– ¿Qué pasó después?
– Se divorció de su marido y volvió a casarse con un hombre estupendo. Pero necesitó tres años de terapia para llegar a donde está hoy. Pensaba que su primer marido era un héroe únicamente porque no la molía a palos, como le hacía mi padre a mi madre. No todos los malos tratos dejan cicatrices.
Maddy lo sabía, pero aun así estaba empeñada en creer que lo que Jack hacía era diferente. No quería sentirse víctima, ni ver a Jack como su verdugo.
– Creo que estás loco, pero te quiero. ¿Qué harás ahora, Greg?
Estaba preocupada por él, y trataba de no pensar en lo que acababa de decir de Jack. Era una idea demasiado amenazadora. Ya había empezado a convencerse de que Jack no la maltrataba. Greg estaba disgustado y confundido, se dijo.
– Haré deportes en la NBC. Me han hecho una oferta estupenda, y empiezo dentro de dos semanas. ¿Sabes a quién han contratado para reemplazarme?
– A Brad Newbury -respondió con abatimiento.
Echaría de menos a Greg más de lo que podía expresar con palabras. Quizá mereciera la pena asistir a las reuniones de un grupo de mujeres maltratadas, aunque solo fuese para verlo. Sabía que Jack no le permitiría mantenerse en contacto con él. Encontraría la manera de apartarlo de su vida e impedir que lo viese. Conocía a su marido.
– ¿El tipo de la CNN? -preguntó Greg con incredulidad-. Me tomas el pelo. Es malísimo.
– Creo que sin ti nuestro índice de audiencia se irá al garete.
– No. Te tienen a ti. Todo irá bien, pequeña. Pero piensa en lo que te he dicho. Es lo único que te pido. Que lo pienses.
Trabajar con Brad era el menor de los problemas de Maddy.
– Lo haré -dijo ella sin demasiada convicción.
Durante el resto de la mañana, cada vez que pensaba en Greg se ponía nerviosa. Había puesto el dedo en la llaga con las cosas que le había dicho, y ella hacía todo lo posible para negarlas. Cuando Jack decía que era su «dueño», solo quería decir que la amaba con pasión. Aunque ahora que lo pensaba, había algo extraño incluso en sus relaciones sexuales, sobre todo últimamente. Jack le había hecho daño en más de una ocasión, especialmente en París. Su pezón había tardado una semana en cicatrizar, y todavía le dolía la espalda de la vez que le había hecho el amor en el suelo de mármol del hotel Claridge. Sin embargo, no había sido intencional; era un hombre insaciable y con un gran apetito sexual que la encontraba deseable. Además, a Jack no le gustaba hacer planes. ¿Llevarla a París y alojarla en el Ritz era una forma de maltrato simplemente porque no le había avisado con antelación? Le había comprado una pulsera en Cartier y un anillo en Graff's. Greg estaba desquiciado y disgustado porque lo habían despedido, lo cual era comprensible. Lo más absurdo de todo era que se atreviera a comparar a Jack con Bobby Joe. Además de que no tenían absolutamente nada en común, Jack la había salvado de él. Sin embargo, no terminaba de entender por qué se sentía angustiada cada vez que recordaba las cosas que le había dicho Greg. La había puesto muy nerviosa. Claro que el solo hecho de pensar en malos tratos la ponía nerviosa.
Seguía atormentada por las palabras de Greg el lunes, cuando fue a la reunión de la comisión de la primera dama y se sentó junto a Bill Alexander. Estaba bronceado, y le contó que desde la última vez que se habían visto había ido a visitar a su hijo a Vermont y que había pasado el fin de semana con su hija en Martha's Vineyard.
– ¿Qué tal va el libro? -murmuró ella mientras empezaba la reunión.
– Bien, aunque avanza lentamente. -Le sonrió, admirando su aspecto, como todos los demás.
Maddy llevaba una masculina camisa de algodón azul y pantalones de lino blanco, un atuendo que le daba un atractivo aire veraniego.
La primera dama había invitado a una oradora para que les hablase de los malos tratos. Se llamaba Eugenia Flowers. Era una psicólogo, especializada en víctimas de malos tratos y colaboraba con diversas causas feministas. Maddy había oído hablar de ella, pero no la conocía. La doctora Flowers miró alrededor y se dirigió personalmente a cada uno de los asistentes. Era una mujer afable y cálida con aspecto de abuela, pero tenía una mirada penetrante y parecía saber qué decir exactamente a cada miembro del grupo. Les preguntó en qué creían que consistían los malos tratos, y casi todos respondieron lo mismo: golpear o agredir físicamente a alguien.
– Bueno, es verdad… -convino con cortesía-, esas son las formas más evidentes. -Y paso a enumerar otras, algunas tan perversas y siniestras que hicieron estremecer a los presentes-. Pero ¿qué me dicen de las demás maneras de maltratar? Los agresores usan muchos disfraces. ¿Qué hay de aquel que controla todos los actos, movimientos y pensamientos de otra persona? ¿Del que destruye su confianza, la aísla y la asusta, por ejemplo, conduciendo a excesiva velocidad en una situación peligrosa? ¿Y el individuo que amenaza? ¿Y el que le falta el respeto a otros? ¿No es maltratar hacerle creer a alguien que lo negro es blanco hasta confundirlo por completo? ¿Y el que le roba dinero a otra persona, o le dice que no sería nada sin él, o que él es su «dueño»? ¿Y el que pretende robar la libertad a la mujer, o la fuerza a tomar decisiones como tener un hijo tras otro, o abortos constantes, o incluso le prohíbe que tenga hijos? ¿No creen que esas actitudes son malos tratos? Bueno, de hecho son formas típicas de maltratar, tan dolorosas, peligrosas y mortíferas como las que dejan cicatrices.
A Maddy se le cortó la respiración y palideció mortalmente. Bill Alexander lo notó, pero no dijo nada.
– Hay muchas formas de violencia contra las mujeres -continuó la oradora-, algunas son más evidentes, pero todas son peligrosas y unas pocas, más insidiosas que otras. Las más dañinas son las sutiles, porque las víctimas no las ven como malos tratos, sino que se culpan a sí mismas. Si la persona que maltrata es lo suficientemente lista, puede usarlas todas para convencer a su víctima, hombre o mujer, que merece lo que le hace. Las víctimas de malos tratos a menudo son empujadas al suicidio, las drogas, la depresión o incluso el asesinato. El maltrato de cualquier clase, en cualquier momento, es potencialmente mortal para la víctima. Pero las formas más sutiles son las más difíciles de combatir, porque no es tan fácil identificarlas. Y lo peor es que en la mayoría de los casos la víctima está convencida de que todo lo que le ocurre es responsabilidad suya, que ella se lo busca, y de ese modo anima a quien la maltrata a continuar, porque se siente tan culpable e insignificante que cree que él tiene razón y que ella merece lo que le pasa. Cree que sin él no sería nada.
Maddy tuvo la sensación de que iba a desmayarse. Esa mujer estaba describiendo su matrimonio con Jack con todo lujo de detalles. Él jamás le había puesto la mano encima, salvo la vez que le había sacudido el brazo, pero había hecho todo lo que había mencionado la doctora Flowers. Habría querido huir de allí, gritando. Sin embargo, se quedó paralizada en su asiento.
La psicóloga continuó hablando durante media hora, y luego la primera dama animó a los presentes a que hicieran preguntas. Cuasi todos preguntaron qué se podía hacer para proteger a esas mujeres, no solo de los hombres que las maltrataban, sino también de sí mismas.
– Bueno, en primer lugar tienen que reconocer el problema. Han de estar dispuestas a hacerlo. Al igual que los niños maltratados, estas mujeres protegen a quien las maltrata negando la situación y culpándose a sí mismas. Sienten vergüenza porque creen en todo lo que les dice su agresor. Por lo tanto, primero hay que ayudarlas a ver la realidad y luego a huir de la situación, cosa que no siempre es fácil. Tienen una vida, una casa, hijos. Y uno les pide que corran riesgos y escapen de un peligro que no pueden ver o no consideran verdadero.
»El problema es que dicho peligro es tan real y peligroso como una pistola apuntándoles a la cabeza, pero la mayoría de esas mujeres no lo sabe. Algunas sí, pero están tan asustadas como las otras. Y hablo de mujeres inteligentes, educadas, incluso profesionales de las que cabría esperar una mayor lucidez. Nadie está exento de sufrir malos tratos. Puede ocurrirle a cualquiera, y de hecho ocurre en los mejores trabajos o las mejores escuelas, a personas que ganan mucho o poco. A veces la víctima es una mujer inteligente y hermosa, a quien nadie diría que es posible engañar de esa manera. A veces son los blancos más fáciles, las que se llevan la peor parte. Las mujeres mas arteras son menos propensas a dejarse manipular. A ellas normalmente les tocan los palos. A las otras se las tortura de una forma más sutil. Los malos tratos no distinguen razas, vecindarios ni niveles socioeconómicos. Afectan a todo el mundo por igual. Pueden tocarnos a cualquiera, sobre todo si nuestros antecedentes nos predisponen a ellos.