– No sé qué hacer -musitó-. Ni qué decirle. Me gustaría preguntarle por qué se porta de esa manera.
– Puede que no conozca otra -dijo Bill con imparcialidad-, pero eso no es una excusa para maltratarte. ¿Cómo puedo ayudarte? -Deseaba hacerlo, pero estaba tan confundido como ella.
– Tengo que meditar sobre lo que voy a hacer -respondió ella con aire pensativo.
Él giro la llave del contacto y volvió a mirarla.
– ¿Quieres que vas amos a tomar un café? -Fue lo único que se le ocurrió para tranquilizarla.
– Sí, de acuerdo.
Bill se había portado como un amigo de verdad, y Maddy se sentía agradecida. Percibía su calidez y sinceridad y a su lado se sentía a salvo. En sus brazos había experimentado una profunda sensación de paz y seguridad. Sabía intuitivamente que era un hombre que nunca le haría daño. Entonces pensó en lo diferente que era de Jack. Este siempre actuaba con doblez y con cálculo, le decía cosas degradantes y trataba de convencerla de que ella era un ser insignificante y que él le estaba haciendo un gran favor al estar a su lado. Bill Alexander, en cambio, se comportaba como si la oportunidad de ayudarla fuese un privilegio, y Maddy adivinó acertadamente que podía sincerarse con él.
Se detuvieron en un pequeño café, y ella aún estaba pálida cuando se sentaron en una mesa apartada. Bill pidió café y Maddy un capuchino.
– Lo lamento -dijo con expresión culpable-. No quería involucrarte en mis problemas personales. No sé qué me ha pasado. Las palabras de la doctora Flowers me afectaron mucho.
– Puede que todo estuviese escrito, que el destino la enviase allí. ¿Qué piensas hacer, Maddy? No puedes seguir viviendo con un hombre que te maltrata. Ya has oído lo que dijo la doctora: es como tener una pistola apuntándote a la cabeza. Quizá aún no lo veas con claridad, pero corres un grave peligro.
– Creo que empiezo a tomar conciencia de ello. Pero no puedo marcharme sin más.
– ¿Por qué no?
A él le parecía sencillo: Maddy debía escapar para que Jack dejase de hacerle daño. Pero ella no lo tenía tan claro.
– Le debo todo lo que tengo y lo que soy. Él me convirtió en la persona que soy. Trabajo para él. ¿Adónde iría? Si lo dejo, tendré que renunciar también a mi empleo. No sabría adónde ir ni qué hacer. Además, él me quiere -añadió mientras sus ojos volvían a humedecerse.
– No estoy tan seguro -dijo Bill con firmeza-. En mi opinión, un hombre que hace las cosas que describió la doctora Flowers no actúa movido por el amor. ¿De verdad crees que te quiere?
– No lo sé -respondió, debatiéndose entre el miedo y los remordimientos.
Se sentía culpable por lo que pensaba y decía de Jack. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si el caso de su marido era diferente?
– Creo que tienes miedo y que estás negando la realidad otra vez. ¿Que me dices de ti, Maddy? ¿Lo quieres?
– Pensaba que sí. Mi ex marido me rompió los dos brazos y una pierna. Me torturaba, y una vez me empujó por la escalera. En otra ocasión me quemó la espalda con un cigarrillo. -Todavía tenía la cicatriz, aunque apenas se notaba-. Jack me salvó de él. Me trajo a Washington en una limusina y me dio un empleo, una vida. Se casó conmigo. ¿Cómo voy a abandonarlo?
– Deberías hacerlo porque, por lo que me has contado, no es un buen hombre. Te maltrata de una forma más sutil y menos evidente que tu primer marido, pero ya has oído a la doctora Flowers, es igual de peligrosa. Y al casarse contigo no te hizo ningún favor. Eres lo mejor que le ha pasado en la vida, y un valioso trofeo para su cadena. No es un filántropo, sino un hombre de negocios, y sabe exactamente lo que hace. Recuerda las palabras de la psicóloga. Te está controlando.
– ¿Y si lo dejo?
– Buscará una sustituta para el programa y empezara a torturar a otra. No puedes curarlo, Maddy. Tienes que ocuparte de ti misma. Si él quiere cambiar, tendrá que hacer terapia. Pero tú debes marcharte antes de que te haga más daño, o de que te desmoralice tanto que seas incapaz de dejarlo. Ahora has visto las cosas claras. Sabes lo que pasa. Tienes que salvarte sin pensar en nadie más. Estás arriesgando tu bienestar y tu vida. Puede que aún no tengas moretones, pero si hace todo lo que dices no puedes darte el lujo de perder ni un minuto. Huye de él.
– Si lo dejo, me matará.
Hacía nueve años que no pronunciaba esas palabras, pero de repente supo que esta vez eran tan acertadas como entonces. Jack había invertido mucho en ella y no aceptaría que lo abandonase o desapareciera.
– Debes ir a un sitio seguro. ¿Tienes familia? -Maddy negó con la cabeza. Sus padres habían muerto hacía muchos años, y había perdido el contacto con sus parientes de Saratoga. Podría ir a casa de Greg, pero ese sería el primer sitio donde la buscaría Jack, luego culparía a Greg del abandono, y ella no quería ponerlo en peligro. Sería absurdo que una persona tan famosa como ella tuviese que refugiarse en un albergue para mujeres maltratadas, pero quizá debería hacerlo-. ¿Por que no te alojas con mi hija y su familia Martha's Vineyard? Ella tiene aproximadamente tu edad, y allí hay sitio para ti. Sus hijos son encantadores.
Al oír ese último comentario, Maddy pensó en lo que le habían hecho Jack y Billy Joe. En su primer matrimonio había tenido seis abortos: los dos primeros porque su marido decía que no estaba preparado para tener hijos; los demás, porque ella no quería hijos suyos ni compartir con un niño la vida que llevaba con él. Después, al casarse con Jack, este había insistido en que se ligase las trompas. Entre los dos se habían asegurado de que nunca tuviese hijos. Ambos la habían convencido de que era lo mejor para ella. Y Maddy les había creído. Ahora, además de destrozada, se sentía idiota por haberlos escuchado. La habían privado de la oportunidad de ser madre.
– No sé qué pensar, Bill, ni adónde ir. Necesito tiempo para pensarlo.
– Es posible que no puedas permitírtelo -repuso él, recordando las cosas que había dicho la doctora Flowers. Maddy debía actuar con rapidez. No tenía sentido esperar-. No deberías posponer demasiado esta decisión. Si él busca ayuda, si las cosas cambian y llegáis a un entendimiento, siempre podrás volver.
– ¿Y si no me deja?
– Eso significará que no ha cambiado y que no te conviene. -Era exactamente lo que le habría dicho a su hija. Deseaba hacer todo lo posible para protegerla y ayudarla, y Maddy le estaba agradecida por ello-. Quiero que lo pienses y hagas algo cuanto antes. Es posible que Jack se dé cuenta de que las cosas han cambiado, de que tú eres más consciente de lo que pasa. En tal caso, se sentirá amenazado y podría buscarte complicaciones. No será una situación agradable.
Ninguna situación era agradable con Jack; Maddy lo sabía. Cuándo miró el reloj, vio que tenía que estar en la sala de maquíllale antes de diez minutos y le dijo a Bill de mala gana que debía volver al trabajo.
Unos instantes después salieron de la cafeteria y subieron al coche de Bill, que la dejó en la cadena. Pero antes de despedirse, la miró con inquietud.
– … Estaré en vilo hasta que hagas algo. Prométeme que no tratarás de volverle la espalda al problema. Te he visto despertar; ahora has de hacer algo constructivo.
– Te lo prometo -respondió, aunque todavía no sabia qué iba a hacer.
– Te llamaré mañana -dijo él con firmeza-, y quiero oír que has hecho algún progreso. De lo contrario, te secuestraré y te llevaré a casa de mi hija.
– Eso suena bastante bien. ¿Cómo puedo darte las gracias? -preguntó, sintiéndose profundamente agradecida.
Bill se había portado como un padre con ella. Lo consideraba un amigo, confiaba totalmente en él y en ningún momento se le cruzó por la cabeza que fuese a divulgar lo que le había contado. Sin embargo, él la tranquilizó al respecto antes de marcharse.