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– ¿Ha sido idea del presidente, o tuya?

– Mía. Yo dirijo la cadena. Tú trabajas para mí y estás casada conmigo. Me perteneces -dijo con una vehemencia que estremeció a Maddy.

– No te pertenezco, Jack. Puede que trabaje para ti y que esté casada contigo, pero no eres mi dueño. -Lo dijo con suavidad y firmeza, pero parecía asustada. Desde su más tierna infancia, había detestado los enfrentamientos y los conflictos.

– ¿Harás las maletas tú, o las hago yo? -preguntó Jack.

Maddy titubeó unos instantes interminables, luego cruzó el dormitorio en dirección al vestidor y sacó una maleta. Lo hizo con lágrimas en los ojos, y mientras empacaba trajes de baño, pantalones cortos, camisetas y zapatos, lloraba ya sin disimulos. Solo podía pensar en que las cosas no habían cambiado mucho. Bobby Joe la había empujado por la escalera, pero ese día Jack, prácticamente sin tocarla, no se había quedado atrás. ¿Qué inducía a pensar a ciertos hombres que una era propiedad de ellos? ¿Era culpa de los hombres que elegía, o acaso ella se lo buscaba? No había encontrado aún la respuesta cuando puso en la maleta cuatro vestidos de lino y tres pares de zapatos de tacón alto. Veinte minutos después había terminado, y se metió en la ducha. Jack estaba en su cuarto de baño, preparando sus cosas.

– ¿A qué hora nos marchamos mañana? -preguntó cuando volvieron a encontrarse en el dormitorio.

– Saldremos de aquí a las siete de la mañana. Volaremos a París.

Fue todo lo que consiguió averiguar del viaje, pero eso no le preocupaba. Le importante era que Jack había dejado clara su posición y que ella se había sometido. A pesar de las valientes palabras de Maddy, él le había demostrado que, en efecto, era su dueño.

– Supongo que esa es la ventaja de tener un avión privado -dijo Maddy mientras se acostaba al lado de su marido.

– ¿Cuál? -preguntó él, pensando que se trataba de un comentario intrascendente.

– Al menos sabemos que no habrá una bomba. Es una gran ventaja -dijo y le dio la espalda.

Jack no respondió. Apagó la luz y, por una vez, no la tocó.

Capítulo7

Llegaron a París a las diez de la noche, hora local, y subieron al coche que los estaba esperando. Era una noche deliciosamente cálida, y a las once entraron en el Ritz, donde el portero los reconoció en el acto. La place Vendôme estaba brillantemente iluminada, pero a pesar de la belleza del escenario, la situación para Maddy era cualquier cosa menos romántica. Por primera vez en muchos años se sentía como una prisionera: Jack se había pasado de la raya. Cruzó el vestíbulo detrás de él, sintiéndose aturdida y ausente.

Siempre le había gustado ir a París con Jack, pero esta vez no se sentía a gusto. Entre ellos solo había frialdad y dolor, y Maddy volvía a sentir la antigua angustia de ser maltratada: aunque sabía que él no le había pegado, era como si lo hubiese hecho. Acababa de descubrir una faceta de su marido de la que no había sido consciente, y ahora se preguntaba cuán a menudo y de cuántas otras maneras había ocurrido algo parecido. No se había permitido pensar en ello antes, pero sus sentimientos actuales no diferían de los que había experimentado hacia Bobby Joe en Knoxville. Aunque el escenario era más lujoso, ella seguía siendo la misma persona. Estaba tan atrapada como en el pasado. Mientras entraban las maletas en el hotel, aquellas palabras de Jack aún resonaban en sus oídos: «Me perteneces». Y al viajar con él, ella le había dado la razón.

La suite del Ritz era tan bonita como de costumbre. Con vistas a la place Vendôme, se componía de un salón, un dormitorio y dos cuartos de baño. Estaba enteramente decorada con raso amarillo claro, y la administración había dejado tres floreros con rosas amarillas de tallo largo. La belleza del lugar habría fascinado a Maddy si no hubiera estado tan resentida con Jack.

– ¿Estamos aquí por alguna razón en especial? -preguntó con tono cansino mientras Jack se servía una copa de champán y le ofrecía otra a ella-. ¿Solo querías impedir que saliera en la tele, o tienes una excusa mejor?

– Creí que necesitábamos unas vacaciones -respondió él, y toda su furia del día pareció desvanecerse cuando ella aceptó la copa. No quería hacerlo, pero necesitaba algo que la insensibilizara-. Sé cuánto te gusta París y pensé que nos divertiríamos.

– ¿Cómo puedes pensar eso después de las cosas que me has dicho en los últimos dos días? -La idea de «divertirse» con él le parecía absurda.

– Porque aquello eran negocios y esto es placer -respondió él con tranquilidad-. Te metiste en un asunto de seguridad nacional, y no tenías derecho a hacerlo. Solo intentaba protegerte, Maddy.

– Eso es mentira -replicó ella, y bebió un sorbo de champán.

Todavía no estaba dispuesta a perdonarle sus amenazas ni su comentario de que le pertenecía. Pero tampoco quería discutir con él. Se sentía agotada y deprimida.

– ¿Por qué no dejamos esas cosas atrás y disfrutamos de París? Los dos necesitamos un descanso. -Lo que necesitaba ella era una lobotomía, o quizá otro marido. En todos sus años de matrimonio nunca se había sentido tan traicionada. Y no podía evitar preguntarse cómo lo superarían, si es que alguna vez lo hacían-. Te quiero, Mad -añadió, acercándose.

Le acarició sensualmente el mismo brazo que había sacudido el día anterior. Maddy aún recordaba esa sensación, y sabía que jamás la olvidaría.

– No sé qué decirte -respondió con sinceridad-. Estoy enfadada, dolida y tal vez también un poco asustada. Todo lo que ha ocurrido me ha afectado profundamente. -Siempre era sincera con él, mucho más que él con ella.

– Por eso estamos aquí, Mad. Para olvidar el trabajo, los problemas, nuestras diferencias de opinión -dijo atrayéndola hacia sí mientras dejaba la copa sobre la mesa Luis XV-, para ser amantes.

Pero ella no tenía ganas de ser su amante. Lo único que deseaba era esconderse para lamerse las heridas, estar sola hasta que llegase a entender sus propios sentimientos. Sin embargo, él no se lo permitiría. Estaba besándola y bajando la cremallera del vestido, y antes de que Maddy pudiese detenerlo, le había quitado el sujetador.

– Jack, no… Necesito tiempo… No puedo…

– Sí que puedes -dijo cubriéndole los labios con los suyos, devorándola casi.

Luego su boca descendió por los pechos de ella, y el vestido pareció desaparecer junto con la ropa interior. Jack la tendió en el suelo y siguió besándola y acariciándola. Su lengua era tan poderosa y competente que ella trató en vano de resistirse. La penetró allí mismo, en el suelo, y el clímax fue tan rápido e intenso que la tomó por sorpresa. Era suya otra vez y, mientras recuperaba el aliento, abrazada a él, se preguntó cómo y por qué había sucedido.

– Bueno, es una buena manera de empezar las vacaciones -dijo sintiéndose tonta. El acto sexual había sido tan arrebatador como una marea de sensaciones, pero totalmente despojado de amor. Lo único que había hecho Jack era volver a demostrar que era su dueño. Sin embargo, ella había sido incapaz de luchar-. No sé cómo ha ocurrido -añadió mirando a Jack, que estaba tendido a su lado.

– Si quieres, podría enseñarte cómo. Tal vez un poco mas de champán nos ayudaría. -Se apoyó sobre el codo y le sonrió.

Maddy no sabía si le odiaba, pero una cosa estaba clara para ella: Jack era mortalmente atractivo y ella nunca había podido resistírsele.

Lo mire con tristeza mientras se incorporaba para coger la copa de champán que le ofrecía. En realidad no la quería, pero la aceptó y bebió a pequeños sorbos.

– Ayer te odié. Fue la primera vez que sentí odio por ti -confesó, y él permaneció impasible.