– ¡Vaya! ¿No me estarás ofreciendo sobornos en lugar de un ascenso? -Estaba de buen humor, pero en su fuero interno se sentía confusa. Aunque Jack se mostraba encantador, poco antes del viaje había sido muy cruel con ella.
– Debe de ser eso. El director financiero me envió aquí para que te sedujese -bromeó con fingida seriedad.
Maddy rió. Deseaba quererlo y que él la quisiese a ella.
– Seguro que quieres algo, Jack -insistió.
Y era cierto. Él quería el cuerpo de Maddy de día y de noche. Ella empezaba a sentirse como una máquina sexual y, en un par de ocasiones, mientras hacían el amor, él le había recordado que era su «dueño». A Maddy no le gustaba esa expresión, pero no se quejaba porque a él parecía excitarlo. Si tanto significaba para él, le dejaría decirlo, aunque de vez en cuando no podía evitar preguntarse si verdaderamente lo pensaba así. Jack no era su dueño. Se querían, y él era su mando.
– Empiezo a sentirme como Lady Chatterley -dijo, riendo, mientras él la desvestía una vez más en la habitación del hotel-. ¿Qué vitaminas estás tomando? Puede que te hayas pasado con la dosis.
– El sexo nunca es demasiado, Mad. Es bueno para nosotros. Me encanta hacerte el amor cuando estamos de vacaciones.
Tampoco se le daba mal cuando estaban en casa. Parecía tener un apetito insaciable por Maddy. Y a ella le gustaba que fuera así, salvo cuando la trataba con brusquedad o perdía el control, como había sucedido en París.
Esa noche, en el Claridge, la historia se repitió. Habían ido a bailar a Annabel's, y en cuanto regresaron a la suite, él la empujó contra la pared, le bajó las bragas y prácticamente la violó. Maddy trató de convencerlo de que esperase, o de que fuesen al dormitorio, pero él la arrinconó y no se detuvo, y luego la llevó al cuarto de baño y volvió a penetrarla sobre el suelo de mármol mientras ella le suplicaba que parase. Le hacía daño, pero estaba tan excitado que no la oía. Más tarde se disculpó y la sumergió con suavidad en la bañera llena de agua templada.
– No sé qué me haces, Mad. Es culpa tuya -dijo mientras le enjabonaba la espalda.
Un minuto después estaba en el agua con ella. Maddy lo miró con desconfianza, temiendo que volviese a forzarla, pero esta vez la acarició con infinita ternura. La vida con Jack era como una montaña rusa de placer y dolor, terror y pasión, ternura combinada con un ápice de violencia y crueldad. Habría sido difícil explicárselo a alguien, y a Maddy le habría dado vergüenza. De vez en cuando la obligaba a hacer cosas que la incomodaban. Pero él le aseguraba que no había nada de malo en ello, que estaban casados y se querían, y cuando le hacía daño, invariablemente insistía en que era culpa de ella por volverlo loco de deseo. Eso la halagaba, pero no evitaba que en ocasiones sufriera mucho. Y se sentía constantemente confundida.
Cuando por fui regresaron a casa, Maddy tenia la sensación de que habían pasado un mes fuera, en lugar de dos semanas. Se sentía más unida que nunca a Jack, y se habían divertido mucho. Durante quince días él le había dedicado una atención absoluta. No la había abandonado ni un solo instante, la había mimado de todas las formas posibles y le había hecho el amor tantas veces que ya no recordaba con exactitud qué habían hecho, o con cuánta frecuencia.
La noche que regresaron a la casa de Georgetown, Maddy se sentía como si acabara de volver de una segunda luna de miel, y Jack la besó mientras la seguía por el vestíbulo. Subió las maletas, incluida la nueva que habían comprado para meter las cosas que traían de Londres y París. Mientras Jack iba a buscar el correo, Maddy escuchó los mensajes del contestador automático y le sorprendió comprobar que había cuatro de su compañero de informativo, Greg Morris. Parecía preocupado, pero Maddy consultó su reloj y vio que era demasiado tarde para llamarlo.
No encontraron nada de interés en la correspondencia, y después de tomar un ligero tentempié, ambos se ducharon y se acostaron. A la mañana siguiente se levantaron temprano.
Charlaron animadamente en el viaje hasta la cadena, donde Maddy se separó de Jack en el vestíbulo y subió en el ascensor. Estaba impaciente por ver a Greg y contarle del viaje, pero descubrió con sorpresa que él no estaba en su despacho. Entró en el suyo y leyó su correspondencia; como de costumbre, tenía una montaña de cartas de admiradores. A las diez, al ver que Greg no llegaba, empezó a preocuparse. Fue a ver a la secretaria y le preguntó si Greg estaba enfermo. Debbie la miró con evidente incomodidad.
– Yo… eh… Bueno, parece que nadie se lo ha dicho -dijo por fin.
– ¿Decirme qué? -La embargó el pánico-. ¿Le ha ocurrido algo? -Tal vez hubiera tenido un accidente, y no se lo habían dicho para no fastidiarle el viaje.
– Se ha marchado.
– ¿Adónde? -Maddy no entendía lo que le decían.
– Ya no trabaja aquí, señora Hunter. Pensé que se lo habrían comunicado. Su nuevo compañero empieza el lunes. Creo que hoy trabajará sola. Greg se marchó un día después de que usted se fuera de vacaciones.
– ¿Qué? -No podía creer lo que oía-. ¿Discutió con alguien y se largó?
– No estoy al tanto de los detalles -mintió la secretaria.
Antes de que terminase de decir estas palabras. Maddy corrió por el pasillo hacia el despacho del productor.
– ¿Qué diablos ha pasado con Greg?
El productor alzó la vista. Rafe Thompson era un hombre alto de aspecto cansino, como si llevase el peso del mundo sobre sus hombros.
– Se ha ido -respondió lacónico.
– Eso ya lo sé. ¿Adónde? ¿Cuándo? ¿Y por qué? Quiero respuestas -dijo con los ojos fulgurantes de furia.
– Ha habido un cambio en el formato del programa. Greg va no encajaba. Creo que ahora está en la sección de noticias deportivas de la NBC. No estoy al tanto de los detalles.
– Tonterías. Es lo mismo que me dijo Debbie. ¿Quién está al tanto de los detalles?
Pero ya conocía la respuesta, y subió a toda prisa al despacho de Jack. Entró sin esperar que la anunciasen y lo miró. Él acababa de colgar el teléfono y su mesa estaba llena de papeles: era el precio de dos semanas de vacaciones.
– ¿Has despedido a Greg? -preguntó Maddy sin preámbulos.
Él la miró fijamente.
– Tomamos una decisión ejecutiva -respondió con tranquilidad.
– ¿Qué significa eso? ¿Y por qué no me lo dijiste cuando estábamos en Europa? -Se sentía engañada.
– No quería disgustarte, Mad. Pensé que necesitabas unas vacaciones tranquilas.
– Tenía derecho a saber que habías despedido a mi compañero. -Eso explicaba los mensajes de Greg en el contestador, y su tono. No era de extrañar que Greg pareciese inquieto-. ¿Por qué lo echaste? Es excelente. Y también lo son sus índices de audiencia.
– No para nosotros -respondió él con indiferencia-. No es tan bueno como tú, cariño. Necesitamos alguien más fuerte para que te sirva de contrapeso.
– ¿Más «fuerte»? ¿Qué quieres decir? -Maddy no entendía nada, y estaba furiosa por la decisión y por la forma en que la habían tomado.
– Greg es demasiado suave, demasiado afeminado; tú le pasas por encima, y eres mucho más profesional que el. Lo lamento. Necesitas alguien con más personalidad y experiencia.
– ¿De veras? ¿Y a quién has contratado?-preguntó con cara de preocupación. Estaba inquieta por Greg; le encantaba trabajar con él y era su amigo más íntimo.
– A Brad Newbury. No sé si lo recordarás. Solía presentar las noticias de Oriente Medio en la CNN. Es estupendo. Te encantará trabajar con él -dijo Jack con firmeza.
– ¿Brad Newbury? -Maddy se quedó perpleja-. Ni siquiera es capaz de hacer que una zona de guerra suene interesante. ¿De quién fue la idea?
– Fue una decisión colectiva. Es un profesional, un reportero con experiencia. Creemos que es el contrapunto perfecto para ti.