulosamente cada avión antes del despegue. Y si citas mis palabras, Mad, te juro que te mataré.
– Me importa un bledo lo que hagas. Se trata de la vida de personas, de niños y bebés, de seres inocentes que subieron a un avión donde había una bomba porque nadie tuvo cojones para cerrar el aeropuerto Kennedy durante tres días. ¡Maldita sea, Jack! ¡Deberían haberlo cerrado!
– No sabes de qué hablas. No se cierra un importante aeropuerto internacional durante tres días debido a una amenaza de bomba; sería un caos económico.
– Por el amor de Dios, lo han hecho más de una vez a causa de las nevadas, y nuestra economía sigue a flote. ¿Por qué no iban a hacerlo por una amenaza de bomba?
– Porque habrían quedado como idiotas, y habría cundido el pánico entre los viajeros.
– Ah, claro, supongo que cuatrocientas vidas es un precio pequeño a pagar para evitar el pánico. Dios mío, no puedo creerlo. No puedo creer que estuvieras enterado y no hicieses una mierda al respecto.
– ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que fuese al JFK y repartiese panfletos?
– No, idiota, eres propietario de una cadena de televisión. Habrías podido dar la voz de alarma, incluso anónimamente, y obligarlos a cancelar todos los vuelos.
– Entonces me habrían cerrado definitivamente las puertas de la Casa Blanca. ¿Crees que no se habrían enterado de quién había filtrado una noticia semejante? No seas ridícula y no vuelvas a llamarme idiota nunca más. -La agarró del brazo y se lo sacudió con fuerza-. Yo sé lo que hago.
– Tú y tus compañeros de juegos de anoche habéis matado a cuatrocientas doce personas esta mañana. -Prácticamente escupió estas palabras, y su voz tembló. No podía creer que Jack hubiese participado en la decisión-. ¿Por qué no te compras un arma y empiezas a disparar a la gente? Sería más limpio y más honesto. ¿Sabes qué significa esto? Significa que los negocios son más importantes que la gente. Significa que cada vez que una mujer suba a un avión con sus hijos no sabrá si alguien ha avisado que hay una bomba dentro, que por el bien de las grandes transacciones comerciales ella y sus pequeños serán carne de cañón, porque nadie piensa que sean lo bastante importantes para justificar «trastornos económicos».
– Pues en términos generales, no lo son. Tú eres una ingenua. No entiendes nada. A veces es preciso sacrificar a algunas personas por intereses más importantes. -Maddy sintió ganas de vomitar-. Y te advierto una cosa: si comentas una sola palabra de esto, te llevaré personalmente a Knoxville y te dejaré en la puerta de la casa de Bobby Joe. Si hablas, tendrás que responder ante el presidente de Estados Unidos, y espero que te metan en la cárcel por traición. Es un asunto de seguridad nacional, y fue analizado por personas que ocupan los más altos puestos y saben lo que hacen. No estamos hablando de un ama de casa llorica y psicótica ni de un senador gordo y baboso. Si agitas este avispero, te saltarán al cuello el presidente, el FBI, la FAA y todas las instituciones importantes de este país, y yo me sentaré a mirar cómo te hacen picadillo. No vas a meterte en este asunto. No sabes una mierda del tema, y te enterrarán en menos que canta un gallo. Jamás ganarías esta batalla.
Maddy sabía que había algo de verdad en las palabras de Jack: todo el mundo mentiría, sería el mayor encubrimiento desde Watergate, y era poco probable que la gente le creyese. Ella era una pequeña voz en un mar de voces más altas que no se limitarían a taparla; también se encargarían de desacreditarla para siempre. Hasta era posible que la matasen. Pensar en ello la asustaba, pero la idea de defraudar al público, de ocultarle la verdad, la hacía sentirse como una traidora. Tenían derecho a saber que los pasajeros del vuelo 263 habían sido sacrificados en aras de la economía. Y que no significaban nada para las personas que habían tomado la decisión.
– ¿Me has oído? -preguntó Jack con una expresión terrible en los ojos.
Empezaba a asustarla. Si ponía en peligro la cadena, él sería el primero en atacarla, antes de que los otros tuvieran ocasión de hacerlo.
– Te he oído -respondió con frialdad-. Y te odio por ello.
– Me da igual lo que pienses o sientas. Lo único que me importa es lo que hagas, y más te vale que sea lo correcto. De lo contrario, será tu fin. Quedarás fuera de mi vida y de la cadena. ¿Está claro, Mad?
Ella lo miró largamente, dio media vuelta y empezó a bajar la escalera con paso vivo. Cuando llegó a su despacho, estaba pálida y temblaba.
– ¿Qué ha pasado? ¿Jack sabía algo? -preguntó Greg.
Al verla salir, había sospechado adónde iba, y nunca la había visto en un estado como aquel en que se encontraba cuando regresó a la oficina. Estaba mortalmente pálida y parecía enferma, pero permaneció callada durante algunos segundos.
– No, no sabía nada -fue lo único que dijo antes de tomar tres aspirinas con una taza de café.
No le extrañó que diez minutos después el jefe de producción asomara la cabeza y los mirara con seriedad antes de pronunciar su advertencia:
– Tendré que autorizar el guión antes de que salgáis al aire esta noche. Si decís algo que no esté en la copia autorizada, cortaremos la emisión e iremos a publicidad. ¿Entendido?
– Entendido -respondió Greg en voz baja. Al igual que Maddy, supo de inmediato de donde procedía la orden, ignoraba qué habían hablado arriba, pero estaba seguro de que no había sido agradable. Esperó a que el productor se marchase y luego miró a Maddy con expresión inquisitiva-. Supongo que Jack estaba informado -dio con delicadeza-. No tienes que decírmelo si no quieres.
Ella lo miró fijamente y asintió.
– No puedo probarlo. Y no podemos informar al respecto. Todos los involucrados lo negarán.
– Será mejor que esta vez no interfiramos, Mad. Es un asunto peliagudo. Demasiado grande para nosotros, creo. Si las autoridades estaban informadas, puedes estar segura de que se habrán cubierto muy bien las espaldas. Esto es obra de los peces gordos.
Le impresionó el hecho de que Jack Hunter fuese considerado uno de ellos. Hacía tiempo que había oído decir que se había convertido en asesor del presidente. Era obvio que jugaba en las grandes ligas.
– Dijo que me echaría del informativo si tocaba el tema. -Parecía menos conmocionada de lo que Greg habría creído razonable-. Pero eso no me importa. Detesto mentirle al público.
– A veces tenemos que hacerlo -dijo Greg con diplomacia-, aunque a mí tampoco me gusta. Pero los capitostes acabarían con nosotros si ventiláramos este asunto.
– Jack me advirtió que terminaría en la cárcel.
– Se está volviendo un poco tremendista, ¿no? -dijo con una sonrisa irónica, y Maddy no pudo evitar sonreír.
Entonces recordó la forma en que Jack le había sacudido el brazo. Nunca lo había visto tan furioso ni tan asustado. Pero aquel asunto era importante.